Eduardo Amadeo*
Antonio Cafiero, un grande
Antonio Cafiero, a diferencia de tantos otros "colegas", siempre hizo lo que proclamaba. Se entregó voluntariamente a prisión, dos veces, para defender su honor. Acusado de "soplón", no vaciló en denunciar a sus pares Senadores en uno de los escándalos de corrupción mas graves de la historia política. En una reunión de gabinete, siendo Gobernador, ante un grave conflicto ético, nos dijo: "pregúntense cada mañana para qué hacen política. Si no encuentran una respuesta noble, les pido que dejen la política y el cargo".He sido un afortunado testigo y acompañante privilegiado de su vida. Entré al peronismo -y a la política activa- por la puerta de su estudio de economista allá por 1968. Al día siguiente de comenzar, recibí la primera lección de lo que sería su mensaje: me invitó a una reunión de reflexión en la que estaba todo el arco político argentino: radicales, demócratas cristianos, socialistas y obviamente peronistas. Discutían con pasión y respeto las potenciales salidas a la dictadura de aquel tiempo.
Con la misma pasión por la democracia, durante los 40 años posteriores Antonio fue juntando voluntades, poniendo el cuerpo, arriesgando todo su capital político, abriendo caminos de pensamiento en esta eterna suma de conflictos, sueños y frustraciones en la que se convirtió la Argentina.
Fue tan fuerte su opción por la democracia que arriesgó su vida y su carrera política para defender a un adversario como Raúl Alfonsín en uno de los momentos más críticos de su Gobierno: la rebelión de Semana Santa en 1987. Detrás de la histórica foto juntos en el balcón de la Casa Rosada, hubo un Antonio Cafiero arriesgando su vida, entrando solo al cuartel de Campo de Mayo a decirle de frente a los sublevados que debían deponer su actitud. Y luego, cuando la economía temblaba en 1988, en lugar de actuar de manera instrumental y egoísta, puso toda su fuerza política para tratar de evitar la catástrofe. Y perdió la Presidencia.
Cuando decidió fundar la Renovación Peronista, confrontando un aparato político omnipotente que se había apropiado de símbolos y estructuras, y anatematizaba a quien se animase al disenso, podía dar un salto al vacío o haberse quedado en silencio. No había aplausos para los audaces, pero eligió el camino en el que creía.
Antonio Cafiero, a diferencia de tantos otros "colegas", siempre hizo lo que proclamaba. Se entregó voluntariamente a prisión, dos veces, para defender su honor. Acusado de "soplón", no vaciló en denunciar a sus pares Senadores en uno de los escándalos de corrupción mas graves de la historia política.
En una reunión de gabinete, siendo Gobernador, ante un grave conflicto ético, nos dijo: "pregúntense cada mañana para qué hacen política. Si no encuentran una respuesta noble, les pido que dejen la política y el cargo".
En sus últimos años, acentuó la curiosidad que siempre había tenido por el pensamiento creativo. Sus fines de semana combinaban la pasión boquense con interminables diálogos sobre el país y el mundo según los pensadores contemporáneos.
El peronismo, que él tanto amó, ha ido cometiendo una y otra vez el error de convertirse exclusivamente en una maquinaria electoral solo obsesionada por el poder, en lugar de ser un verdadero partido político que sostenga los ideales, forme nuevos dirigentes y sobre todo sea capaz de dialogar con los demás sectores de la vida política y social. Es decir, un peronismo que hace rato que dejó de escuchar a Antonio Cafiero.
La malhadada idea de "no se puede gobernar sin el peronismo" nunca formó parte de aquello en lo que Cafiero creía y por lo que luchó. Nadie es irremplazable, pero no son muchos los que pasan por la vida dejando una herencia tan noble y comprometida como la de Antonio.
* Eduardo Amadeo, exdiputado y exembajador de Argentina en EE UU, es miembro de la Fundación Pensar. Twitter @eduardoamadeo. publicado en el diario El Pais de España.