"YA SÉ DÓNDE VIVÍS, PUEDO DARTE UN TIRO"

Perseguidos y amenazados de muerte por defender a una mujer

Un caso de violencia en la capital neuquina, para empezar el año. El hecho ocurrió en la madrugada de este 1 de enero de 2022.
domingo, 2 de enero de 2022 · 02:19

Si lo que nos indigna es la violencia, junto a su avance desmedido, entonces no debemos naturalizarla. Como ciudadanos comprometidos con el anhelado cambio social, que traiga un poco de paz, debemos entonces accionar para contagiar con hechos y no, simplemente, con discursos y palabras. Lamentablemente, parece que (al menos, desde mi experiencia) esto no puede ser así en la capital neuquina. Ya no sabemos cuál es el costo de nuestras acciones en esta ciudad.

Alrededor de las 4 de la madrugada de este 1 de enero de 2022, regresábamos a la casa de Darío, caminando. Así lo decidimos, porque ambos habíamos brindado. Volvíamos de compartir con un grupo de personas que se encontraba haciendo música para recibir este nuevo año. Llegamos a su casa, en calle Luis Beltrán. En menos de diez minutos, fui a abrir la puerta de la vivienda porque había llegado un conocido que pasaba a saludar.

“Esperá”, me dijo. “Estoy llamando a la Policía porque en la esquina hay un hombre tratando mal a una chica”, detalló. Miré con dirección hacia la Avenida Argentina y era, exactamente, lo que estaba sucediendo.

La escena: un joven, no más de 30 años, y sin remera. Una chica, vestida de negro. Ella quería caminar y él no la dejaba. Era violento el forcejeo. Él la agarraba, ella intentaba soltarse. Él la empujaba, ella gritaba. Ella aceleraba el paso, él la corría.

Llamé a Darío. Junto a nuestro conocido, corrieron hacia la esquina y le silbaron. “¿Qué onda?”, gritaron. El joven los miró y, ella, aprovechó para seguir caminando. Pero, él, volvió a agarrarla y la tiró al piso. Acto seguido y automático, vino corriendo hacia nosotros.

Entré a la casa de Darío, luego, los chicos. Y, cerré la puerta a tiempo, porque ni bien se trabó la reja; apareció el violento y empezó a patearla para entrar. Observábamos todo desde la ventana.

Seguíamos llamando a la Policía. Los tres al mismo tiempo. Finalmente, pudimos comunicarnos. Esperamos menos de diez minutos y abrimos la puerta de nuevo, para que nuestro conocido pueda ir a su casa y porque, además, queríamos ver si llegaba el móvil policial.

Desafortunadamente, no vi el móvil policial… Lo vi de nuevo a él. Estaba otra vez en la esquina, efusivo e irascible. Cuando me vio, empezó a correr hacia mí. Ya se había puesto su remera y no venía solo: lo acompañaba un perro (pitbull), al mismo paso que él.

Volví a cerrar la puerta y empecé a desesperar más. Llamé a la Policía de nuevo, porque no sabía dónde estaba. Corrí hacia el baño porque el violento se quedó detrás de la puerta, amenazándonos.

Primero, se dirigió directamente a Darío: “¿Qué hacés metiéndote en peleas de pareja? ¿No sabés que te puedo dar un tiro, ahora? Ya sé dónde vivís. Vos no sabés quién es el otro y con quién te estás metiendo. Puedo venir cuando quiero, encontrarte y darte un tiro”, era parte de lo que gritaba.

Mientras tanto, los chicos quietos, con las luces apagadas. Intentaban calmarlo. Yo solo quería que no le hablen más, para que se fuera. Pero, en su objetividad, Darío intentaba retenerlo en la puerta hasta que llegara el móvil.

Las amenazas seguían: “¿Qué te escondés adentro, p*to? ¿Por qué no salís? Yo vengo acá, amigo, a enseñarte a una cosa… Que vos no sos quién para meterte en discusiones de pareja. Te puedo dar un tiro, ahora”.

La realidad es que nunca supe si tenía, o no, un arma. No sabía qué pretendía, verdaderamente, hacer. Lo que sé, es lo que viví y lo que pude ver. Otra situación de violencia en Neuquén, y lentitud para responder ante nuestro llamado y pedido de ayuda. Incluso, llamé a más personas para que puedan insistir conmigo, desde sus celulares.

El móvil llegó y el hombre se fue. Abrimos la puerta y avisamos hacia dónde se había ido. No supe qué pasó con él, no supe qué pasó con la chica que era agredida y, lamentablemente, no sé qué sucederá con Darío. Me pregunto cuántos protocolos hay que implementar para hacer algo tan simple como brindar seguridad a los vecinos.

No necesitamos más que la mismísima realidad para poder afirmar que la Justicia es lenta. Para temer por tristes finales que ya sucedieron en reiteradas ocasiones, en toda la ciudad.

Finalmente, llamé otra vez a la Policía. “Confío en ustedes… Porque no sé qué van a hacer con este hombre, pero pido un móvil en esta calle. Pido que nos cuiden”, dije.

La inseguridad en las calles ya nos intimida, nos hace ser impulsivos, pero también nos paraliza. Nos pide a gritos que corramos. La tristeza también forma parte de esta historia, y no solo por el hecho que habla por sí solo. También, porque temo que existan pocas opciones: confiar en que las cosas funcionen como deben, o confiar en que solamente nos cuidemos entre nosotros.

 

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