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Miércoles 31 de Diciembre, Neuquén, Argentina
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El criancero que arrea solo en el norte neuquino y resiste el paso del tiempo

Nacido en Andacollo y criado entre chivas y silencios, Ramón Hernández recorre a pie la cordillera en pleno arreo hacia la veranada. Sin ayudantes ni vehículos de apoyo, su historia refleja la soledad, el esfuerzo y la dignidad de quienes sostienen la vida rural en el norte neuquino.

Miércoles, 31 de diciembre de 2025 a las 11:00
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Ramón es conocido en la región. Su campo de invernada está en Filo Morado.

En los últimos días del año, cuando el tiempo invita al balance y a la esperanza, el norte neuquino vuelve a ofrecer historias que interpelan desde lo más profundo. Relatos de resistencia cotidiana, de esfuerzo silencioso y de un amor inquebrantable por la tierra. Una de ellas es la de Ramón Hernández, criancero, hombre de campo y de palabra.

Ramón es conocido en la región. Su campo de invernada está en Filo Morado, un territorio áspero donde conviven las chivas y las vacas con los pozos petroleros y las largas picadas que cortan la estepa. Allí, entre contrastes, transcurre una vida marcada por el trabajo constante y la soledad.

Mejor Informado lo encontró de regreso a la veranada, en pleno arreo. Su mirada cansada sigue el avance lento del piño por un callejón interminable. Las manos, curtidas por el frío, el sol y los años, cuentan una historia que las palabras apenas alcanzan a describir. La salud no lo acompaña como antes, pero Ramón sigue. Siempre sigue.

“Si pudiera pagar el viaje en camión no llevaría a las chivas arreando”, confiesa. En esa frase se mezclan el deseo y el desgaste de más de cinco días de camino, con al menos diez más por delante. Arrea solo, sin ayudantes ni vehículos de asistencia. Prioriza el descanso de sus caballos y, cuando puede, compra fardos de pasto para alimentarlos. El resto, espera.

Ramón nació en Andacollo. Su madre murió cuando él era muy chico y, junto a su hermana, fue criado por su abuela en Los Miches. A los 9 años empezó a trabajar como peón rural: primero cuidando chivas, después vacas. Con el paso del tiempo, la constancia y el sacrificio, logró formar su propio capital y comprar sus animales.

“Mi patrón me dijo que iba a ser difícil y que no iba a poder… pero sí pude, y no fue tan difícil”, recuerda, con una mezcla de orgullo sereno y humildad aprendida.

Ramón conoce el valor de la palabra, la importancia de ser buena persona y el vínculo profundo que une al criancero con sus animales. Pero la soledad pesa. “Se hace sentir… son largos los días de silencio y una cordillera inmensa”, dice, mientras no pierde de vista al piño que avanza.

En este cierre de año, la historia de Ramón Hernández invita a mirar más allá de lo urgente y lo inmediato. A reconocer a quienes sostienen tradiciones, territorios y modos de vida que resisten al paso del tiempo. Su andar lento pero firme, su arreo solitario y su dignidad recuerdan que todavía hay hombres que caminan la vida sin atajos, con el corazón puesto en la tierra y la esperanza intacta.

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