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Sábado 11 de Octubre, Neuquén, Argentina
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Encuéntrame en tus sueños (42da parte. II El fin del principio)

Se revela el motivo, el nudo de la trama que originó el crimen del pianista, y la historia que desnuda es estremecedora.

Sabado, 11 de octubre de 2025 a las 18:34
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En casa de Milly MacFanon, donde se aloja Carmel Flanagan, el hermano mellizo del cardenal de la ciudad de Nueva York Cian Flanagan para nosotros, Sean Mulligan para el resto del mundo. Carmel Flanagan, el escurridizo y efectivo asesino profesional que eliminó a los más bravos “capos” de las “cinco familias” de la mafia de la Gran Manzana y ha vivido para contarlo. Pero también el velado justiciero freelance que en su raid de sangre liberó a Manhattan de la peste del crimen organizado a finales de los sesenta y principios de los convulsionados setenta.
El criminal que por años tuvo por futuro solo dos cosas: una celda en Sing Sing y la silla eléctrica.

Tras la amistosa bienvenida, inusual entre un asesino fugitivo y un teniente de los USMarshalls, Valdez y el coronel de Interpol, James Neville, ingresaron en la casa de Milly, y se dirigieron hacia el living comedor donde un par de días antes la dueña de casa mostró sus fotografías históricas a algunos presentes, entre ellos, el sargento Stephen Collins y un servidor.

Esta vez eran solo Valdez y Neville. La teniente de Scotland Yard, Virginia Stevenson, quien había dado por concluidos el interrogatorio y la detención de Carmel, se excusó de participar de esa entrevista.

Una vez en la sala, Carmel invitó a los visitantes a tomar asiento mientras él se recostaba en el sofá y se cubría con una manta de lana tejida a mano por la propia Milly.

-Ustedes sabrán disculparme pero no puedo estar mucho tiempo sentado en una silla ni siquiera puedo estar de pie. Creo que saben muy bien de qué estoy hablando.

Los invitados asintieron y Valdez tomó la palabra  acercándose más a donde estaba Carmel. El dominicano manejaba con mucha habilidad los gestos de la empatía, un poco, o mucho, por su ascendencia latina, pero fundamentalmente por los años de servicio como detective de homicidios. Sabia que la cercanía propende a la confesión y a la sinceridad cualquiera sea el interlocutor.

-Hablé con el médico que lo ha venido tratando en Nueva York, lo conozco desde hace muchos años y tengo mucha confianza en él. No estoy aquí para detenerlo, eso no pasará. Le confieso Carmel que solo quiero ayudarle, sabemos muy bien qué lo trajo de vuelta a su aldea y especialmente a MIlly.

-Usted es muy rápido, teniente, y muy inteligente, según dicen y veo. No entiendo cómo no dio conmigo antes. Habría muerto electrocutado en Sing Sing. Otros tiempos, dijo Carmel con cierta melancolía.

-Usted es un espectro en el mundo del hampa neoyorquino, durante años oí hablar mucho de usted, pero era como buscar a un fantasma, un alma en pena, muchos investigadores llegaron a creer que usted era una leyenda urbana.

Carmel soltó una risa franca que abruptamente se ahogó en un acceso de tos que provenía de sus bronquios y pulmones.

Valdez lo miró y le preguntó con la voz calma de un confesionario:

-¿Dónde?

-Pulmones, respondió escueto el irlandés, como si la resignación hubiera ganado la guerra hacía ya mucho tiempo.

-Toda mi vida he sido fumador. Ahora me dicen que esa puede ser la causa del cáncer que me habrá de asesinar en poco tiempo. Lo que no pudieron lograr mis enemigos con todo su poder de fuego lo están consiguiendo un par de células locas. ¡Qué ironía!, exclamó, mientras Milly, reprimiendo ostensiblemente su llanto, se dirigió a la cocina con la excusa de preparar el té.

Valdez, siguiendo con su tono confesional, miró a Carmel y le preguntó:

-¿Qué quiere que hagamos por usted?

