Para los griegos y romanos, los cementerios se levantaban afuera de las ciudades. De ellos deriva la palabra "cementerio" que significa “dormitorio”. Cuando irrumpió el cristianismo y la creencia en la resurrección de los muertos, las necrópolis se incorporaron a la ciudad. Cuando alguien simplemente nombra la palabra cementerio es obvio e inevitable asociarlo a la muerte, al sufrimiento, a la tristeza, a lo tabú, eso que si lo tenemos lejos y no nos acecha mucho mejor (aunque personalmente creo que no se le puede temer a algo que inevitablemente va a suceder, mejor tenerle miedo a otras cosas que si podemos cambiar, ¿no?), “ese” lugar tan evitado nombrar en una charla con amigos o hasta en tu propia casa con tu familia para esquivar momentos incómodos o remover angustias y penas, algunas añejas otras recientes, se fue modificando, así como una sociedad va cambiando, lo cultural va de la mano.
En la mañana de este martes buscando historias distintas, con Fabi, el camarógrafo de 24/7 Noticias, nos preparamos y nos fuimos rumbo al cementerio. Salimos temprano, el reloj marcaba las 9, y ahí en frente mío se encontraba el enorme predio rodeado de las bardas. Fui por el camino principal, lo primero que noté a diferencia del cementerio central, era la abundancia de flores artificiales y la gran mayoría de colores fuertes (rojas, amarillas, verdes) y hasta decoraciones, como especies de toldos y hasta retazos de césped sintético en algunos panteones.
Además, lo que solía ser el estacionamiento dentro del cementerio, se convirtió en parcelas, esto fue consecuencia de la pandemia Lamentablemente las muertes se incrementaron.
En el corazón de esas enormes hectáreas estaba el sector de niños y bebés, debo admitir que fue el lugar dónde más me costó prestar atención para describir. Ositos, camiones, juguetes, cunas, fotos, mensajes, silencios. El silencio era ensordecedor mientras caminaba por esos finitos pasillos. Respiré profundo y seguí. Llegando al fondo antes de toparme con el alambrado que divide el predio de la barda, me llamo la atención un par de remeras de rock, de “La Renga”, “Los Redondos”, “La Bersuit”, colgadas en las tumbas… me acerco y observo que eran más de 15, además de camisetas de fútbol, una al lado de la otra, todas tenían botellas de cerveza algunas vacías y otras a la mitad y en todas las cruces de madera tenían escrita la frase: “El día que dejen de recordarme, ese día moriré...”, además de frases como “en la plaza se te extraña” o “esta noche una seca por vos”....
Un caso específico, fue el cual muchos jóvenes, pibes chorros, se apropiaron de éste nuevo mito o moda cultural. Fue un 6 de febrero de 1999, donde se dibujaría una nueva mancha en el historial de la policía bonaerense: Víctor Manuel “El frente” Vital, 17 años, había sido una nueva víctima del gatillo fácil. Meses después se convertiría es una especie de santo de los “pibes chorros” o un Robin Hood, caracterizado por ser para sus pares, un ladrón de códigos, carismático y bondadoso.