En Bella Vista, un paraje donde el viento parece enlazar historias, Virgilio Arébalo sostiene con sus manos un legado que define al norte neuquino. Criancero, esquilador de la vieja escuela y cantautor por necesidad del alma, es uno de esos pobladores que guardan en su oficio y su palabra la memoria de un modo de vida que todavía respira en la ruralidad patagónica.
“Yo esquilo con tijera”, dice con orgullo. Su aprendizaje no vino de cursos ni manuales, sino de la transmisión directa, de mirar y hacer. Como él lo cuenta, primero había que manear la oveja, acomodarla, y recién ahí empezar a sacar la lana desde la panza, avanzando hacia las patas. Era un trabajo lento, preciso, casi artesanal.
“Nunca fui rápido, pero llegué a esquilar 24 ovejas en un día”, recuerda. Hoy las máquinas alivian el esfuerzo y aceleran la tarea, pero para Virgilio en esa velocidad se esconde un riesgo: la pérdida de un gesto cultural, de un saber que formó a generaciones.
Por eso celebra que la Fiesta de la Lana y la Cueca mantenga vivo el concurso de esquila con tijera. “Es importante que la gente vea cómo era antes y por qué vale la pena conservarlo”, afirma. No solo se trata de una técnica, sino de un modo de entender el trabajo y la relación con los animales.
Cuecas que cuentan la vida rural
Además del campo, a Virgilio también lo sostiene la música. No se considera artista profesional, pero sus cuecas guardan la sinceridad de quien canta lo que vive.
“Las letras cuentan lo que uno ha pasado, las vivencias… son cosas reales”, explica. Su inspiración nace de lo cotidiano: el arreo, el viento, los días largos, el silencio del campo y la certeza de que cada jornada trae una historia distinta.
Sus canciones son pequeñas postales del norte neuquino, escritas con la misma honestidad con la que esquila una oveja: sin apuro, sin adornos, con respeto por lo que la vida enseña.
La identidad que se sostiene en las manos
En cada palabra, Arébalo reafirma el valor de las raíces. Sabe que los tiempos cambian, que los jóvenes migran y que las tradiciones pueden diluirse si nadie las sostiene. Por eso él insiste en transmitirlas, en contarlas, en mostrarlas.
Porque en sus manos —callosas, firmes, trabajadas por el campo— se guarda algo más que lana: se guarda la memoria viva del Norte Neuquino, un territorio que sigue encontrando en su gente la razón profunda de su identidad.