La advertencia de Paolo Rocca sobre el cierre de su planta de caños sin costura si el gasoducto entre Vaca Muerta y San Antonio Oeste se construye con tubería china no puede reducirse a una simple disputa comercial. En el centro del conflicto está la licitación para 480 kilómetros de gasoducto destinado a la exportación de GNL, donde participan más de 15 oferentes internacionales.
La primera fase del proyecto ya vio la llegada de 5.000 toneladas de caños chinos para conectar 27 kilómetros, con precios hasta 40% inferiores a los de Techint. Mientras YPF y el consorcio Southern Energy —conformado por PAE, Pampa Energía, Harbour Energy and Golar LNG— priorizan la competitividad para hacer viable un proyecto multimillonario en un mercado global de GNL con precios a la baja, Rocca sostiene que su planta de Campana, con 5.000 trabajadores directos y entre 1.000 y 2.000 indirectos, además de la planta SIAT en Valentín Alsina con 500 empleados directos y 300 indirectos, están en riesgo.
La tensión revela un dilema más profundo: cómo equilibrar la necesidad de costos competitivos con la preservación de una industria nacional que emplea a miles de trabajadores.
Sin embargo, el argumento de Techint presenta fisuras significativas. La compañía centraliza sus compras globales desde Uruguay a través de Exiros, buscando sistemáticamente el mejor precio internacional sin consideraciones de origen, e importa el 65% de sus costos desde Brasil para la fabricación de caños.
La tensión revela un dilema más profundo: cómo equilibrar la necesidad de costos competitivos con la preservación de una industria nacional que emplea a miles de trabajadores.
Como señalan fuentes del sector, Tenaris importa la chapa de Brasil y en Argentina solo la dobla y hace la costura, por lo que difícilmente puede invocar el "compre argentino" cuando sus propios insumos principales son importados.
Esta contradicción no invalida la preocupación por el empleo local, pero sí expone que Techint ha operado históricamente en un mercado semicautivo con márgenes excepcionales. Los sindicalistas metalúrgicos, lejos de respaldar con alarma las declaraciones de Rocca dicen que las amenazas de cierre son recurrentes y que las plantas siguen siendo rentables.
Esta postura escéptica de quienes conocen desde adentro la operación de Techint sugiere que las advertencias responden más a una estrategia de presión que a una decisión empresarial inminente.
La verdadera amenaza que representa China, sin embargo, no puede minimizarse ni reducirse a una cuestión de precios. El modelo exportador chino se sustenta en subsidios estatales masivos, prácticas de dumping documentadas internacionalmente y condiciones laborales que bordean la explotación. Las fábricas chinas operan con jornadas extenuantes, salarios que representan una fracción de los estándares occidentales y regulaciones ambientales laxas que reducen drásticamente los costos de producción.
La verdadera amenaza que representa China, sin embargo, no puede minimizarse ni reducirse a una cuestión de precios. El modelo exportador chino se sustenta en subsidios estatales masivos, prácticas de dumping documentadas internacionalmente y condiciones laborales que bordean la explotación.
Esta competencia desleal no solo amenaza empleos en Argentina, sino que establece un piso competitivo global imposible de igualar sin sacrificar conquistas laborales, estándares ambientales y salarios dignos.
Cuando YPF adquiere válvulas con 85% de componentes importados pese a la capacidad tecnológica local certificada internacionalmente, o cuando llegan 5.000 toneladas de caños chinos mientras la industria argentina de tubos y válvulas emplea a cerca de 50.000 trabajadores con certificaciones de calidad, no se trata solo de una decisión de eficiencia económica sino de una redefinición del modelo productivo.
La pregunta incómoda es si Argentina está dispuesta a aceptar que su industria desaparezca en favor de productos fabricados bajo estándares que nunca toleraría en su propio territorio.
El desenlace de la licitación actual definirá mucho más que quién fabrica los caños del gasoducto. En juego está la viabilidad de mantener una base industrial nacional en un contexto donde China ha convertido el acero en un arma de penetración comercial global, desplazando industrias en decenas de países con una estrategia que combina precios predatorios, financiamiento estatal y una estructura de costos basada en la precarización laboral. Si bien Techint no puede reclamar inocencia —sus propias prácticas corporativas y su búsqueda histórica de privilegios debilitan su posición moral—, la alternativa china tampoco representa una solución virtuosa.
El debate requiere escapar de la falsa dicotomía entre proteger monopolios ineficientes o abrir las puertas completamente a un competidor que juega con reglas profundamente asimétricas. Argentina necesita una industria competitiva, pero también debe reconocer que competir contra un modelo que explota trabajadores, contamina sin límites y recibe subsidios estatales billonarios no es una competencia de mercado sino una capitulación económica.
La solución probablemente pase por exigir a Techint que reduzca sus márgenes extraordinarios mientras se establecen salvaguardias comerciales que impidan el dumping chino, protegiendo así tanto a los consumidores argentinos como a los trabajadores industriales, sin entregar el mercado a un modelo que vulnera los derechos humanos básicos.