Para pensar

¿Para qué sirve la Historia?

¿Cuándo es demasiado tarde para perseguir el pasado? ¿Cómo podemos comprender aquellos hechos históricos inamovibles que cambian constantemente en nuestras mentes? ¿Cómo podemos aprender de la Historia sin caer en el peligroso juego de aplicarle nuestros valores, paradigmas y prejuicios contemporáneos? 
miércoles, 13 de octubre de 2021 · 15:23

Cuando estaba en el colegio, mis profesores me miraban extrañados cuando descartaba tan rotunda y rápidamente la opción de estudiar Letras y Literatura en la universidad. Y tiene sentido. Les resultaba incomprensible que una amante y difusora de la lectura como yo no fuese a encaminarse en aquella aventura que se presentaba como natural. Inequívoca. Destinada a ser. ¿Cómo podía mirarlos a la cara y decirles que quería contar historias por el resto de mi vida pero al mismo tiempo no elegir ese trayecto universitario? Algunos de ellos no se molestaron en comprenderlo. Otros, en cambio, vieron lo mismo que yo en la Historia cuando elegí dicha disciplina para mi carrera de grado. Una extensión de mi pasión por los relatos, otro ámbito donde aprender y educar a otros tal como lo venía haciendo en el mundo de la Literatura, un nuevo espacio donde entender el mundo a mi alrededor. Otra gran historia. Y tanto en aquel entonces como en mi día a día soy examinada de arriba a abajo con mis veinte años de edad y me preguntan: “¿Y de qué sirve la Historia? ¿A quién le importa?”

Supongo que dichas preguntas me acompañarán por mucho tiempo, pero indudablemente encuentran su eco en el mes de octubre. El advenimiento del doceavo día del mes, cuando Cristóbal Colón llegó a América en 1492, trae consigo numerosas controversias. Desde el “Día de la Raza”, el “Día de la Hispanidad” y el “Día de Colón” a conmemoraciones solemnes o festivas de las comunidades indígenas latinoamericanas y sus derechos contemporáneos, el pasado nos acecha en esta temporada del año. Por ahí no pensamos a menudo en los sucesos que ocurrieron hace siglos en los lugares que habitamos, pero octubre suele ser la excepción. Es entonces que empezamos a pensar en si la palabra “indio” es problemática o no a la hora de referirse a los pueblos indígenas. 

Es entonces que reflexionamos sobre qué pasó en este territorio con aquellos sujetos que se sienten tan cercanos a nosotros pero al mismo tiempo tan lejanos. Es entonces que dudamos sobre qué vocabulario usar, cómo entender los hechos y cómo juzgarlos sin caer en nuestros prejuicios, valores y paradigmas del siglo XXI. Y eso, creo yo, es para lo que sirve la Historia.

 

 

"El trabajo de Wingate tiene muchísimo que decirnos sobre la importancia de leer ficción histórica".

 

 

Otro gran relato sobre los seres humanos

Bajo esta égida es que El Libro de los Amigos Perdidos de Lisa Wingate se convierte en una novela espectacular para leer en estos momentos. No es un libro relacionado a América Latina o a sus comunidades indígenas, aunque sí a la esclavitud. Pueden encontrarse similitudes entre ambos temas, pero no es por ello que uno de los últimos libros publicados en español por el sello Umbriel de Ediciones Urano me parece pertinente. Muchas novelas pueden acompañar el mes de octubre, por supuesto, pero el trabajo de Wingate tiene muchísimo que decirnos sobre la importancia de leer ficción histórica. Tal como la disciplina de la Historia, aquel género literario que no se ajusta a todos los gustos o preferencias es sumamente relevante en nuestra vida cotidiana, incluso cuando no somos conscientes de ello.

El Libro de los Amigos Perdidos sigue dos historias paralelas aunque temporalmente distantes. Por un lado, viajamos a Luisiana, Estados Unidos, en 1987, para leer sobre la historia de auto-aprendizaje de una profesora de una escuela rural. Por el otro, nos transportamos a 1875, donde seguimos las vidas de tres jóvenes mujeres emprendidas en diversas misiones. Lavinia, heredera de una plantación que le ha sido arrebatada, y Juneau Jane, su hermanastra, se embarcan en una travesía en busca de aquella propiedad que les ha sido robada. Aunque sus luchas y escenarios post-coloniales pueden resonar bastante con nuestro propio pasado argentino, la historia de otra protagonista, Hannie, es la más pertinente del relato.

Tras la Guerra de Secesión de Estados Unidos, los esclavos liberados comenzaron a buscar a sus seres queridos desaparecidos o vendidos, usando anuncios en diarios bajo los titulares de “amigos perdidos”. Hannie encarna una de esas historias. Una vez librada jurídicamente de la esclavitud, la esperanza de encontrar a la familia que perdió la impulsa a viajar por el país luego de la guerra, deseando que no sea demasiado tarde.

 

 

"Nos sumergimos en el ayer ya predispuestos a encontrar ciertas representaciones del pasado y ciertas respuestas a preguntas como ' ¿de dónde venimos?'  y '¿quiénes somos?' ".

 

¿Pero cuándo es demasiado tarde para perseguir el pasado? ¿Cómo podemos comprender aquellos hechos históricos inamovibles que cambian constantemente en nuestras mentes? ¿Cómo podemos aprender de la Historia sin caer en el peligroso juego de aplicarle nuestros valores, paradigmas y prejuicios contemporáneos? Volvemos al pasado con emociones del siglo XIX, con nuestros miedos, esperanzas y dolores, con nuestras vergüenzas y orgullos. Nos sumergimos en el ayer ya predispuestos a encontrar ciertas representaciones del pasado y ciertas respuestas a preguntas como “¿de dónde venimos?” y “¿quiénes somos?”. Pero no por eso cambiamos los hechos de siglos anteriores. A veces, este viaje implica hablar de maneras diferentes, usar otro vocabulario, adentrarse en mentalidades distintas y transitar los pasos de individuos que eran tan humanos como nosotros pero al mismo tiempo habitaban contextos opuestos.

Esa es la esencia de El Libro de los Amigos Perdidos, así como de otras grandes novelas de ficción histórica ambientadas en el pasado pero hablando, ya sea directa o indirectamente, sobre nuestro presente. Es mentira que no podemos cambiar el pasado. La manera en la que los juzgamos desde el presente altera nuestro entendimiento de los hechos. Nuestra predisposición a comprender algo como “bueno” o “malo” modifica la naturaleza del suceso. La Historia es nada más y nada menos que otro gran relato sobre los seres humanos. Y siempre, tanto hace siglos como este mes, tenemos la oportunidad de tomar esas historias con ambas manos, escucharlas, debatirlas con otros, y aprender como individuos y como sociedad.

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