A 48 AÑOS DEL GOLPE

Las historias de los primeros detenidos de la dictadura

Fueron varias las personas secuestradas en la región durante las primeras horas del 24 de marzo de 1976, cuando daba inicio la noche más oscura de la Argentina.
domingo, 24 de marzo de 2024 · 09:52

“Dejen abiertas las puertas de la Catedral, que alguien vendrá a refugiarse”. Las palabras del obispo de Neuquén Jaime De Nevares resonaron contundentes y premonitorias de lo que se venía en la noche del 23 de marzo de 1976. Los diarios y las radios ya habían anunciado la inminencia del golpe militar que se concretó a las 0:50 con la detención de la presidenta Isabel Martínez de Perón.

Don Jaime temía por la suerte que podían llegar a correr los perseguidos por una dictadura militar, una más de las tantas que sufrió la Argentina pero la más sangrienta por sus consecuencias: 30 mil personas detenidas-desaparecidas y 500 niños apropiados mediante un plan sistemático de robo de bebés. Y al mismo tiempo, con el concepto ideológico de atacar toda resistencia militante, sindical y política, utilizando la herramienta del terrorismo de Estado como método para lograr esos objetivos.

El periodista Mario Cippitelli describió la llegada de los militares a la Casa de Gobierno esa madrugada del 24 de marzo de 1976:

“Un grupo de vehículos militares y civiles llegó a la Casa de Gobierno de manera intempestiva y sin ningún disimulo. Eran las 3 de la madrugada de aquel miércoles 23 de marzo de 1976. De los autos y camionetas que estacionaron en la calle Roca se bajaron varios militares armados y se encaminaron a la puerta ubicada en medio del edificio, debajo de la torre de reloj. En aquella época esa puerta era la entrada de la residencia que tenían disponibles los gobernadores. Felipe Sapag, ganador de las elecciones en 1973, no la utilizaba ya que hacía un par de años había terminado de construir su casa sobre la calle Belgrano, a pocas cuadras de la Gobernación. El que vivía allí era el mayor de los hijos del mandatario, Luis Sapag, un ingeniero de 28 años, junto con su esposa y su hijo recién nacido. Luis se despertó cuando escuchó las frenadas y los movimientos en la calle. Se vistió a las apuradas y abrió la puerta. Un teniente coronel se presentó y le explicó la situación. Le dijo que los militares habían tomado el poder del país y que en Neuquén tenían que hacerse cargo de la Casa de Gobierno, por lo que debía desalojar la residencia. El joven Sapag le pidió que le dieran tiempo porque estaba con su mujer y su bebé. El militar concedió el pedido, pero le puso como límite las 7 de la mañana. Luis despertó a su mujer y le contó lo que había ocurrido e inmediatamente llamó por teléfono a su padre. ‘¿Usted está bien?’, le preguntó Felipe, quien ya estaba al tanto de la situación. ‘¿Su hijo está bien?’, repreguntó el caudillo preocupado. Cuando Luis lo tranquilizó, el gobernador respiró profundo, pero le pidió que cuanto antes se fuera de allí”.

Durante la madrugada de aquel 24 de marzo, pocos neuquinos estaban enterados del golpe militar. Horas antes se habían acostado luego de escuchar por la radio y de ver por la televisión el partido que River Plate le ganó 2 a 1 a Portuguesa de Venezuela por la Copa Libertadores de América. Poca gente se acercó esa noche al Estadio Monumental, ya temiendo que era inminente el desenlace. Los corajudos que se animaron vivían el partido con la radio en la oreja escuchando que pasaba a unos kilómetros de allí, en Casa de Gobierno.

Tampoco la sociedad neuquina sabía que poco después de la medianoche un helicóptero de la Fuerza Aérea trasladaba a la ex presidenta María Estela Martinez de Perón, en calidad de detenida, a la residencia El Mesidor, ubicada en Villa La Angostura.