-Permítanme morir aquí, en esta aldea donde nací, aquí en esta casa donde vive la única persona a la que he amado y amo todavía con todo mi corazón y donde ella me cuidará en mis ultimas horas. Y también les pido que me protejan y protejan a Milly de quienes pueden querer venir a matarme antes de que Dios lo disponga.

Valdez miró a Neville, quien estaba en total silencio, y éste le devolvió la mirada con un levísimo movimiento asertivo de su cabeza. Parte del acuerdo estaba garantizado: Interpol continuaría custodiando la casa de Milly hasta la muerte de Flanagan. Ante la confirmación de Neville, Carmel se acomodó en el sofá como si de pronto le hubiera llegado toda la tranquilidad que nunca pudo tener en su trashumante vida.

Ahora el turno le correspondía a los federales americanos:

-¿Y qué tiene para ofrecerme, Carmel?, dijo Valdez, ya no en el tono confesional del principio, sino como quien empieza a negociar ferozmente un contrato millonario, aunque sin dinero de por medio.

Carmel llamó a Milly, quien llegó corriendo.

-Mi amor, alcánzame el maletín por favor. Está en el dormitorio junto a la cómoda.

La mujer cumplió con la voluntad del enfermo y volvió de la habitación trayendo en sus manos un portafolios de cuero de lagarto, que parecía estar repleto de documentos, tantos que, imaginamos, costaría trabajo cerrarlo.

Carmel tomo el maletín como quien atesora la historia de su familia y toda su vida y dirigiéndose a Valdez le dijo:

-Aquí tiene usted toda la información que incrimina a mi hermano mellizo Cian Flanagan, o Sean Mulligan como reza el nombre que se inventó el muy cobarde. En este maletín encontrarán pruebas suficientes de todos sus crímenes, ya sea los cometidos en Irlanda como en los Estados Unidos y en otros países del mundo. 
-Han sido crímenes muy variados, con muertes de hombres, mujeres y niños a granel. Crímenes sangrientos que helarían la sangre del más cruel de los sicarios, muchos cometidos por el solo placer de ver morir a la victima.
-Encontrarán aquí la evidencia que tanto está buscando la “tenientita” de Scotland Yard que vino a detenerme. 
-Se trata de una confesión, escrita de puño y letra por el mismo Cian Flanagan en un antiguo diario personal al cual solía revelarle sus pecados juveniles y que yo tuve la oportuna idea de robárselo. Este diario prueba que, recién nombrado cura párroco de Greenbrae, él hizo desaparecer a toda una familia cuyo hijito se atrevió a denunciarlo por abuso sexual. 
-El muy psicópata se muestra arrepentido de haber cometido ese holocausto, pero ése fue solo su comienzo. Incluso hay aquí un mapa que ubica el exacto lugar donde mi hermano sepultó los cuerpos de las victimas. Le informo que los restos de toda esa familia siguen ahí bajo tierra.
-En relación a este crimen están también aquí las declaraciones firmadas ante un notario público por testigos, que aun viven en esta región, quienes juran y perjuran que vieron a Cian empujar, en plena noche y desde la cima de un acantilado, al automóvil en cuyo interior se encontraba, inconsciente y empapado en alcohol, el periodista inglés Desmond Williams, quien murió casi instantáneamente tras la caída. Williams investigaba para el Greenbrae Journal la desaparición de esa familia. Me parece que el distinguido Patrick O’Flaherty III estará interesado en esta evidencia. El quería mucho a Williams.

Valdez y Neville estaban estupefactos. No podían pronunciar palabra alguna ante la contundencia de los archivos que Carmel sacaba del maletín como un mago saca pañuelos de seda multicolores de una bolsa mágica. El mismo hombre que la ley persiguió por años, le ofrecía ahora a los mismísimos representantes de dicha ley una montaña de evidencias invalorables.

Carmel revisaba sus papeles cuando Valdez lo interrumpió con una pregunta:

-¿Por qué lo está entregando siendo él su hermano de sangre?

