Siempre digo que la visita de la abuela Joaquina a la casa de uno de sus 9 hijos fue una fiesta. Con muy buen humor, siempre estaba dispuesta a consentirnos con sus exquisitas recetas. Cuando regresamos de la escuela después de las 5 de la tarde. Apenas abrimos la puerta nos llegó el inconfundible olor de algún manjar frito y jugamos a adivinar ¿tortas fritas o piñaletas?
No importaba cuál nos esperaba, ambos nos gustaban mucho. El misterio se develó al llegar a la mesa, la fuente ovalada ubicada en el centro, resaltaba con esas pequeñas bolas brillantes y sabrosas que sólo la abuela sabía hacer y que además se convertían en un juego que consistía en ver quién “pescaba” más antes de ponerlas en el plato.
Las hijas y nueras de la abuela aprendieron a elaborarlas y la exquisita fritura se transmitió de generación en generación hasta nuestros días.
Recientemente, María Eugenia, mi sobrina y una de las muchas bisnietas de Joaquina, me pidió la receta y aquí está para ella y para todos los que quieran descubrir el fascinante mundo de las piñaletas.
INGREDIENTES
500 gr de harina leudante.
4 huevos.
1 cucharadita de sal.
2 cucharadas de aceite neutro (la receta original pide 2 cucharadas de grasa).
1 taza de miel.
½ vaso de Cinzano u Oporto (opcional). A la abuela no le gustaba nada el alcohol, pero con el tiempo la receta se enriqueció con algunas variantes.
PREPARACIÓN
Mezclar los huevos con la harina hasta formar una pasta, agregar la sal y poco a poco el aceite y el licor. Debería quedar una masa dura.
Separar porciones y hacer tiras como para ñoquis, cortar trozos de 2 cm aproximadamente y freírlos en aceite o grasa muy caliente.
En otra ollita pequeña calienta la miel y sumerge lentamente las piñaletas una vez fritas. Escurrir y transferir a un recipiente grande con borde, si es posible.
Recomiendo comerlas calientes o tibias, porque cuando la miel se enfría se endurecen mucho y es muy difícil separarlas.
Por último, debo deciros que habrá un antes y un después de esta delicia.
¡Ahora a disfrutar!