El equipo de la unidad fiscal de Delitos Económicos formalizó los cargos por enriquecimiento ilícito contra la ex vicegobernadora Gloria Ruiz, amplió la acusación respecto de su hermano y exfuncionario del Poder Legislativo, Pablo Ruiz, imputó a otras dos exfuncionarias de la Legislatura provincial, a exsecretaria de Cámara de la Legislatura, Isabel Richini, y la ex prosecretaria administrativa de la Legislatura, Élida Noemí Sánchez. Otra vez el nombre de Gloria Ruiz aparece en el centro de la escena.
La ex vicegobernadora, la que se jactaba de representar “la nueva política”, fue imputada por fraude contra la administración pública. Palabras que destrozan cualquier discurso de ética, cualquier promesa de transparencia, cualquier intento de venderse como distinta. Porque una cosa es administrar el Estado, y otra muy diferente es apropiarse de él. Y, si la justicia confirma lo que investiga, Ruiz no habría sido una servidora pública, sino una beneficiaria del sistema que decía venir a cambiar.
Durante años, primero como intendenta de Plottier, que dejó una mala imagen, y la vimos posar como abanderada de la renovación. Sonriente, hablando de honestidad, de control, de rendición de cuentas. Pero, el tiempo —y los expedientes— la muestran con otra cara, la del poder entendido como negocio, la de quien confunde el bien común con el patrimonio propio.
Esa es la vieja política, maquillada, disfrazada, reciclada para seguir viviendo del Estado. Y ahora, cuando la justicia le formula cargos, Ruiz hace lo que hacen todos los que se creen intocables, habla de persecución política. No es persecución, es investigación. No es venganza, es justicia. No es odio, es cansancio. Cansancio de ver cómo se usa el poder como trampolín personal, como escudo para no rendir cuentas, como trampita para vivir del esfuerzo de los demás.
Porque, mientras la gente hace malabares para llegar a fin de mes, hay dirigentes que parecen vivir en otra realidad: camionetas, propiedades, gastos imposibles de justificar ¿Y encima quiere ser diputada nacional? ¿Con qué cara le pide el voto a un pueblo al que pudo haber traicionado?
No se trata de ideología, se trata de decencia. Y, en eso, Neuquén no puede seguir negociando. El mensaje que deja este caso es brutal, mientras más se repite el discurso de la honestidad, más deberíamos desconfiar de quienes lo usan como escudo. El poder no revela quiénes somos: nos desnuda. Y, cuando el poder desnuda a alguien, no hay maquillaje que alcance para volver a engañar a la gente.
Gloria Ruiz podrá insistir en su inocencia —como todo imputado—, y tiene derecho a defenderse. Pero lo que no tiene derecho es a seguir usando la política como escenario personal. Neuquén no necesita candidatos que entran al Estado por la puerta del servicio y salen por la del privilegio. Necesita dirigentes que entiendan que el poder no es un premio, sino una responsabilidad. Hoy, el espejo del poder le devuelve a Ruiz la imagen más cruda, la de una funcionaria que habría usado su cargo para beneficio propio.Y, aunque intente esconderlo detrás de un micrófono, detrás de un spot, detrás de una lista electoral, hay algo que la política ya no puede tapar: la memoria colectiva.
La memoria neuquina, cuando se enoja, es implacable. Porque la gente podrá perdonar errores, pero jamás perdona el abuso del poder. Y, si algo tiene que quedar claro después de todo esto, es que Neuquén no quiere más impunidad disfrazada de candidatura. No queremos más dirigentes que usen el Estado como trampolín para su propio salto. El poder no está para subir, está para servir. Quien lo olvida, termina cayendo solo. El poder es una carga, una responsabilidad que se honra o se mancha. Quienes lo usan para beneficio propio terminan cayendo, como caen todos los que confunden la política con un negocio personal.
Neuquén necesita recuperar la decencia, y eso empieza por mirar de frente a quienes creyeron que el Estado era su propiedad privada. Porque la política no se limpia con discursos. Se limpia con verdad, con justicia y con memoria. Mañana, cuando la ex vicegobernadora tenga que dar explicaciones ante un juez, ojalá también empiece a explicarle algo al pueblo: cómo se llega al poder prometiendo servir, y se termina sirviéndose del poder.
Porque esto no es menor. Cuando se acusa a un funcionario de fraude y enriquecimiento ilícito, no se está cuestionando su estilo, su simpatía, su discurso. Se está cuestionando lo que hizo con el Estado. Lo que hizo con los recursos de todos. Lo que hizo con la confianza pública. Lo peor de todo: mientras la justicia investiga, ella camina las calles con un cartel electoral. Pide el voto como si no estuviera bajo sospecha. Neuquén sabe lo que es padecer gobiernos que prometen y no entregan. Sabe lo que es ver dirigentes que usan la función pública para enriquecerse, lo vimos con los planes sociales, para favorecer familiares, para blindar sus intereses.
¿Y ahora esta misma figura quiere ser la voz de nuestra provincia en el Congreso de la Nación? ¿La que supuestamente tenía “otra impronta”?
No se trata de ideologías. Se trata de decencia. Se trata de no rendir culto a la impunidad. Se trata de rechazar la figura del funcionario como emprendedor del Estado. Neuquén merece algo mejor. Neuquén merece candidatos con manos limpias. Con proyecto, sí. Con historia, sí. Pero con honor ante todo. Si algo debe quedar claro: El poder no es para subir, sino para servir. Y cuando alguien lo olvida, los tribunales lo recuerdan.
Así que hoy, con esta causa nueva sobre la mesa, les pido que recuerden: La política no es un escenario para montar impunidad. La política es responsabilidad, y, quien lo olvida, termina cayendo solo.