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Triste, solitario y final: Manuel Belgrano, el patriota que murió en la pobreza y el olvido

Ningún periódico publicó la noticia de su muerte. Ni una sola esquela oficial. Tuvo que pagar el sepelio uno de sus médicos, el doctor Redhead, y el carpintero que fabricó su ataúd lo hizo sin cobrar.

Martes, 03 de junio de 2025 a las 09:34
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Triste, solitario y final: Manuel Belgrano, el patriota que murió en la pobreza y el olvido Triste, solitario y final: Manuel Belgrano, el patriota que murió en la pobreza y el olvido

A 255 años de su nacimiento, el nombre de Manuel Belgrano sigue ondeando en cada bandera argentina. Fue creador del símbolo patrio, protagonista de la Revolución de Mayo, impulsor del primer periódico del Río de la Plata y militar en campañas clave por la independencia. Sin embargo, murió pobre, solo y olvidado, en una Buenos Aires en caos político que no registró su partida. La vida del prócer más honesto y lúcido de la historia argentina contrasta brutalmente con la miseria que lo acompañó hasta el final.

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en una familia acomodada de Buenos Aires. Su padre, Domingo Belgrano, era un comerciante italiano próspero. Su madre, María Josefa González, criolla. Manuel fue enviado a estudiar a España, donde se empapó de las ideas de la Ilustración. Se graduó en Derecho en Salamanca y Valladolid y se formó leyendo a Rousseau, Montesquieu y Adam Smith. Esta formación lo convirtió en una rareza: un criollo profundamente culto, con una mirada moderna sobre la economía y la sociedad.

El joven reformista: un funcionario adelantado a su tiempo

Con apenas 24 años fue nombrado secretario del Consulado de Comercio del Virreinato del Río de la Plata, una institución clave para el desarrollo económico de la región. Allí impulsó ideas innovadoras: la promoción de la agricultura, la industria nacional, la educación técnica y el rol activo del Estado en el desarrollo económico. Belgrano proponía escuelas para mujeres, mejoras para los pueblos originarios y una economía orientada al bienestar general. Sus memorias anuales ante el Consulado son documentos valiosos por su claridad y profundidad.

También fundó el primer periódico del Río de la Plata, el "Correo de Comercio", desde donde difundía sus ideas de progreso y libertad. Para muchos historiadores, fue uno de los primeros en pensar un modelo de país soberano, moderno y justo.

El salto a la historia: Revolución y bandera

En 1810, ya decepcionado con la corona española, Belgrano fue parte de los hombres que empujaron la Revolución de Mayo. Fue nombrado vocal de la Primera Junta y asumió diversas misiones políticas y militares. Una de las más importantes: organizar el Ejército del Norte para enfrentar a los realistas en el Alto Perú.

En Rosario, el 27 de febrero de 1812, creó la bandera argentina, utilizando los colores blanco y celeste del ejército patriota. Lo hizo por decisión propia, sin autorización del gobierno central. De hecho, fue reprendido por ello. Pero la bandera ya había nacido.

Belgrano no era un militar de formación. Aun así, ganó batallas clave como Tucumán y Salta, que contuvieron el avance español y le dieron oxígeno al proceso independentista. Luego, sufrió duras derrotas en Vilcapugio y Ayohuma. Sin embargo, sus tropas siempre lo respetaron por su entrega, humildad y rectitud.

El ocaso de un patriota: enfermedad, pobreza y olvido

Después de años al servicio del país, Belgrano cayó en desgracia. Enfermo de hidropesía (una retención patológica de líquidos), y con una salud deteriorada por las campañas militares y las penurias del exilio y la política, regresó a Buenos Aires en 1819. Se hospedó en casa de sus hermanos, sin dinero, sin reconocimiento y sin asistencia del gobierno que ayudó a construir.

Su situación era desesperante. Para poder pagar a los médicos, vendió su reloj de oro, un objeto que le habían regalado los ingleses como agradecimiento por su labor durante las Invasiones Inglesas. Su última vivienda, en la calle Santo Domingo (hoy Belgrano al 430), estaba en mal estado. La habitación donde murió era humilde y sin comodidades. Apenas una cama, algunos libros y muchos silencios.

Falleció el 20 de junio de 1820, sin que ningún funcionario del Estado estuviera presente. El mismo día, Buenos Aires estaba sumida en una anarquía política total: se habían sucedido tres gobernadores en 24 horas. Ningún periódico publicó la noticia de su muerte. Ni una sola esquela oficial. Tuvo que pagar el sepelio uno de sus médicos, el doctor Redhead, y el carpintero que fabricó su ataúd lo hizo sin cobrar.

Sus últimas palabras, según varios testimonios, fueron:
“¡Ay, Patria mía!”
Un lamento lúcido de quien lo había dado todo y se iba con las manos vacías.

Un legado más allá del bronce

Con el tiempo, la figura de Belgrano fue recuperada por la historia oficial. Se lo declaró héroe nacional, se institucionalizó el 20 de junio como el Día de la Bandera y su imagen empezó a ocupar estatuas, billetes y manuales escolares. Sin embargo, muchos historiadores —como Tulio Halperín Donghi, Norberto Galasso o Felipe Pigna— coinciden en que su figura fue durante años subestimada, eclipsada por otros líderes militares o políticos.

Más allá del símbolo de la bandera, Belgrano fue un pensador original, profundamente preocupado por la educación, la justicia social y el desarrollo productivo, muy adelantado a su tiempo. Propuso la creación de escuelas rurales, la igualdad para las mujeres, la protección a los pueblos originarios y un modelo económico basado en la producción y el trabajo. Ideas que, incluso hoy, siguen vigentes.

Fue un hombre de principios firmes, que donó los premios que recibió para construir escuelas que nunca se concretaron porque los gobiernos desviaron los fondos. Fue el patriota que pidió ser enterrado con el hábito de los dominicos, en silencio, sin fastos ni homenajes, como si supiera que el país le daría la espalda una vez muerto.

Belgrano hoy: ¿una deuda pendiente?

A 255 años de su nacimiento, la figura de Belgrano invita a revisar no solo la historia, sino también la forma en que la Argentina trata a sus verdaderos servidores públicos. Su vida es una lección de honestidad, compromiso y sacrificio. Y también un espejo doloroso que nos recuerda que el olvido puede ser más cruel que la muerte.

Mientras la bandera celeste y blanca flamea en cada escuela y en cada rincón del país, la memoria de su creador nos interpela: ¿estamos a la altura del legado que dejó? ¿O seguimos, como en 1820, dándole la espalda a quienes lo dan todo por la patria?

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