Carmel se detuvo un instante para buscar una apropiada respuesta:

-Como ya se habrán dado cuenta, Cian y yo somos totalmente opuestos. Lo hemos sido desde que éramos pequeños y muchos de nuestros problemas de relación anidan en esa diferencia.
-Yo era el hermano al que toda la aldea quería, menos el padre de Milly por supuesto, y Cian era propiamente “la piel de Judas”, como solía decirle el cura de nuestra escuela primaria evitando caer en la escatología.
-Pero esas diferencias se transformaron en un odio abierto y franco de mi parte a partir de un horrible episodio que involucró a quien yo más amaba. 
-Una tarde, en la que yo estaba fuera del pueblo pescando algo para la cena, Cian intentó violar a Milly en un callejón cuando ella regresaba a su casa desde la despensa. En esa época Greenbrae era absolutamente seguro y las niñas iban y venían de sus casas sin problemas.
-La violación no pudo consumarse porque Milly se defendió como una fiera y sus gritos alertaron a los vecinos que salieron a ver qué ocurría. Cian aprovechó el tumulto y escapó. 
-Cuando regresé al pueblo vi el tumulto en la calle. Eran los vecinos que me contaron lo que había pasado entre Cian y Milly. Los vecinos la habían llevado hasta su casa en shock, con sus ropas desgarradas y sin poder hablar y, adivinen, ¿Qué fue lo que su padre pensó automáticamente?.

-Que el violador había sido usted, respondió Valdez.

- ¡Exacto. Que el violador había sido yo!. Y aunque Milly lo negó rotundamente y los vecinos coincidieron en señalar a Cian como el violador, su padre jamás lo creyó. 

-Pudo más el odio hacia usted que la palabra de su hija y de todo el pueblo, agregó Valdez.

-Así fue, el padre de Milly avisó de inmediato a la policía para que me detuvieran. En esa época en Greenbrae la violación se castigaba con la muerte del violador. No tenia muchas opciones para elegir.

-¿Ahí fue cuando decidió escapar?, pregunto Neville.

-Milly se arriesgó a desafiar la autoridad de su padre y corrió hasta mi casa para advertirme. Llorando nos abrazamos y nos despedimos con un beso, que selló nuestro compromiso de estar juntos para siempre. Tomé unas ropas y algunos alimentos que puse en una mochila y esa misma noche escapé de la aldea y, a partir de ese momento, me dediqué a vagabundear por los cuatro rincones del planeta, aprendiendo miles de oficios, idiomas y costumbres, hasta recalar, hace más de veinte años, en los Estados Unidos. Nunca mas volví a ver a Milly hasta ahora pero juré vengarme de mi hermano, cosa que estoy haciendo ahora con gran satisfacción.

Con lágrimas en sus ojos, Milly se acercó a Carmel, puso una mano en su rostro cansado, y lo besó con todo su amor y ternura. Carmel parecía sentir que ya podía descansar en paz y su tormento llegaba a su fin. Empoderado, continuó revisando sus documentos:

-Encontrarán aquí documentos en papeles con membretes de la justicia, testimonios de testigos, que aun viven, firmados ante notarios públicos. Pero también se toparán con cintas magnetofónicas donde mi hermano habla y admite muchos de sus crímenes y que fueron grabadas mediante micrófonos que logré instalar en sus distintas habitaciones. Cada cinta viene acompañada de su correspondiente certificación como testimonio genuino. Podrá escucharlas en un grabador de cinta estándar.

-Mucha gente trabajó para usted, comentó Valdez quien seguía sin salir de su asombro.

-Usé todos mis contactos en el bajo mundo y fuera de él. Contraté detectives privados de renombre de decenas de países, investigadores que había conocido en mi largo peregrinar por el mundo. Contraté técnicos expertos en vigilancia, espionaje y monitoreo mediante micrófonos de última generación. Invertí muchísimo dinero, y dio sus frutos.

