CRISPACIÓN EN RECOLETA

Hay fuego en el polvorín, y la bomba sigue activada

El sábado fue una síntesis del violento sainete nacional, y tras serios incidentes en Recoleta, se llegó a un precario acuerdo que no asegura nada para el futuro.
sábado, 27 de agosto de 2022 · 23:43

Tal vez los principales dirigentes políticos del país no se den cuenta que están jugando a encender fuego parados encima de un viejo polvorín repleto de explosivos. Tal vez sea solo una sensación de algún atribulado ciudadano nacido, criado y envejecido en un país rebosante de una violencia extrema, cíclica, jamás superada.

Lo cierto es que Argentina, al borde de un colapso económico y social, agregó a su lista de penurias una escenificación oscura de un proceso electoral en ciernes, y puso en escena esa parodia de movilización insurrecta promovida por la consigna “si tocan a Cristina (Kirchner) qué quilombo se va a armar”.

El sainete, que puede ser comedia o tragedia o todo junto, siempre en clave farsesca, puso sobre el escenario a las principales figuras del elenco.

El presidente Alberto Fernández expresó su “más enérgico repudio a la violencia institucional desatada por el Gobierno de la Ciudad (gobernada por Horacio Rodríguez Larreta, es decir, Juntos por el Cambio)”, frente a la “masiva manifestación de ciudadanas y ciudadanos” que se expresaban aparentemente haciendo uso de la “libertad y en democracia”.

El jefe de Gobierno de Buenos Aires, después de una urgente reunión y tras llevar a 12 de sus policías al hospital, aseguró que había un “plan sistemático” para ocupar el espacio público, e instó a la vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner, a “asumir la responsabilidad de que la gente se retire pacíficamente”.

Cristina Kirchner, tras los conciliábulos, salió de su coqueto departamento de la encendida Recoleta, y entre el humo de los humildes, aunque cada vez más caros, choripanes, le sugirió a “su” pueblo que volviera a descansar al hogar, no sin antes recordar que había una supuesta competencia entre arteros políticos y otros miembros de la confabulación histórica para ver “quién odia más al peronismo”.

¿Qué precario acuerdo se tejió en esa apurada reunión que procuró calmar la agitación insurrecta en el barrio más reputado de Buenos Aires? En ese encuentro se pactó solo a corto plazo, se afirma. Una especie de tregua para desactivar la presión alrededor del sagrado departamento de la enjuiciada vicepresidente de la Nación, tomar aire, y que el fuego que habían soplado entre todos, por acción u omisión, no terminara quemándoles el trasero a quienes pretenden tener un buen desempeño electoral el año próximo.

Sin embargo, la bomba sigue activada. Es posible que el país transite los próximos meses en medio de una nueva incertidumbre, agregada a la originada por el derrumbe del peso, la caída estrepitosa del poder adquisitivo de los salarios, y las secas bóvedas del Tesoro Nacional: la paz social, que nunca fue del todo cierta, ya es solo una frase hueca, una expresión utópica de deseos.

No hay paz si no hay justicia. Y no hay justicia si, intencionalmente, se alienta a dejar de creer en ella desde los cargos políticos más altos de la institucionalidad argentina.

El riesgo es tan grande, que se torna incomprensible.

Tal vez, solo tal vez, sea esa posibilidad de no entender lo que se pretende hacer, lo que termine salvando a la sociedad argentina.

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