EDITORIAL

El MPN y sus misterios en tiempos violentos

El drástico giro después de un hecho impactante. Lo que se traduce desde la Legislatura. Los gremios, unidos. Los enfoques sobre un hecho que todos vieron. Una realidad en medio de la transición.
sábado, 24 de septiembre de 2016 · 19:37

El drástico giro de escenario político-social que provocó el incidente entre gremialistas y policías en una oficina pública del gobierno neuquino, ha dejado al descubierto la siempre feroz interna del MPN, el partido gobernante. Esa realidad que permanece como rasgo desde el origen mismo del partido que siempre ha gobernado, entreteje acciones y enfoques con el resto de los partidos y sectores políticos, incluidos los sindicatos. Tal es la dinámica en la política neuquina, que la hace igual y distinta al resto de los distritos nacionales. Igual, porque en otras partes pasa lo mismo con los oficialismos vigentes; distinto porque en otras partes no hay MPN.

El gobierno de Omar Gutiérrez, de pronto tiene plena conciencia de que está solo en la construcción de su espacio. Las situaciones difíciles suelen evidenciar estas cosas, que son obvias generalmente, aunque con la sintomatología del marido engañado: lo saben todos los vecinos antes que el propio involucrado.

Esta brusca asunción de la impiedad emepenista hacia quienes pretenden modificar estatus afirmados, podrá o no acelerar cambios que hace rato se tenían esbozados a modo de ensayo teórico. La lógica indica que nada se cambiaría en el corto plazo, para que no se interprete como debilidades y ansiedades de un gobierno novato; pero que la construcción de espacio propio que teje la renovación generacional, que es inexorable, deberá en algún momento barrer vestigios del pasado reciente, para tener simplemente el pleno control de un Ejecutivo singular como es el neuquino, ramificado en áreas de poder, difícil de centralizar por su propia magnitud y su existencia de muchos años.

Después del incidente en el ministerio de Seguridad, mientras el jefe de la cartera, Jorge Lara, estaba con el gobernador Gutiérrez en un acto institucional de entrega de equipamiento a la Policía conducida por Raúl Liria (hecho paradojal, impactante en su simultaneidad), se produjeron dos marchas: una, multitudinaria, de los sindicatos estatales, unidos en el espanto antes que en el amor, pero unidos al fin, cuestionando al poder político que les da de comer, a veces satisfactoria, a veces sin satisfacción necesaria; la otra, propiciada desde la policía "rebelde” y desde los sectores opositores internos, reducida en cantidad, aunque importante en su significación política en épocas de "derechización” del enfoque político hacia el tema seguridad. Las dos marchas fueron contra el gobierno de Gutiérrez.

Mientras sucedía esto, el contexto político reflejado en buena medida en la Legislatura, muestra el avance de la construcción renovadora del MPN, en los proyectos de Defensor del Pueblo, reforma política, y acceso a la información del Estado por parte del público. En estos proyectos, que constituyen en verdad el esqueleto político de lo que el MPN pretende ser bajo la conducción de ese dúo de solistas que constituyen Gutiérrez y Rolando Figueroa, se juega algo un poco más profundo de lo que el cinismo del poder emepenista le asigna, desde los cuarteles de los que hacen "política”, es decir, de los que hacen lo que muchos políticos creen que es la política verdadera, no la que se le muestra a los giles, es decir, a los ciudadanos.

En verdad, lo que Gutiérrez-Figueroa quiere hacer, es conectar lo que se hizo en los períodos de gobierno de Jorge Sobisch (enmienda y reforma constitucional, proporcionalidad legislativa, autarquía de poderes, etc.) con otros cambios ahora necesarios para modernizar la concepción institucional de la política. Se opina, en el gobierno, que sin modernizar estos aspectos, no se podrá construir una opción valedera para los tiempos que se vienen. Y, sin esa opción, sin esa modernización inevitable, se podría venir abajo la estantería que ha construido el MPN. Y, con ella, todo el poder como se ha concebido hasta ahora en la provincia.

Así, el MPN pretende controlar la situación coyuntural con perspectiva de futuro. Por ejemplo, en la reforma política se quiere mayor transparencia, terminar con el elevado nivel de complejidad culposa que el propio partido provincial construyó durante la última década; pero al mismo tiempo se buscará enterrar lo más posible el balotaje como opción, las PASO, que se consideran incluso inconstitucionales según la carta magna provincial, e incluso demorar la aplicación del voto con tarjeta electrónica. Estas intenciones hablan a las claras de que el MPN negocia tanto con el macrismo como con el kirchnerismo residual o nuevo peronismo en formación; y de que la Legislatura, en manos principales de Figueroa, no es una cuestión menor en la estrategia general planteada.

Mientras, la sociedad asiste al debate sobre las acciones violentas, sus consecuencias, y el rol que le cabe a los sindicatos, al gobierno y a la Justicia. A diferencia de lo que pasó con el asesinato de Carlos Fuentealba, en 2007, esta vez no hubo un muerto, pero fundamentalmente, no hubo versiones, sino imágenes concretas. De afuera, de adentro, desde todos los ángulos, las cámaras de seguridad (uno de los argumentos tecnológicos de la época) mostraron todo, y todo aquel ciudadano interesado pudo ver qué fue lo que pasó en las oficinas de Santiago del Estero y Juan B. Justo.

Lo evidente de las imágenes no consiguió evitar las interpretaciones contrapuestas desde la ideología. Lo que para unos fue una salvaje agresión del poder contra un trabajador, para otros fue una muestra más del ejercicio violento de los sindicatos estatales. La Justicia no ayudó mucho, por ahora, dividiendo en dos causas lo que el sentido común (más allá de los tecnicismos acerca de la diversidad de delitos cometidos) indica que debería ser una sola investigación: esos no más de cinco minutos en los que unos quisieron entrar, otros impedir la entrada, para después sucumbir a la gresca, en la que los manifestantes golpearon sin piedad a un policía, mientras otro uniformado respondió apretando el gatillo e hiriendo en el pecho a uno de los atacantes.

El balazo, es casi obvio, no puede desprenderse de la situación. Todo estuvo relacionado, es casi elemental para cualquier persona, sea letrado o iletrado. La Justicia actuó con la culpa del poder y formuló cargos rápidamente al policía que disparó. Tardó más en hacer otra causa para determinar la responsabilidad de los sindicalistas que agredieron, golpearon y mandaron al hospital a otro policía. No hay razón ni sentido en esto: ¿es más tentativa de homicidio usar un arma que patear en el piso a una persona? La Ley, como decía el viejo aforismo criollo, es tela de araña. Para complicar más las interpretaciones fulminantes, con rapidez de Facebook y de Twitter, la Justicia aplicó prisión preventiva para después determinar, en otra instancia, su calidad de domiciliaria. Los ultras de un lado salieron a decir que se liberaba a un asesino en potencia; los ultras del otro lado, a festejar que se había reconocido la facultad del policía de defender su vida con el arma reglamentaria. Circularon fotos del policía Fabián Escobar junto a su madre, como si fuera una estampita de culto. Se entra con facilidad en el espacio del delirio tremendo, esa sintomatología propia de los alcohólicos y de los fanáticos.

Al fin, queda una sensación de inestabilidad emocional social importante. Es un contexto al que deberá prestarse mucha atención, sobre todo porque todavía falta (bastante) para que el país se equilibre, abandone esta transición dificultosa, y encare un rumbo definido.

Rubén Boggi

 

 

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