-¿No temía que alguno se arrepintiera y lo traicionara?, preguntó Neville.

-Mi estimado coronel ¿Usted piensa que alguien se atrevería a traicionar a un asesino profesional de mil caras y mil recursos como yo?, preguntó Carmel esbozando una media sonrisa socarrona. Neville sonrió convencido.

-Siga diciéndome qué más tiene ahí, por favor, dijo Valdez con curiosidad.

-Bueno, aquí tengo algo que me costó mucho obtener y recién lo logré después de muchos años de búsqueda e investigación. Fue duro pero el esfuerzo valdrá la pena cuando la justicia lo tenga, Y dicho esto extrajo del maletín una gruesa carpeta con cientos de documentos abrochados en un gigantesco espiral. Aquí están los documentos, los testimonios, los informes de los expertos y los detectives, las cintas grabadas con conversaciones donde mi hermano habla de estos crímenes, incluso fotografías donde se lo ve en situaciones incriminatorias. Este es el mayor plexo probatorio que demuestra que mi hermano, el actual cardenal de Nueva York, no solo participó, sino que creó, organizó, administró y regenteó por años una red de tráfico de niños provenientes de países del tercer mundo. Los chicos, en su mayoría varones, eran secuestrados o comprados en su lugar de origen, para luego ser vendidos como esclavos a perversos pederastas millonarios de todo el mundo, los cuales abusaban de ellos ya sea en soledad como en fiestas privadas con otros depravados.
Los niños eran mantenidos en cautiverio en celdas con colchones de paja donde dormían junto a ratas y otras alimañas. Tenían entre 8 y 11 años y venían de las más variadas nacionalidades.

-¿Qué pasaba cuando esos niños llegaban a la adolescencia? ¿Pasaban a formar para de la familia? ¿Los devolvían? preguntó con cierta ingenuidad Neville.

Carmel lo miró como quien ha venido mirando el mundo desde hace millones de años, una mirada cansada, harta de tanta muerte, miseria e hipocresía:

-Los eliminaban. Cuando empezaban a mostrar signos de maduración, a los 12 o 14 años, quienes los habían comprado los devolvían para cambiarlos, previo pago de la diferencia, por otros más chicos. Los océanos de todo el planeta guardan los huesos de esos niños a los que se les negó el amor y el derecho a crecer, enamorarse, formar una familia y disfrutar de sus hijos y sus nietos.

El silencio ganó la estancia. No podían ni siquiera comentar. Apareció Milly, con una bandeja y tazas del mejor té de la comarca.

Mientras Milly repartía las tazas y unos bocadillos, el teniente, superado el momento de conmoción, le preguntó a Carmel:

-¿Sabe usted cuál desde donde manejaba su hermano esta red?, preguntó el teniente.

-Sí, por supuesto, era en una aparentemente inocente escuelita parroquial de Astoria, en Nueva York, a finales de los cincuentas y principios de los sesenta, donde mi hermano enseñaba el Catecismo a niños de familias trabajadoras. 

Valdez se paralizó. Todos sus instintos de veterano sabueso policial se alertaron como las luces de un panel eléctrico de alta tensión. Urgido, preguntó:

-¿Sabe el nombre de esa escuelita?

-, dijo Carmel, con una hoja de papel en su mano, aquí está...”Nuestra Señora del Socorro”...

Valdez solicitó de inmediato el teléfono. Marcó el número de la casa donde estaba Collins y cuando este atendió preguntó:

-¡Hola Steve ¿Recuerdas cuál era el nombre de la escuelita parroquial adonde asistió de niño Norman Blake?, La escuelita de Astoria...

-Por supuesto jefe, era algo así como “Nuestra señora” de algo...

-“Nuestra Señora del Socorro”.

-¡Eso mismo! ¿Por qué me lo pregunta?

-Después te explico, dijo Valdez y cortó.

-Disculpe Carmel ¿Tiene usted ahí algún listado de niños que asistían a esa escuelita?

-Déjeme ver, creo que sí. ¡Aquí hay uno! Creo que es el único que hay.

