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Lunes 27 de Octubre, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños (43da parte. Partir y no morir un poco)

De regreso a Estados Unidos, los investigadores evalúan qué fiscal podrá armar el caso contra el Cardenal.

Lunes, 27 de octubre de 2025 a las 19:34
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El guisado preparado por Joe era una auténtica obra de arte. La combinación de diversos cortes de carnes y vegetales varios así como la salsa reforzada con algunas pintas de cremosa y negra “stout”, definían como nada la identidad culinaria de los irlandeses y daba el marco adecuado a nuestra cena de despedida antes de emprender nuestro regreso a América.

Faltaban algunos minutos para servir ese manjar por lo que aprovechamos ese compás de espera para comunicarnos con nuestros amores en Nueva York.

Nuestro protocolo de seguridad establecía que nuestras llamadas serían a dirigidas únicamente al numero de Rosalyn, ya que ella era la única que contaba con un identificador de llamadas telefónicas, además de una “línea segura”, libre de interferencias. 

Habíamos combinado una misma hora en la que llamaríamos, Valdez a la clarividente Rosalyn y yo a mi amazónica Lucinda; y así lo hicimos. 

Antes de llamar, Valdez me advirtió que aun no teníamos confirmados ni el “día D” ni mucho menos la “hora H” de nuestra salida, por lo que debíamos evitar dar coordenadas de nuestro viaje de regreso por más irrelevantes que éstas parecieran.

A la hora estipulada, el teniente Valdez tomó el aparato y, tras excusarse, se trasladó hasta el dormitorio en busca de un poco de intimidad. Seria una llamada corta y con muchos códigos y claves en el medio.

El sargento Collins me cedió el turno. Su única familia eran sus padres que vivían en Detroit, Michigan, y a quienes no les había avisado de su viaje para no preocuparlos.

Valdez tardó tan solo unos minutos y Rosalyn le pasó el teléfono a Lucinda. Valdez habló brevemente con mi novia y salió de la habitación haciéndome una seña para que entre al cuarto:

-Sea breve, me dijo al cruzarse conmigo.

-Lo seré, le respondí.

Cuando Lucy oyó mi voz se quebró llorando su norteño portugués:

- ¡¡Eu tenho muitas saudades de voçé...!!

- ¡¡Eu tambén meu amor...!! dije yo. 

Hablamos brevemente y Lucy me dijo que le había pedido a Rosalyn mudarse temporariamente a su casa mientras nosotros estábamos en Irlanda, a lo que Rose accedió de buen modo. Sin sus protectores, las dos necesitaban compañía y Lucy era una buena compañera de habitación, especialmente haciendo milagros brasileños en la cocina.

Salí de la habitación y me senté a la mesa donde Joe estaba sirviendo unas suculentas porciones de su portentoso guisado. Cuando finalizó la ronda, el irlandés se sentó a comer con nosotros mientras analizábamos los próximos pasos a seguir.

El oráculo Valdez 

Una mezcla de temor, ansiedad y pesimismo me atenazaba el alma, pensando en la posibilidad de que se haya producido, o se produzca, una filtración de información acerca de Carmel Flanagan, y haya llegado a oídos del cardenal Mulligan-Flanagan.

A esa altura de nuestra investigación sabíamos sobradamente que, por su condición de autoridad eclesiástica, el cardenal manejaba con destreza kilómetros de líneas de contacto con todos los sectores del “establishment”, tanto en los Estados Unidos como en Europa. Lo único que nos faltaba era que el funesto prelado supiese de los documentos que Valdez portaría en un vuelo comercial de rutina, sin custodia y totalmente librado a su suerte. Los tres éramos un blanco fácil en cualquier lugar y momento en los cuales sus esbirros nos alcancen.

Yo no estaba al tanto de las conversaciones que Valdez y Carmel habían mantenido en la casa de Milly y tampoco sabía de los acuerdos a los que ellos habían llegado. Tampoco sabía si habían discutido el asunto con James Neville, pero tenía plena consciencia de que la integridad el maletín así como la del propio Valdez debían ser para nosotros la prioridad número uno a tener en cuenta.

Yo solo sabía que el contenido de ese maletín de cuero de lagarto marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.

Al terminar la cena, Valdez salió de la casa buscando el aire fresco de la noche y yo fui tras él. Tenía mucha necesidad de exponerle todas mis dudas y sospechas.

Valdez buscó el viejo banco de plaza de madera que había fuera de la casa y tomó asiento, yo me acerqué y le pedí hablar. Accedió invitándome a sentarme junto a él. Yo traté de ir al grano, tal y como él estaba acostumbrado.

