La escena fue tan inesperada como dolorosa. En el camino que conduce al basural de Chos Malal, un sector donde no está permitido arrojar residuos, vecinos advirtieron durante el fin de semana el descarte indiscriminado de una gran cantidad de libros. Las imágenes no tardaron en circular y despertaron indignación por lo que representan: páginas de conocimiento tratadas como basura.
Quienes transitan habitualmente ese acceso suelen hacerlo para depositar residuos voluminosos que no son retirados por el servicio domiciliario. Sin embargo, esta vez lo que apareció desparramado a la vera del camino no fueron restos de obra ni chatarra, sino material bibliográfico, apilado y abandonado sin ningún tipo de cuidado.
El hecho excede largamente una infracción ambiental o una falta administrativa. Tirar libros es tirar historia, educación y memoria colectiva. Cada ejemplar encierra ideas, contextos y saberes que forman parte del capital cultural de una comunidad, aun cuando ya no estén en circulación comercial o escolar.
Los libros no caducan. Pueden perder actualidad, pero no valor. Siguen siendo herramientas de aprendizaje, consulta y reflexión, especialmente en localidades donde el acceso a material cultural no siempre es sencillo.
El desprecio por el conocimiento
La imagen de libros camino al basural interpela de lleno a la sociedad. No se trata solo de qué se tira, sino de cómo se concibe el conocimiento. En tiempos donde se habla de educación, identidad y arraigo, el abandono de material cultural expone una mirada utilitaria que reduce el saber a un objeto descartable.
Además, el lugar elegido agrava la situación: se trata de un sector no habilitado para la disposición de residuos, lo que suma un componente de irresponsabilidad ambiental.
Alternativas que nunca se consideraron
Existen múltiples opciones que podrían haber evitado este final. Donaciones a bibliotecas, escuelas, organizaciones sociales, ferias de intercambio o incluso espacios comunitarios son alternativas al alcance de cualquiera. Nada de eso ocurrió.
Por eso, la pregunta que flota es incómoda pero necesaria: ¿cómo se llega al punto de tirar libros como si fueran escombros?
Que el destino final del saber no sea el basural depende, en gran parte, de una decisión colectiva: revalorizar la cultura y entender que el conocimiento nunca es desecho.