Valdez tomó la lista y empezó a leer niño por niño. De pronto se detuvo como si alguien hubiera apoyado una .45 sobre su cabeza:

- ¡Aquí está! ¡No puedo creerlo...! ¡Blake, Norman, 10 años..!

-¿Lo conoce?, preguntó Carmel.

-Si, pero no personalmente, investigo su asesinato, respondió el teniente, y ahí mismo preguntó:

-¿Sabe usted si estos niños también fueron vendidos o abusados?

-No, estos no. Mi hermano no es un idiota, ¿sabe usted lo que dice el dicho popular? “Donde se come...”

-Sí... lo conozco Carmel, no hace falta que lo recite, dígame una cosa ¿Qué pasó con esa red?

-A mediados de los setenta, mi hermano intentó entrar con el negocio en Israel, porque al parecer tenían mucha demanda de niños judíos por parte de millonarios petroleros árabes o nazis residuales que querían tener el pequeño esclavo judío

-Por esos años hubo muchas desapariciones de niños judíos en países latinoamericanos, especialmente en Argentina que tiene la mayor concentración de judíos de Sudamérica.

Valdez miró a Neville y le preguntó:

-¿Recuerdas cuando hicimos el curso de detectives en Buenos Aires? Me acuerdo que alguien mencionó esto pero no le prestamos atención.

-Si...creo recordar –dijo Neville- ¿No fue el comisario Meneses que lo dijo...?

-Si...es cierto, Evaristo Meneses habló una vez de niños judíos desaparecidos y también mencionó a una chica de familia judía que desapareció cuando volvía de una clase de inglés y nunca más se supo de ella. Y mirando a Carmel preguntó:

-Digame, Carmel: ¿Cómo terminó todo esto?

-No terminó. Mi hermano logró camuflarse bajo la sotana y bajo el techo de la Iglesia y se abrió del negocio. Estuvo así bajo el radar hasta que llegó a cardenal, pero el Mosad, que no sabe de mi hermano, continúa hasta hoy buscando la punta del ovillo y usted sabe lo insistentes que son estos chicos cuando algo se les mete en la cabeza.

Al mismo tiempo que hablaba, Valdez ataba cabos. Este caso tenía impredecibles ramificaciones que se unían al mismo tiempo que se divergían, pero no cabía dudas de que esta historia unía a la vez a las muertes de Norman y Susan Blake, el trafico de niños del Tercer Mundo y hasta el tráfico de niños judíos con el sospechoso cardenal Mulligan-Flanagan, la intervención del Mosad y hasta la pistola Beretta 22 que Blake ocultaba en su apartamento. 

Pasaron unos segundos y entonces Valdez le preguntó intencionalmente:

-Carmel, por casualidad, ¿Tiene usted ahí archivos o pruebas del tráfico de niños judíos?

-Nada, desgraciadamente no tengo nada. Nunca pude conseguir información que incrimine a mi hermano, pero sé que esa información existe, la recolectó un agente del Mosad, un “lobo solitario” que trabajaba por su cuenta, pero ni siquiera pude saber su identidad. 

Valdez cambió repentinamente el tópico:

-Usted que sabe de armas, Carmel ¿Qué piensa de un tipo que tiene oculta en su apartamento una pistola Beretta M71 calibre .22LR con silenciador?

-Que si no es un enfermo coleccionista es un agente activo del Mosad o trabaja para él. Esa pistola es el fetiche de los hombres del Mosad.

-Eso supuse también. ¿Y por qué después de la muerte del dueño querrían incautar esa arma la CIA, el FBI y Seguridad Nacional?

-Muy simple, porque tienen que proteger la identidad del agente del Mosad, aunque este esté muerto. Cortesía de la comunidad de inteligencia internacional.

-Entiendo...entiendo...empiezo a entender muchas cosas, dijo el teniente mientras sorbía su té mirándolo a Carmel como el griego que consulta al oráculo antes de la batalla.

(Continuará)

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