-Estoy preocupado, teniente, por el maletín, y también por su propia seguridad. Si algo de todo esto llegó al cardenal, seremos “sitting ducks”, indefensos patos flotando en un estanque, y no preciso decirle lo que nos pasará. 
Por eso quiero saber si ha dispuesto algún esquema de seguridad, algún plan de contingencia, en fin...si tiene algún As bajo la manga
.

Valdez me miró como siempre lo hace ante este tipo de preguntas, a las que responde basándose en una estrategia absolutamente personal, con la que logra disipar el miedo y la preocupación del atribulado consultante.

Empieza, por lo general, mirando fijamente a los ojos de quien consulta, con la mirada de quien trae en su mente la solución del problema, que ha armado desde mucho antes. Ante la pregunta, Valdez únicamente se remite a expresar alguna frase, usualmente tranquilizadora, que saca al interrogador del miedo que lo paraliza:

-Entiendo su preocupación y se lo agradezco, pero no estaremos solos. 

Fin de la respuesta. Un teniente Valdez en estado puro: Breve, claro pero contundente,  desbarata la nube cegadora del miedo y abre la puerta a una esperanza que aun no ha revelado y quien sabe si la revelará alguna vez. 

Décadas de enfrentar la muerte cara a cara esculpieron a este hombre singular que, tras mirar su reloj, me dijo, seguro como un profeta bíblico:

-De un momento a otro sonará tres veces el teléfono de la casa y estaré en condiciones de darle consuelo a sus tribulaciones

¡Sonará tres veces...! Pensé. ¡No puede ser mas bíblico en su metáfora! ¡Ahí está el Valdez al que me refiero, desplegándose en toda su infinita dimensión!.  

Y como no podía ser de otra manera, al terminar la frase, el teléfono de la casa sonó...¡Tres veces! Collins atendió y se asomó al porche para llamar a Valdez:

-Teniente, es para usted, anunció.

Valdez me hizo una seña, indicándome que permaneciera donde me hallaba fuera de la casa, y entró en ella dándole una palmada en el hombro al sargento Collins, quien se quedó a mi lado, no sé si para hacerme compañía o para asegurarse de que no entraría en la casa a escuchar su conversación telefónica, o ambas cosas.

Miré al joven sargento de Detroit y me acerqué a él intentando hablar, pero antes de que yo pudiera pronunciar una sola palabra me cortó en seco:

-Lo lamento, no puedo decirle nada.

-No te preocupes, Steve, solo te iba a dar un beso aprovechando esta noche romántica, le dije, y el se rió con ganas.

Siempre hay un plan B en la mente de Valdez

El teniente habló un rato y luego hizo una llamada, la cual no era tan “top secret” como la anterior, ya que el teniente nos llamó para que pasásemos al comedor a tomar café. 

Con Collins ingresamos en la casa y ahí alcanzamos a escuchar en el auricular del teléfono la inconfundible voz del director de Interpol-Dublin, James Neville, quien se encontraba en Shannon arreglando algunos problemas logísticos de la custodia de Carmel en el hospital.

Escuché a Valdez agradecerle varias veces a Neville, y esperé a que éste terminara su comunicación para hablar con él y sacarme el caudal de dudas que no me dejaba dormir.

Tras colgar el teléfono, Valdez fue a la cocina, donde estaba Joe, y habló con él acerca de la transportación terrestre del día siguiente mientras preparaba una ronda de café. En eso estaba cuando unos golpes, tres para ser precisos, se escucharon en la puerta principal.

Collins corrió a abrir pero, rápidamente, Valdez le ordenó con una seña que se quedara donde se encontraba, también con su arma en mano, mientras él se dirigía a abrir la puerta. 

Aproximadamente a medio metro de la sólida puerta de roble, Valdez se detuvo y todos adentro pudimos escuchar el inconfundible amartillado de su pistola Colt Government 1911 calibre .45 que extrajo de su sobaquera de cuero, y que ahora apuntaba hacia quienquiera que sea que estuviese ahí afuera.
A mi lado, Collins había amartillado su pistola en caso de que la cosa se complicara. Valdez tardó una eternidad en abrir la puerta mientras su mano derecha no dejaba de apuntar al frente.Tras segundos que parecieron eternos, Valdez preguntó en tono imperativo:

-¿Quién es? Y su cuerpo se tensó apuntando hacia la puerta.

-¡Soy yo teniente! Dijo la inconfundible voz del Capitán Comandante de las tropas de Interpol que custodiaban la casa de Milly McFanon.

Todos respiramos, con nuestros corazones aun latiendo como tambores militares.

Valdez des martilló y guardó su Colt en su sobaquera, invitando al Capitán a pasar a beber una taza de café. Con ese gesto, el dominicano nos comunicaba que la conferencia, lo mismo que la conversación con Neville, no sería secreta.

