En el mundo de la política sobran los lujos, las camionetas blindadas y los autos de alta gama. Pero José “Pepe” Mujica siempre fue la excepción. El ex presidente de Uruguay, conocido por su austeridad y su estilo de vida sencillo, solía moverse en un modesto Volkswagen Fusca celeste de 1987. Un auto tan simbólico de su filosofía de vida, que un día fue tasado en un millón de dólares… y él lo rechazó sin dudar.
La anécdota ocurrió en 2014, durante la cumbre del G77+China en Bolivia. Allí, un jeque árabe quedó tan impresionado con el pequeño vehículo que ofreció un millón de dólares para llevárselo. Pero Mujica, fiel a sus principios, declinó la oferta.
“Ese auto me lo regalaron unos amigos. No lo puedo vender. Me daría vergüenza”, explicó en su momento.
La historia no termina ahí. Poco después, el entonces embajador de México en Uruguay, Felipe Enríquez, fue más allá y le propuso a Mujica cambiar su Fusca por diez camionetas doble tracción nuevas. Tampoco aceptó.
Mujica no solo usaba el auto como medio de transporte. Era un símbolo. Una declaración de principios. El testimonio rodante de que se puede gobernar sin dejarse seducir por los lujos del poder. “Mientras viva, va a estar en mi galpón. De vez en cuando lo saco para dar una vuelta”, dijo alguna vez.
Ese viejo escarabajo no es solo un auto: es parte de la historia de Uruguay. Una muestra tangible de que la coherencia, en política, todavía existe. Posiblemente vaya a parar a un museo, a menos que alguien decida facturar.