Del paraíso al infierno, casi sin transición ni acomodamiento. Así ha sido la fulgurante y breve carrera política de Gloria Ruiz, hasta hoy vicegobernadora (suspendida), desde hoy, una ciudadana imputada por fraude al Estado y Enriquecimiento Ilícito, protagonista casi absoluta de una centralidad negativa nunca antes vista en Neuquén, ni siquiera en sus épocas más grises; y, también, posiblemente, llave para abrir una puerta hacia las enormes posibilidades que se abren para respetar realmente las leyes y las conductas en los poderes del Estado, sin dobleces ni engañifas, rindiendo cuentas a cada minuto, como correspondería a los funcionarios públicos.
La Cámara que presidió hasta hace poco, la separó por Ley votada por 30 de los diputados. Hubo cinco que quisieron abstenerse, y no se lo permitieron sus pares. Dos (Blanco y Suppicich) no votaron, quedaron en el aire sustentado por la posición de la izquierda; tres se fueron del recinto durante la votación. Tres peronistas, de Unión por la Patria: Parrilli, Martínez y Peralta. Se fueron sembrando la semilla para una futura oposición electoral, y recibiendo cascotazos retóricos desde todos los ángulos, criticando despiadadamente lo que pretendió ser una defensa de la pureza de los procedimientos y terminó siendo una sarasa ininteligible.
Gloria Ruiz pasó del paraíso de las construcciones políticas y sus ventajas y beneficios, al infierno no deseado en el que viven o vivirán los desplazados, los perdedores sin nobleza. No refutó una sola de las culpas administrativas o de conducta que se le señalaron, sino que habló -ella o sus abogados- de un imposible lawfare de entrecasa, de conjuras de una casta a la que perteneció por entero, de persecuciones impostadas y maniobras maquiavélicas de tanta sofisticación que, de haber existido, producirían migrañas colectivas, epidemias de dolores de cabeza.
Ha sido un largo y oprobioso adiós, porque no nació hace un mes, ni hace un año, sino, posiblemente, desde el mismo momento en que la empleada municipal se transformó en candidata a intendente, para ser intendente, y ser después candidata a vicegobernadora, y finalmente, ser vicegobernadora: dueña y señora (creyó) de un palacio lujoso llamado Legislatura, administradora de dineros propicios para homenajes vanos, publicidades personales, y festivales folklóricos que sintonizaran la imagen populachera a la que quiso rendir culto.
Quienes la defendieron por defecto, proponen ahora leyes anticorrupción, oficinas dedicadas al asunto, exigencias, para que la moral quede en alto y lejos de la corrupción habitual que se admite casi con desparpajo.
No hace falta, posiblemente, cambiar nada. Solo asumir el respeto, y la honestidad. Ojalá todo este purgatorio de culpas compartidas derive hacia ese cauce.