DOLOR

Murió el cantor, el amigo entrañable

La muerte de Horacio Chiquito Díaz, y una huella que quedó marcada en una época de Neuquén.
sábado, 28 de agosto de 2021 · 15:00

Así de simple la noticia y de  grave el dolor. Se murió Horacio Chiquito Díaz, el cantor pampeano que llegó a Neuquén en el año 1984 y se incorporó al mundo de la música con su dulce y profunda voz. Perteneció entonces, al Grupo Sanampay, dirigido por el maestro Labrín y desde allí comenzó a sembrar amigos. 

Lo conocí cantando, inmediatamente sentí que esa voz decía mucho más.

Fue un encuentro que perduró en el tiempo. Compartimos muchas cosas que hacen bella la vida y su razón de vivirla. La construcción del Centro Cultural Simón Bolívar, ha sido quizás lo más importante de aquellos días, junto a Tito Gutierrez, Julia Calderón, Eduardo García, Patricia Largo, Daniel Salinas, Angela Avila y los que acercaron sus ganas y fuerzas.

La casa se pobló de amigos que llegaron de todos lados. Guitarras, canciones, abrazos hicieron del lugar un faro en la Patagonia, el del amor y la amistad y la certeza de crear lazos indestructibles con compañeros de América Latina. La lista es inmensa donde Falú y Hamlet, los Hermanos Nuñez y Carnota, Marziali y Tejada Gomez, Baglietto y León, los Rosarinos y Magma tejieron horas inolvidables alrededor de la mesa entre vinos, mates e historias. 

Con Chiquito vibramos el país que se venía con la democracia, los sueños que contábamos en Radio UNC- CALF, en Radio Comunidad, las peñas barriales de los reencuentros, la trama de los días y sus quehaceres solidarios. En la intensidad diaria, hubo lugar para los hijos de ambos con el amor posible e irrenunciable.

Con él conocí más de la música latinoamericana de la que era un admirador y conocedor convencido, descubriendo autores y compositores, poetas y cantores.

Hoy se murió Chiquito y pienso en cuántos se van poco a poco en la empecinada labor de la vida, y ante la revelación de su trampa, se prende la alarma del tiempo y recogemos el desafío: no olvidar, porque en ese olvido también nos vamos. Hoy lo despido con tristeza, pero recuerdo los llantos y risas compartidas, las madrugadas de música y amigos, los enormes silencios de la llanura de su pampeanidad, y sonrío, mientras la lágrima me consuela. La herida cerrará y dejará su marca, porque hay quienes llegan a nosotros para quedarse para siempre.

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