El inmenso y lujoso transatlántico Titanic, partió de Liverpool con destino a Nueva York. Transportaba 2780 personas, algunas con sus perros y con sus intransferibles historias personales.
Seguramente la primera que se nos viene a la mente es la de Jack y Rose, protagonizada por Leonardo Di Caprio y Kate Winslet en la película “TITANIC”.
Pero poco se ha hablado de la más tierna historia de amor y fidelidad, la de una joven estadounidense y su inseparable compañero, un enorme perro gran danés.
Ann Elizabeth Isham había nacido en California, pero vivía en París con su familia.
Todos los años viajaba a Estados Unidos a visitar a su hermano. Esta vez, decidió hacerlo en el barco para pasajeros más grande del mundo.
Ann amaba a los animales y en el viaje la acompañaba un amigo inseparable, un gran danés imponente con quien compartía un camarote de primera clase.
Aquella noche del 14 de abril de 1912 todo era fiesta y alegría en el transatlántico del que hablaba todo el mundo.
De repente, la embarcación choca contra un iceberg provocando un tremendo sacudón y allí comenzó el caos. Gritos, corridas, llantos.
La joven fue llevada a cubierta para que subiera a uno de los botes en los que intentaban salvar a los pasajeros. Sin embargo, cuando le fue negada la posibilidad de hacerlo con su perro porque ocupaba el lugar de una persona, Ann no lo dudó, se sacó el salvavidas y bajó de la embarcación, cediéndole el lugar a otra pasajera.
Ella sabía al peligro que se exponía con esa decisión, pero ni por un segundo pensó en abandonar a su fiel amigo a una muerte en solitario.
Días después de la tragedia y cuando todavía cientos de víctimas flotaban en el océano, un marinero divisó una escena conmovedora. Una mujer abrazada a su perro, ambos sin vida, eran mecidos por el mar en esa inmensa tumba de agua salada.
Ann fue la única mujer de las cuatro que viajaban en primera clase que no sobrevivió. Y su perro gran danés, otro de los viajeros caninos que perdió la vida aquella trágica noche de abril. Solamente tres lograron salvarse.
La historia de Ann merece ser recordada y difundida por su coraje y por el entrañable amor a su compañero de viaje y de vida.
En Vermont hay un monumento que la recuerda y en el corazón de todos los que hacemos “Colas y bigotes “, hay un lugar para ella y para su amado gran danés.