Vivió de la construcción, del trabajo duro, de esos que te quiebran el cuerpo antes de tiempo. Hoy, a los 62, está enfermo, sin ingresos, sin obra social y sin demasiadas respuestas. Lo que le queda es una casa solitaria, una pila de remedios y una cirugía pendiente. Ya no puede trabajar, sostenerse, ni vivir solo, pero vive solo igual.
Tiene 13 hijos e hijas y la mitad, literalmente, dio un paso al frente cuando la situación se volvió insostenible. Seis de ellos se sentaron en una audiencia de mediación y aceptaron hacerse cargo. Cada uno, dentro de sus posibilidades, acordó aportar 100.000 pesos por mes o contribuir con alimentos, lo que puedan.
Fue en Bariloche, en el Centro de Mediación de la Defensa Pública, donde se activó este acuerdo. El hombre llegó acompañado por una de sus hijas. Al resto hubo que convocarlos formalmente, algunos, incluso, fueron representados por defensoras de otras localidades por conflictos de intereses. Pero el resultado fue, al menos, un primer paso para frenar el abandono.
El compromiso es mantener el aporte mensual para cubrir lo básico: techo, remedios, comida. No es caridad, es responsabilidad y es legal. Porque la ley lo dice claro: los hijos tienen obligación alimentaria con sus padres si estos no pueden mantenerse por sus propios medios.
Todavía hay siete hijos que no fueron parte del acuerdo, se los citará en nuevas audiencias para que también se sumen. No se trata solo de plata, se trata de hacerse cargo. Porque en muchas familias, cuando los padres ya no sirven para trabajar ni para cuidar a nadie, se vuelven invisibles.
Este caso es uno entre tantos. Pero muestra lo que pasa en la vida real, cuando ya no hay jubilación, ni cobertura, ni plata, ni fuerzas. Solo queda la pregunta de fondo. La mediación sirve para poner las cartas sobre la mesa.