LA MUERTE DE EVA PERÓN

Recuerdo de un momento inolvidable: yo estuve allí

Tenía 14 años y concurría al Colegio Normal de Señoritas Nª 3 en Barracas. Ese día alumnos de las escuelas primarias y secundarias fueron trasladados y acompañados por maestras y profesores hasta el lugar.
lunes, 26 de julio de 2021 · 16:07

¿Cómo sería la ¿muerte?: ¿Pequeña?, ¿grande?

La imaginaba corriendo detrás de mi espalda como un viento por delante llevándose todo envuelto en una nube inalcanzable.
¿Cómo sería la muerte?, ¿de qué color?: ¿blanca?, ¿roja?, ¿negra? qué perfume tendría? 

Aquella mañana llovía sobre Buenos Aires, los rostros de la gente se mojaban sin detenerse en la gota final de la lágrima. Miles de voces se escuchaban confundidas con el llanto. Mamá y papá estaban serios, tristes muy tristes. Los vecinos apenas se saludaban con el rostro desencajado, como si les doliera algo muy adentro, más que un dolor de estómago o de muelas…sí, si más.

Fuimos a la escuela, allí nos esperaban las maestras, que en voz baja nos decían lo que teníamos que hacer: “hay que portarse muy bien”, “no hablar, no pelear ni pedir nada”, “hoy es un día muy triste y estamos todos muy tristes, repetían.

¿Cómo sería la muerte?, ¿de que tamaño?, de que espesura?

Una extensa cadena humana de guardapolvos blancos marcaba el rumbo hacia la sala donde estaría la muerte. Caminamos mucho, a los costados, cientos de flores enmarcaban el paisaje gris bajo la lluvia. Había otras filas largas de mujeres, hombres, viejos, niños con ropa de colores muy mojadas, pañuelos, paraguas, cartones, papeles para cubrir sus cabezas en la enorme travesía hacia donde estaba la muerte.

Cuando llegamos allí, hombres de negro, altos, fuertes, con el gesto del soldado que blande una bandera, la mirada duramente dura, rodeaban a metros el ataúd brillante con un vidrio en la tapa. Una mujer, cuyo brazo iba y venía, con un paño para limpiar la marca de los besos que dejaba la gente sobre la transparencia del vidrio. Debajo de él, el rostro despejado, inerte, los labios pálidos y el rastro de esa sonrisa que quedó en el aire del país para siempre. 

Como fantasmas rondaban la fuerza, la pasión, la bronca, el amor, buscándola a ella, allí tan quieta y tan sola. Nos acercamos y en punta de pie la vi: era blanca, infinitamente blanca con piel de seda. 

Blanca infinitamente blanca, así era la muerte, por fin revelada. La muerte que se llevó el cuerpo descamisado de esa mujer.

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