Apenas había despuntado el sol sobre la cúpula de Miguel Ángel cuando la Plaza San Pedro comenzó a llenarse. El día después de la elección de León XIV no fue un día cualquiera. Fue, más bien, una marea de almas en movimiento. De oración. De esperanza. Fue la continuación de una vigilia espiritual que ni el humo blanco del día anterior pudo apagar del todo.
Desde muy temprano, los fieles —muchos con lágrimas aún frescas— comenzaron a acercarse para regalarle oraciones al nuevo sucesor de Pedro. Entrar a la Basílica no era sólo un acto de fe, era una manera de estar más cerca de ese hombre que ahora representa a más de mil millones de católicos en el mundo.
Los medios de comunicación más importantes del mundo se apiñaban en las cercanías, buscando declaraciones, intentando captar lo inefable. Pero desde Neuquén, Mejor Informado fue el único medio patagónico que puso los pies en esta plaza, que escuchó directamente la respiración de una Iglesia que cambia de rostro pero no de espíritu.
“Viva el Perú, viva el Papa”, se escuchaba en distintos rincones. León XIV no solo es el nuevo Papa. Es también el primer Pontífice peruano-al menos de nacionalidad-, y eso en Roma se sintió como una celebración nacional extendida. Banderas rojiblancas se agitaban entre rezos, abrazos y cánticos. En los rostros de muchos compatriotas suyos, la emoción era incontenible. “Es un orgullo ser peruano”, nos confesó uno de ellos, con la voz entrecortada y la mirada elevada, como buscando respuestas en el cielo del Vaticano.
Entre la multitud, las cámaras de televisión, los flashes fotográficos y los smartphones parecían testigos mudos de algo que los supera. Porque lo que pasó hoy viernes 9 de mayo, aquí, no se mide en píxeles ni en palabras. Se siente. Se respira. Se lleva en la piel.
El interior de la Basílica se transformó en un río de devoción. Familias enteras de rodillas, jóvenes en silencio, ancianos con rosarios entre las manos. Algunos susurraban plegarias, otros simplemente lloraban. El aroma del incienso, el eco de los pasos sobre el mármol y los murmullos compartían espacio con una música invisible: la del alma colectiva.
Cardenales con sus ropajes escarlata caminaban entre la gente, algunos se detenían a saludar, otros simplemente observaban. Los obispos conversaban entre sí, y los voluntarios del Vaticano guiaban la procesión de fieles que seguía entrando, como si no existiera un final para tanta devoción.
En los alrededores del Vaticano, los negocios de artículos religiosos ya lucen imágenes del nuevo Papa. Rosarios, estampitas, medallas y hasta tazas con el rostro de León XIV. Pero en la plaza, el mercado cede ante el misterio.
¿Qué esperan los fieles cuando pisan San Pedro el día después de elegir al Papa? Algunos buscan renovar su fe. Otros, agradecer por el milagro de la cercanía. Hay quienes simplemente necesitan mirar a la Basílica, y sentirse parte de algo más grande que sus propias vidas.
Hoy Roma late distinto. Hoy la Iglesia tiene nuevo pastor. Y yo, desde este lugar donde la historia vuelve a escribirse, solo puedo decir que el Vaticano no es solo piedra, columnas y cúpulas: es emoción viva. Es pueblo. Es espíritu. Y el día después, en verdad, es solo el primer día.