Esta semana, Alemania cerró sus últimas tres plantas nucleares, marcando el fin de una era nuclear que duró más de seis décadas. Se trata de las las plantas Emsland, Isar 2 y Neckarwestheim, en lo que representa la culminación de un plan establecido hace más de 20 años atrás.
Las opiniones sobre esta medida están divididas: algunos ven el cierre de las centrales como un error, ya que consideran que la energía nuclear es una fuente confiable de energía. Además, su emisión de carbono es baja cuando se requieren recortes en el uso de agentes que generen calentamiento global. Otros consideran que la energía nuclear es insostenible y peligrosa.
Ya desde los años 70, existe un fuerte movimiento antinuclear en Alemania, que se vio empoderado con los accidentes de Three Mile Island en 1979 y Chernobyl en 1986. En el 2000, el gobierno alemán se comprometió a eliminar gradualmente la energía nuclear y comenzar a cerrar las plantas, una decisión que se aceleró tras la fusión en Fukushima.
Con el comienzo de la guerra en Ucrania, y la pérdida del gas ruso, el plan se vio retrasado por unos meses, pero finalmente llegó a su fin. El riesgo, aseguran algunos analistas, es que los combustibles fósiles llenen el vacío energético nuclear y aumente el uso del carbón. De hecho, más del 30% de la energía de Alemania ya proviene de este material.
En enero, un grupo de manifestantes, junto a Greta Thunberg, marchó hacia Lützerath para intentar detener su demolición para extraer el carbón debajo de dicho pueblo. Según dijo la economista Veronika Grimm a CNN, mantener las centrales nucleares en uso habría permitido “electrificar extensamente” frente a un avance “lento” de la energía renovable.