El Comunicado Número 1 que informaba a la población sobre el nuevo gobierno de facto se emitió a través de la televisión y la cadena de radios a las 3 de la madrugada. Luego se replicó en varias oportunidades y recién a las 10 se transmitió la jura y asunción del general Jorge Rafael Videla como presidente.

Durante la mañana del 24 de marzo, un grupo de militares se hizo cargo de la gobernación de Neuquén. A la gran mayoría de los empleados que llegaron a trabajar los mandaron de vuelta a sus casas. A muchos los terminarían cesanteando, igual que a otros trabajadores de la Legislatura. Lo mismo ocurriría en el municipio capitalino. El doctor Aldo Robiglio, quien había asumido tres años antes, también sería desplazado de su cargo de intendente.

Desde temprano, por los jardines y pasillos del edificio ubicado en Roca y La Rioja comenzaron a desfilar los nuevos funcionarios. Algunos vestían de civil, otros con uniformes militares. En toda la cuadra se montaron puestos con hombres armados. De la misma manera se multiplicaron las guardias en el barrio militar, ubicado en pleno centro de la ciudad.

“Dejen abiertas las puertas de la Catedral, que alguien vendrá a refugiarse”, dijo el obispo Jaime De Nevares la noche del 23 de marzo de 1976. 

Un coronel del Ejército se hizo cargo de la gobernación de manera interina hasta que finalmente asumió el general José Andrés Martinez Waldner, quien gobernaría hasta 1978 para luego ser reemplazado por otro militar, el general Domingo Manuel Trimarco.

Felipe Sapag se quedó en su casa durante todo el día a la espera de novedades, aunque sabía que no habría retorno después de aquella medida. Habló con sus colaboradores, recibió la visita de sus amigos y escuchó una y otra vez las noticias que llegaban desde Buenos Aires.

 

"¿Dónde están las armas?"

En Neuquén, uno de los primeros detenidos durante la madrugada del miércoles 24 de marzo, no bien los militares tomaron el poder con las armas, fue Ramón Jure, un militante de la Juventud Peronista. Eran las 2 cuando el comisario de la Policía Provincial, Manuel Arias, junto a un teniente del Ejército y un grupo de militares y policías uniformados irrumpieron en la vivienda de Buenos Aires al 1000, donde Jure dormía junto a su esposa y sus dos hijos, Jorge (10 años) y Elisa (12 años). “Dónde están las armas”, preguntaban a los gritos mientras dos oficiales interrogaban a Jure ante la mirada de espanto de su mujer y sus hijos. Luego Jure fue subido a una camioneta del Ejército y llevado a la Comisaría Segunda y de ahí a la Unidad Penitenciaria Federal 9, donde se registró su ingreso y quedó a disposición del Comando de la VI Brigada de Montaña.

A la U9 llegó el agente civil del Ejército Raúl Guglielminetti, quien subió a la víctima a un Ford Falcon y lo llevó hasta la delegación de la Policía Federal, ubicada en la calle Santiago del Estero. Durante algo más de una hora, interrogó a Jure sobre sus compañeros de militancia y fue golpeado por dos sujetos que acompañaban al “Mayor Guastavino”, como se hacía llamar Guglielminetti. Más tarde, Jure fue llevado de nuevo a la U9, donde compartió celda con otros detenidos políticos.

El 24, la ciudad había amanecido con un sol radiante pero algo fresco. La calle Belgrano estaba cortada en ambas esquinas; policías y militares armados se ubicaron detrás de los árboles y de los autos estacionados esperando el momento para actuar ante la mirada desconcertada de los empleados de una empresa estatal.

La Escuelita, el centro clandestino de detención y torturas que funcionó en Neuquén. Pasaron cientos de secuestrados, muchos de ellos hoy desaparecidos.

"Tanto para capturar a un gil"

A las 9, el grupo de hombres armados irrumpió en la casa del maestro Orlando Balbo, en Belgrano al 400, quien desde 1973 se desempeñaba como secretario de la diputada provincial del Frejuli, René Chaves.

