INFORME ESPECIAL

A dos años del último día normal del mundo…

Se cumple el segundo aniversario de la crisis mundial más importante de nuestras vidas. De todo lo que pasamos… ¿aprendimos algo?
domingo, 20 de marzo de 2022 · 00:00

Sobre el filo del 2019 el mundo giraba, como si nada, sin saber que a la vuelta de la esquina lo esperaba una crisis sanitaria, económica, y social sin precedentes, que llegaría de manera paulatina pero implacable a cada uno de sus rincones. Las noticias al 30 de diciembre de ese año hablaban de una rara enfermedad que afectaba al poblado de Wuhan, en China, pero no había de qué preocuparse ya que “según las autoridades todo estaba bajo control”. Alerta de spoiler: no lo estaba. Un día después la OMS reconoció a esta afección como un virus respiratorio derivado del SARS, y entonces el gigante asiático decidió poner en “cuarentena” a toda la ciudad. El concepto de “cuarentena”, antes mayormente visto en películas o leído en novelas, hoy es de lo más común, y todavía se debate sobre su efectividad…

Es que en dos años de pandemia, la cantidad de conceptos acuñados, adoptados y procesados por la sociedad en relación al tema fueron muchísimos. Aprendimos sobre protocolos, sobre el uso correcto del barbijo (aunque 9 de cada 10 personas dejen la nariz afuera), acerca de las distintas fases en el proceso de una vacuna, y hasta la geopolítica hizo de las suyas.

Haciendo una dura cronología, recapitulamos que, con el virus circulando ya por todo el mundo, el 3 de marzo de 2020 se registra el primer caso de coronavirus en Argentina: un hombre de 43 años que había viajado a Italia, y cuatro días después el país registraba su primera víctima fatal. Pero recién el 11 de marzo, la OMS declaró al brote de coronavirus como una “pandemia”.

La incertidumbre era total en todo el mundo, y la región no fue la excepción. Esto sabían los neuquinos a mediados de marzo del 2020 sobre el coronavirus:

 

 

Barbijos sí, barbijos no, barbijos sí otra vez. Alcohol en gel, lavado de manos, desinfección de superficies y productos ajenos a nuestro hogar. Toma de temperatura, cámaras infrarrojas, e identificación de síntomas. Teletrabajo (para quienes podían), se suspendieron las clases y luego… ASPO: Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio en todo el territorio nacional. El presidente Alberto Fernández habló en cadena nacional y determinó que durante el plazo comprendido entre el 20 y el 31 de marzo de 2020 “todos debían quedarse en sus casas” y las fuerzas de seguridad controlarían que eso fuera así.

 

Todo lo que vino después sigue fresco en nuestra memoria. Sobre todo lo que nos pasó a nivel emocional. Perdimos contacto físico con familiares y personas queridas. Hubo ejemplos irracionales de restricciones como el impedimento al papá de Solange de acompañar a su hija en sus últimos momentos. Se acabaron los mates compartidos, los abrazos fraternales, los besos apasionados, y hasta se dejó de usar “darse la mano” como saludo o para cerrar un acuerdo. Ahora es con el puño. Un puño que nos golpeó a la cara con un nivel de contagios sin precedentes, con cementerios abarrotados de muertos, con terapias intensivas colapsadas, y con un sistema de salud que debió ponerse a tono a la fuerza y con celeridad, porque el tsunami del virus arrasaba todo a su paso. 

 

Los trabajadores de la salud pasaron por todos los estados: desde los aplausos multitudinarios a las 9 de la noche, a la discriminación en consorcios de edificios cuando el miedo era irracional. Y su trabajo incansable (pero extenuante para ellos) los convirtió en héroes. Aunque también había irresponsabilidad social, y la pandemia se terminaba por un rato solo para “los que podían”.

 

¿Qué fue lo que cambió el juego? Ciertamente, las vacunas. Con su llegada, la esperanza se renovó, los índices de contagios y muertos comenzaron a descender, el alivio inundó los cuerpos, las calles y los trabajos. Llegó el DISPO (Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio). Las reuniones con amigos, las idas al cine, al teatro, al boliche se fueron “normalizando” hacia una “nueva normalidad”. 

 

“Yo espero la Pfizer, es la más segura”; “Ojalá me toque la Sputnik, protege mejor”; “¿Vieron los datos de fase 3 de Sinopharm?”. Antes era el clima, pero luego en eso se transformaron las conversaciones de ascensor de ciudadanos de a pie, sin formación académica en ciencias médicas, pero con opinión acerca de algo tan complejo como la producción de vacunas. Primeras, segundas, terceras dosis (¿se viene la cuarta?).

 

Marchas anticuarentena, funcionarios antivacunas y anticuidados, vacunatorios VIP, y festejos de cumpleaños sin justificación, fueron solo algunos de los desaciertos de la política, que mostró por momentos su cara más miserable, en ambos lados de la grieta. 

Y en el medio, la sociedad. Una sociedad que debió aprender a subsistir en medio de una crisis sin precedentes, que se llevó cientos de miles de vidas, empleos y relaciones. Una sociedad que debió reinventarse a la fuerza. Que aprendió a los ponchazos que la salud es lo más importante, y que su cuidado viene de la mano del amor, y que si eso se cae, como dice la canción, “todo alrededor se cae”. 

 

La pandemia no terminó, y nuestra vida, por más que cada día se parezca más a la del 2019, ya no será la misma, por lo menos hasta dentro de algunos años. Cómo miramos al otro también cambió. El virus nos requirió tomar distancia, nos hizo mirar al otro como una fuente de contagio. Una simple tos conllevaba una catarata de miradas de enojo. Un estornudo, la bomba atómica. Volver a “mirarnos” sin vernos como una amenaza va a llevar tiempo, pero no será imposible. De hecho, ya está sucediendo. Ojalá la suerte, la ciencia y los anticuerpos quieran que dure la buena y se mantenga… ¡hasta la próxima pandemia!

 

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