Un joven de Villa Manzano fue condenado a un año de prisión efectiva por intento de robo y amenazas, pero no pisará una cárcel provincial. La Justicia le permitió cumplir la pena en la Comisaría 44° del mismo pueblo, donde la celda da al patio y no hay torres de vigilancia, sino vecinos que lo conocen de chico.
Todo comenzó en agosto del año pasado, cuando entró a un autoservicio chino con ganas de llevarse un par de botellas sin pagar. No tenía plan ni salida de emergencia. Lo descubrieron en el acto. Ya en la vereda, sacó un revólver calibre .22 que no servía ni para asustar, pero alcanzó para complicarse. Huyó, tiró el arma y lo agarraron minutos después, desarmado y sin alcohol.
En un principio lo acusaron de robo calificado, pero el expediente se fue desinflando. Las cámaras no lo mostraban amenazando, el arma no disparaba, y las víctimas no hablaban español. Todo terminó en un intento de hurto simple y amenazas, nada más.
Pero había algo más en su prontuario. Meses antes del intento de robo, el mismo joven se había cruzado feo con un policía dentro de la comisaría local, justo después de una denuncia por violencia de género. Fue a “dar su versión”, pero terminó amenazando al efectivo y a su familia. Lo bajaron de un golpe y le sumaron otra causa.
Con todos los antecedentes sobre la mesa, más una condena en suspenso del 2019 por robo en banda, el Ministerio Público cerró trato con la defensa: un año de prisión efectiva. Sin apelaciones, sin vueltas, sin reclamos de las víctimas.
Lo curioso es dónde lo va a cumplir. A pedido del defensor oficial, la jueza aceptó que lo haga en la Comisaría 44° de Villa Manzano, donde los barrotes separan el patio del calabozo, y no hay muros ni garitas. Lo vigilan los mismos policías que lo conocen desde siempre, y su madre puede alcanzarle un guiso caliente o una frazada sin pasar por requisas.
Desde hace unas semanas, el joven duerme en la celda que ya conocía, pero ahora con condena firme. No está libre, pero tampoco lejos. Un castigo que se parece demasiado a un respiro.