En el fútbol, la lluvia siempre juega. A veces como enemiga, a veces como aliada, pero nunca como espectadora. Y si de Vélez hablamos, hay partidos donde el agua fue protagonista al punto de quedar tatuados en la memoria del hincha fortinero.
El recuerdo más poderoso se remonta al 8 de junio de 1993, cuando el Fortín, dirigido por Carlos Bianchi, empató 1-1 con Estudiantes en La Plata. Aquella tarde gris, con frío y una llovizna pertinaz que no dio tregua, Vélez dejó el alma en un campo embarrado. José Luis Chilavert abrió el marcador de penal —su primer gol en el fútbol argentino—, pero sobre el final Claudio París amargó la fiesta con un bombazo. Sin embargo, horas más tarde, el empate entre Independiente y Belgrano en Avellaneda coronó al Fortín campeón tras 25 años de espera.
La lluvia había empapado a los hinchas, pero la gloria los secó de golpe.
Tres años después, otra noche pasada por agua en el Amalfitani sería testigo de una de las obras maestras de Chilavert. El 22 de marzo de 1996, frente a River, el arquero guaraní sorprendió al “Mono” Burgos con un zurdazo desde atrás de mitad de cancha. La pelota viajó con una parábola imposible bajo la lluvia y se clavó en el arco millonario. El gol dio la vuelta al mundo y quedó inmortalizado como una de las postales eternas del fútbol argentino.
La historia reciente también tuvo su capítulo mojado. Este martes 19 de agosto de 2025, Vélez recibió a Fortaleza por los octavos de final de la Copa Libertadores. Bajo un diluvio en Liniers, los de Guillermo Barros Schelotto sacaron pecho y ganaron 2-0 con goles de Maher Carrizo y Tomás Galván. El agua caía como cortina, pero el Fortín nunca se desordenó y terminó metiéndose entre los ocho mejores del continente.
Lluvia, barro, sufrimiento y gloria. Así se escribe gran parte de la mística de Vélez, un club que aprendió a quejarse menos del clima y a disfrutar más de los festejos. Porque si de algo saben en Liniers, es que cuando el agua baja, las epopeyas quedan.