Como lo hiciera horas antes en la casa de Jure, el operativo era encabezado por Guglielminetti, quien apuntó a Balbo con una itaca. Después de dar vuelta la casa, los hombres armados sacaron a Balbo a la calle y lo arrojaron contra una pared. En ese instante, Balbo pensó que semejante despliegue de hombres armados “no era tanto para capturar a un gil” como él, sino que la finalidad era “aterrorizar a la población”.

Lo metieron en un Peugeot color crema donde lo acostaron boca abajo y debió soportar los pisotones de sus captores. Cuando el auto se detuvo, Guglielminetti le tapó los ojos a su “presa” que, a pesar de todo, observó que entraba a la delegación de la Policía Federal. Lo llevaron a un sótano, donde le vendaron los ojos, lo desnudaron y lo ataron a una silla metálica con las manos esposadas en el respaldo.

Durante toda esa mañana recibió golpes cada vez más violentos hasta que comenzaron con la picana. “¿Dónde está René?”, le preguntaron y ante el silencio, Guglielminetti hacía una seña para que continuaran con la tortura. En el sótano de la sede policial, Balbo fue torturado hasta dejarlo sordo y luego trasladado a la cárcel de Rawson. Junto a Guglielminetti, el jefe de la Delegación Jorge Ramón González dirigió la tortura.

Los golpes en los oídos con la palma de la mano ahuecado le provocó a Balbo la pérdida del 90 por ciento de su capacidad auditiva.

Ese 24 de marzo de 1976 para Balbo se había instalado en el país “el terror encubierto en un plan criminal que tenía como eje central impedir cualquier reacción de la gente”.

 

El infierno del encierro y las torturas

En la vecina ciudad de Cipolletti, aproximadamente a las 18.30 una comisión del Ejército Argentino integrada por uniformados rodeó la manzana del edificio ubicado en Luis María Agote 1409 donde vivía el productor chacarero Carlos Kristensen. El operativo desplegado era enorme. Estaba su mujer, la hija de ella, y el pequeño de ambos que tenía 4 años. Kristensen fue secuestrado y los libros de la profusa biblioteca (ocupaba tres paredes desde el techo hasta el piso) también fueron llevados.

El productor chacarero Carlos Kristensen fue secuestrado en Cipolletti.

Llegó a la Comisaría 24 de Cipolletti y al día siguiente lo trasladaron a la Delegación de la Policía Federal de Neuquén, donde fue sometido a interrogatorios y golpes. Jorge Ramón “Perro” González lo amenazó de muerte mientras le apuntaba con un arma escondida bajo un papel de diario. Guglielminetti también estaba allí, interrogándolo sobre sus actividades y contactos con grupos políticos. Luego se encontró con Balbo en un sótano de esa sede policial donde también había otras personas que habían sido torturadas.

Su hermano Edgardo cree que el motivo por el cual detuvieron a Carlos fue porque “durante toda su vida, Carlos tuvo el profundo deseo de una sociedad mejor y un mundo más justo para todos”.

Como Balbo y Jure, Kristensen también fue llevado a la U9. Luego de pasar por el centro clandestino de detención La Escuelita y la U6 de Rawson, el 17 de enero de 1979 consiguió el exilio a Dinamarca.

En uno de los poemas que escribió Kristensen -incluido en el libro “Americanto Sur. Oficios patagónicos y salmos del exilio”-, describió así su paso por el infierno del encierro y las torturas: “El alma se acurruca en los rincones,/ en la celda del cuerpo,/ del cuerpo acurrucado,/ en la celda real de cal y canto,/ de reja y carcelero./ El cuerpo está dolido por los palos,/ trastabilla de hambre y de impotencia./ El cuerpo/ tiene sed, tiene frío, tiene hambre/ El cuerpo a solas,/ desenrolla su miedo/ temblando a borbotones./ El cuerpo…/ Y no puede dormir si no lo dejan./ Y no puede yacer si no lo dejan”.

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