Todo empezó con un paquete de galletitas. Nada raro en el papel, salvo por el agujero. Un orificio pequeño, apenas visible para quien no mira dos veces, pero suficiente para despertar la sospecha del uniformado que hacía la requisa en la Comisaría Sexta de Plaza Huincul.
Eran pasadas las cinco de la tarde cuando un hombre de 63 años llegó con una visita envuelta en apariencia doméstica: galletas para un detenido. Pero algo no encajaba. Dentro del paquete, ocultos entre migas y engaños, dos envoltorios con clorhidrato de cocaína. Un intento tosco, pero no inofensivo.
La confirmación no tardó. La División Antinarcóticos de Cutral Co puso los reactivos sobre la mesa y el polvo respondió: cocaína pura. El viejo quedó notificado y supeditado a la causa. Pero lo peor todavía no había empezado.
El humo de la rabia
La noticia corrió rápido entre barrotes. Los internos se enteraron del secuestro y estallaron. Primero fueron los gritos, después los golpes. Las puertas de las celdas vibraban como pulmones agitados. Rejas dobladas, chapas arrancadas, accesos rotos. Y finalmente, el fuego.
Colchones y trapos ardieron en la boca del pabellón. La humareda invadió el edificio como un monstruo. No había oxígeno, solo ceniza y tensión. Por seguridad, los detenidos fueron evacuados al patio interno, donde los esperaba el GEOP con mirada firme y escudos en alto.
Llegaron también los Bomberos Voluntarios, porque el fuego no se apaga con autoridad. Criminalística tomó las placas, recolectó pruebas y anotó cada pedazo roto. Mientras tanto, el aire todavía olía a bronca y plástico quemado.
Las autoridades ya iniciaron causas administrativas y judiciales por los destrozos. El polvo blanco no llegó a destino, pero dejó una estela de humo y furia que todavía flota entre los pasillos de la comisaría.