Antes de empezar a hablar, Valdez miró a Joe, quien cumplía un rol fundamental en el grupo como guía y transportista terrestre y le preguntó imperativo:

-¿Sabe usted usar un arma?

Joe lo miró con cierta indulgencia. Mi amigo irlandés había cubierto como corresponsal de guerra no menos de 15 conflictos armados en los cinco continentes, había sido herido en numerosas ocasiones, estando incluso al borde de la muerte y, en no pocas situaciones, tuvo que defenderse a tiros para no morir. 

Sin mostrar orgullo ni arrepentimiento, Joe respondió con suma cordialidad a la pregunta de Valdez: 

-Sí teniente, las usé en muchas guerras, pero especialmente en Viet Nam. Allí fuimos varios los periodistas que portábamos armas y que llegamos a usarlas para defendernos en un entorno de combate adverso, dijo y remarcó:

-Pero le aclaro que no llevo ningún arma conmigo.

El capitán de Interpol metió su mano en un bolso que traía y sacó una ametralladora Sten Mark II S con su característico cargador lateral de munición 9 mm completo, más otros dos cargadores también llenos, y la puso en las manos de Joe diciéndole.

- ¡Bien, ahora lleva una!

Joe miró el arma con una sonrisa y la puso a un costado mientras me decía por lo bajo:

-No sé por qué me acuerdo de aquella emboscada en Phnom Penh.

Y yo me reí. 

Entonces Valdez tomó la palabra:

-El Capitán está aquí para custodiarnos hasta que dejemos atrás Greenbrae y lleguemos al aeropuerto de Shannon, donde nos esperará otro grupo aún mayor de efectivos de la Interpol a las órdenes de nuestro gran amigo James Neville para acompañarnos al sector militar del aeropuerto donde nos esperará un avión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, un C-5M Super Galaxy, especialmente enviado desde la base Mildenhall en Inglaterra con un grupo de Marines americanos quienes nos acompañarán en el viaje de vuelta a casa.
No le comunicamos a nuestros seres queridos la hora de llegada porque no iremos directamente a Kennedy. Nuestro aeropuerto de destino será otro y es una información absolutamente secreta de la cual dependen nuestras vidas y las de muchas otras personas, además de, éxito de nuestra investigación.

No pude evitar preguntarle cómo había logrado armar semejante operativo de seguridad a solo dos días de haber llegado a Irlanda y el teniente respondió:

-Es que tengo un buen amigo en el Pentágono, dijo sonriéndome y continuó: Lo único que puedo decirles es que, luego de aterrizar en territorio americano, iremos en dos helicópteros militares a la instalación que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) posee en Virginia. Allí nos encontraremos con mi equipo de US Marshalls para establecer las líneas a seguir.

-¿Qué pasará con el maletín?, pregunté sin dudar.

-No puedo darles detalles, discúlpenme. Pero seguramente quedará fuertemente en custodia en alguna de las centrales de seguridad federales con las que operamos.

- ¡Por favor teniente, que no sean ni la CIA ni el FBI. Ya nos robaron la Beretta de Norman Blake y nunca nos la devolvieron! exclamé indignado.

-No será así, el Servicio de Alguaciles de los Estados Unidos, al cual yo pertenezco si es que se le olvidó, tiene en este caso la prioridad en la tenencia de toda prueba documental del caso, incluso la incautada en Irlanda, todo esto hasta que se la entreguemos a un fiscal federal confiable y pase a manos de la justicia federal.

-¿Y tiene algún fiscal “confiable” en mente? –pregunté socarronamente- porque, como están las cosas, puede tomarle siglos encontrar uno, a lo que el teniente respondió: 

-Ya sé a dónde quiere llegar y no pienso enojarme por su sarcasmo adolescente. Vea, le voy a explicar algo que usted seguramente ignora: fiscales federales probos y eficientes hay a montones pero necesitamos uno que reúna ciertas condiciones especiales para un caso como éste, condiciones tanto profesionales como personales, y es aquí donde entra en escena mi propia experiencia policíaca de más de 20 años de luchar contra la delincuencia y trabajar con la parte acusadora. En cuanto a su capciosa pregunta, mi respuesta es ¡Sí! Aunque usted no lo crea y su prejuicio anti-policíaco de pseudo intelectual trasnochado del Village no le deje creerlo, tengo a un fiscal federal “en mente” desde la noche en que Norman Blake apareció muerto, exclamó Valdez sin ocultar su orgullo. 

Yo miré a Joe con una sonrisa, pero el teniente se encargó de echarla abajo con un simple comentario:

-Pero no se ufane de nada...no se lo pienso decir.

(Continuará)

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