El viento cordillerano sopla fuerte en Pino Hachado, pero ni la altura ni el clima parecen frenar la costumbre. Cada fin de semana largo, cada oportunidad de descanso, e incluso algunos martes cualquiera, los autos hacen fila en busca de cruzar a Chile. Algunos llevan bolsos vacíos que volverán llenos; otros solo buscan cambiar de paisaje. Así de cotidiano se volvió este paso internacional para miles de neuquinos.
Un día como hoy, pero de 1961, se habilitaba formalmente el Paso Internacional Pino Hachado, abriendo un nuevo capítulo en la conexión binacional entre Argentina y Chile.
Aunque la primera inauguración simbólica se realizó en 1951, durante un encuentro entre Juan Domingo Perón y su par chileno Gabriel González Videla, fue recién una década después cuando el cruce comenzó a operar de forma estable.
Desde entonces, este paso ubicado a 1.884 metros sobre el nivel del mar, en plena Cordillera del norte neuquino, se volvió un ícono del tránsito patagónico, tanto por su valor estratégico como por su presencia cotidiana en la vida de quienes habitan la región.
Un camino que se volvió costumbre
Conectando las localidades de Las Lajas (Argentina) y Lonquimay (Chile) a través de la Ruta Nacional 242, el paso Pino Hachado es mucho más que una vía de circulación internacional: es, para muchos, un ritual. Cruzar a Chile se ha vuelto una práctica frecuente para quienes buscan pasear, comprar o disfrutar de una escapada con cambio de idioma, paisaje y precios.
Desde productos de electrónica hasta artículos de perfumería o indumentaria, pasando por una escapada a centros turísticos como Malalcahuello o Temuco, el cruce es parte de un movimiento cultural y económico habitual. En ciertos fines de semana, el flujo vehicular es tal que las demoras en la aduana pueden extenderse por horas, y aun así, la experiencia vale la pena para cientos de familias neuquinas.
Entre el paisaje y la integración
A nivel estructural, Pino Hachado ha tenido mejoras notables. La pavimentación completa del tramo argentino, la modernización de los controles fronterizos y el mantenimiento invernal permiten que el paso se mantenga operativo gran parte del año, salvo en situaciones extremas por nieve.
Quienes viajan pueden observar paisajes de ensueño a ambos lados de los vehículos. Incluso quienes esperan largas filas de horas y horas lo hacen con el compromiso de saberse en uno de los mejores lugares de la cordillera patagónica.
Del lado chileno, la ruta también permite el acceso a corredores turísticos que se complementan con los atractivos del lado argentino. Desde la pesca en los ríos neuquinos hasta las termas del sur de Chile, el paso es una invitación al intercambio y la integración, que trasciende lo comercial.
A 63 años de su habilitación formal, el Paso Internacional Pino Hachado no solo une países: une rutinas, oportunidades, costumbres y experiencias. Es una frontera que, lejos de dividir, se convirtió en un puente frecuente en la vida cotidiana de la región. Por eso, cada 15 de mayo vale la pena recordarlo: no solo por su historia, sino por lo vivo que sigue estando hoy.