LA IMPOSIBLE CONVIVENCIA VIAL

Pedalear y morir en el intento

“Se meten por cualquier lado”, “nunca usan casco”, o uno que también es clásico: “no usan luces y hacen lo que se les canta”, los argumentos de quienes no aprendieron a respetar.
lunes, 18 de noviembre de 2024 · 18:35

“Se meten por cualquier lado”, “nunca usan casco”, o uno que también es clásico: “no usan luces y hacen lo que se les canta”, son algunos de los argumentos que utilizan quienes todavía no aprendieron a respetar a los ciclistas -ni a los transeúntes-, y peor todavía, que no aceptan la obligación de compartir las obras públicas viales con el resto de los actores sociales, además de los reyes de la ciudad: los automovilistas.

Suelen ser esos mismos que a menudo se puede ver estacionados en la vereda por “miedo a la inseguridad”, que bloquean rampas para personas con discapacidad “porque nunca hay lugar”, o que pasean a sus mascotas por las ciclovías y bicisendas “porque las veredas son un desastre”.

Las ciudades parecen, de una forma cada vez más evidente, ser creadas para automóviles, y cada vez menos se evidencia el interés de que las personas y ciclistas puedan sentirse a gusto en la vía pública.

No parece nada extraño entonces, el balance que las direcciones y secretarías de Tránsito elaboran al cierre de cada fin de semana, con choques fatales, borrachos incrustados en alguna vivienda -o hasta en la comisaría- y la última tendencia: autos que atropellan a ciclistas y desaparecen.

Si bien es una realidad que hay usuarios de bicicletas que no utilizan las medidas de seguridad reglamentarias ¿acaso no es frecuente ver autos sin luces, con las ruedas gastadas, sin limpiaparabrisas, o directamente que no están en condiciones de circular?

Los argumentos carecen de sustento, pues alegar que “no tienen luces” debería ser un motivo más alarmante, para evitar un siniestro que podría terminar en un desenlace fatal.

Sin ir más lejos, cada fin de semana, cientos de personas se lanzan al volante con graduaciones alcohólicas que van en contra de toda norma. Esa debiera ser la mayor preocupación, sumada al exceso de velocidad, que también impide reaccionar frente a cualquier imprevisto.

Ese imprevisto podría ser una persona desprevenida que cruzó un semáforo cuando no debía, un ciclista sin casco, el perrito que se le escapó a alguien o un bebé que evadió la atención de sus padres.

También podría ser un pozo, badén o lomada, o el más temible, un charco que ensucie la carrocería de su vehículo, pero frente a eso, siempre hay tiempo para frenar -a 0 km/h. si es necesario- y no verse afectado por el obstáculo.

Es sumamente improbable que la frenada exagerada sea frente a la vida de otro ser. En esos casos, siempre están a disposición los argumentos enunciados más arriba, frecuentemente: “se meten por cualquier lado”.

Si bien cada actor social tiene la obligación de circular con las medidas correspondientes, también es obligación de cada ciudadano, respetar la vida de las demás personas. Eso es lo que sienten muchos vecinos y vecinas que cada día, se aventuran a bordo de dos ruedas y pedales, para llegar con vida a sus trabajos, escuelas y demás lugares. No todos lo consiguen, como fue el caso de Micaela Blanco y tantas otras personas que mueren en las rutas y que, a diferencia de quienes pueden, no lo hacen a bordo de un automóvil o una motocicleta.

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