Hace 59 años, el fútbol mundial vivió uno de sus capítulos más polémicos. El 23 de julio de 1966, en pleno Mundial de Inglaterra, la Selección Argentina fue eliminada en cuartos de final frente al anfitrión, en un partido tan insólito como escandaloso. Esa tarde en Wembley, el capitán Antonio Ubaldo Rattín fue expulsado por “mirar mal” al árbitro. Lo increíble no fue solo el motivo, sino todo lo que lo rodeó: un juez que no hablaba español, un jugador que no entendía ni inglés ni alemán, y un clima enrarecido que alimentó las sospechas de que todo estaba armado para que Inglaterra levantara la Copa.
El árbitro designado fue el alemán Rudolf Kreitlein, y su elección ya había sido objeto de controversia: no hablaba español y había sido impuesto sin sorteo, en una reunión a la que, curiosamente, los delegados sudamericanos llegaron a horario, pero todo ya estaba decidido.
Rattín intentó dialogar con el juez para enfriar el partido, pero no hubo forma de entenderse. Según Kreitlein, el jugador argentino lo miró con “mala intención” y por eso interpretó que lo había insultado. Así, sin amarilla ni roja (las tarjetas no existían aún), Rattín fue echado a los 36 minutos del primer tiempo.
El capitán argentino no se fue sin dejar su sello. Se sentó en la alfombra roja que había sido colocada especialmente para la Reina Isabel II, caminó hacia el túnel bajo una lluvia de chocolatines y, antes de salir, retorció con bronca un banderín con la bandera inglesa frente a un público que lo despidió al grito de “¡Animals, animals!” y arrojándole latas de cerveza.
Con uno menos, la Selección resistió como pudo. Hasta que a los 77 minutos, Geoff Hurst marcó el único gol del encuentro y firmó la eliminación del equipo que dirigía el “Toto” Lorenzo.
El episodio tuvo secuelas. A Rattín le dieron cuatro fechas de suspensión y hasta se evaluó sancionar a la AFA con la exclusión del Mundial 1970 por “conducta antideportiva”, algo que finalmente no prosperó. Pero lo que quedó grabado en la memoria colectiva fue la sensación de que aquel torneo ya tenía un guion escrito: Inglaterra campeón, con la Reina entregando la copa y un recorrido sin sobresaltos.
Y así fue. El conjunto británico alzó su único título mundial tras vencer a Alemania en la final, con otro escándalo incluido: el gol fantasma de Hurst, que nunca cruzó la línea. Lo que empezó con la expulsión de Rattín terminó con la coronación de un torneo que muchos aún recuerdan como “el Mundial del arreglo”.