El cuerpo de Julián Dobra de la Canal apareció tirado en un descampado, irreconocible. Estuvo 23 días desaparecido. Lo mataron con una brutalidad que estremece: le destrozaron la cara, le rompieron el cráneo con un fierro y le dispararon en la cabeza. Dos días después, su auto fue hallado incendiado en el Parque Industrial II. Lo abandonaron y lo prendieron fuego para borrar rastros. Pero algo quedó.
En uno de los bolsillos del pantalón, estaba su celular. Ese teléfono es hoy el eje de la investigación. Es la pieza que puede romper el cerco de silencio que rodea al crimen. No se lo llevaron. No lo destruyeron. Lo dejaron ahí. Y ahora, cada dato que contenga, mensajes, llamadas, ubicaciones, contactos, fotos, puede marcar el camino hacia los responsables.
Los especialistas del Ministerio Público trabajan contrarreloj para extraer su contenido. En una causa sin testigos, sin cámaras, sin escenas claras, el celular puede ser todo: cronología, mapa, conexión, móvil. Una reconstrucción digital de las últimas horas de la víctima y un atajo para identificar a los asesinos.
La fiscal jefa Teresa Giuffrida dirige una investigación cerrada, sin filtraciones ni confirmaciones. Se sabe que Julián, de 32 años, había tenido una pelea con un compañero en una empresa de seguridad. También fue escrachado en redes por disparar una pistola de airsoft contra una vivienda y había recibido denuncias por amenazas. Incluso hay versiones que lo vinculan con la venta de drogas.
Todo eso puede estar en el teléfono. Las últimas conversaciones. Las tensiones. Las coordenadas. El celular es más que una prueba: es el único testigo que quedó. Y puede hablar.