La historia empezó como tantas otras. Una relación que nació entre platos y charlas de cierre, cuando ella trabajaba en un restaurante de Roca y él, cliente habitual, se fue ganando su confianza. De la amistad pasaron al amor, y del amor, a la convivencia. Pero lo que parecía un proyecto en común duró apenas unos meses. Cuando la relación se rompió, ella estaba embarazada y aunque le contó que esperaba un hijo suyo, él decidió mirar para otro lado.
Años después, la justicia le puso nombre a la verdad. Un fallo del Juzgado de Familia de Roca confirmó que el hombre es el padre biológico del niño y ordenó modificar la partida de nacimiento. Desde ahora, el chico llevará también el apellido paterno, aunque, por deseo suyo, conservará el de su madre. La identidad, como bien sostuvo la jueza, no puede estar sujeta al capricho de nadie: es un derecho humano y no un favor que alguien concede o niega.
Durante los primeros años, el hombre se mantuvo cerca, lo visitaba de vez en cuando. Pero cuando formó otra familia, rompió el vínculo sin dar explicaciones. A través de una mediación judicial, accedió a pasar una cuota alimentaria, pero jamás quiso firmar el reconocimiento. Recién cuando fue demandado, se presentó en el expediente para negar los hechos. Aun así, admitió que sabía, o al menos intuía, que ese chico podía ser suyo desde hacía tiempo.
La prueba de ADN fue contundente: el 99,99% de compatibilidad no dejó margen de duda. Para la magistrada, ese resultado fue clave y suficiente para dictar sentencia. Pero también valoró otro dato que a veces no se escribe en los papeles judiciales: la madre del niño crió sola, sin ayuda, sin apoyo, sin siquiera el respaldo simbólico de un apellido.
El hombre fue condenado a pagar las costas del proceso. La jueza consideró que su negativa a reconocer al hijo, incluso después de conocido el resultado genético, obligó a continuar un juicio que pudo haberse evitado. Pero en este caso, como en tantos otros, hubo que pelear cada letra del documento. Porque el derecho a saber quiénes somos, y que los demás también lo reconozcan, todavía se discute en los tribunales.