Hace muy poco tiempo, una miniserie, El Eternauta, protagonizada centralmente por Ricardo Darín, provocó una repercusión política, impulsada centralmente desde los cuarteles ideológicos del kirchnerismo remanente. Ahora, vuelve a suceder esta rara presencia del mundo del entretenimiento en la política del año 25 del tercer milenio en Argentina, con Homo Argentum, la película en la que se luce el histrionismo de Guillermo Francella, que ha sido elegida como símbolo de la agenda anti-woke por el presidente Javier Milei, y como blanco de ácidas críticas por un entusiasta grupo de progresistas prematuramente nostálgicos del populismo de izquierda.
La historia argentina de los últimos cien años tiene algunas muestras de la interacción entre el entretenimiento y la política, siempre por el lado de la acción de la censura o de la lucha contra ella, equivalente a la pelea por la libertad. El peronismo siempre se ha sentido cómodo del lado de las víctimas, aunque, en su momento, también ejerció la poda de la expresión disonante, como todos los populismos.
En 1971, una película que llevó a los cines la obra de teatro "La Valija", provocó un escándalo sin que su tema -como en Homo Argentum- tuviera que ver directamente con un planteo político. Dirigida por Enrique Carreras, con Luis Sandrini y Malvina Pastorino (matrimonio en la vida real), la película tuvo dos finales distintos, pues al establishment de la dictadura de aquellos años (aliado con la Iglesia Católica) no le pareció conveniente que la historia finalizara con un divorcio.
La agenda de entonces tenía, en temas como el divorcio o el aborto, una posición tomada muy adversa a tales situaciones, y la política las esquivaba elegantemente, muy concentrada en los temas económicos o elementalmente institucionales. Perón seguía exiliado en España, Alfonsín era un joven entusiasta, y Milei un mocito de apenas un año de vida. La cuestión fue que la película exhibió en algunos cines un final con divorcio, y en otros, uno distinto, en el que el filme terminaba con el despertar de lo que había sido una pesadilla compartida en sueños por la pareja protagonista. La censura argentina, además de horrible, fue también ineficiente.
La comparación viene a cuento porque Homo Argentum se mete también con cuestiones de costumbres nacionales presuntamente genéticas, sin incursionar directamente en la política, aunque reflejando aspectos sociales, con, naturalmente, una interpretación sesgada de ellos: no es un documental, es ficción, y no tiene por qué responder exactamente a la realidad, y, mucho menos, a una determinada ideología. Sin embargo, la política, en plena competencia, y a falta de motivaciones mejores, eligió a la película de Francella como eje -seguramente fugaz- de un debate electoralista. Y se metió no solo con el contenido, sino con la repercusión de ese contenido (cantidad de gente que ha concurrido a las salas de cine), su eventual éxito, y hasta en cuestiones de financiamiento de la obra, logrando focalizar el asunto, una vez más, en el rol del Estado en Argentina.
A Homo Argentum le pasará como a La Valija, muy probablemente. No será recordada como una obra maestra de nada, sino como motivo de un escándalo. La realidad política y social argentina seguirá su curso, su proceso, independiente de lo que la industria del entretenimiento (financiada por privados o por el Estado o por ambos) haga o deje de hacer, produciendo su propia forma de sostener entretenida a la gente, que seguirá empecinada, solitaria y trabajosamente, en, simplemente, vivir.