¿Quiere recibir notificaciones de alertas?

Domingo 19 de Octubre, Neuquén, Argentina
Logo Am2022
PUBLICIDAD

Encuéntrame en tus sueños (42ra parte. III : La vida en un maletín de cocodrilo)

En ese acto de entregar el maletín, Carmel le estaba entregando su propia vida al teniente Valdez. 

Domingo, 19 de octubre de 2025 a las 19:17
PUBLICIDAD

En la casa de Milly McFanon, en el epílogo de una visita histórica.

Acostado en el viejo sofá de los abuelos de Milly, con el teniente de los US marshalls, John Valdez, y el director de Interpol en Dublin, James Neville sentados en sendas sillas de roble, Carmel Flanagan seguía revisando su maletín de cuero de cocodrilo buscando más evidencias de posibles nuevos crímenes que achacar a su hermano, el cardenal Mulligan-Flanagan, tal como lo habíamos bautizado. 

Lo movía una poderosa obsesión por garantizar un contundente “plexo probatorio”, como gustan decir jueces, fiscales y abogados, que permita enviar a prisión a su hermano Cian, nada más y nada menos que el cardenal de la ciudad de Nueva York, un petulante cura de crucifijo y reloj de oro en su muñeca, acostumbrado a celebrar la misa dominical en la mismísima catedral de San Patricio, a las puertas de la Quinta Avenida, con el desparpajo propio del proxeneta del barrio.

Tal vez ya no era necesario seguir buscando pruebas porque Carmel le había entregado al teniente Valdez tantas evidencias de tantos crímenes, con tantas pruebas documentales, testimoniales, magnetofónicas, fotográficas y mucho más como para sostener tantas acusaciones en su contra que, si se realizara un juicio penal consecutivo por cada felonía allí probada, los procesos judiciales contra el sacerdote se seguirían ventilando en la corte, incluso, con el teniente Valdez ya jubilado. 

Después de un rato de seguir revisando papeles, Carmel cerró el maletín con cierta nostalgia. Había en su interior décadas de esfuerzo, de investigación y dinero que bien podría decirse que, en ese acto de entregar el maletín, Carmel le estaba entregando su propia vida al teniente Valdez. 
Carmel se quedó pensativo por unos momentos y mirando a Valdez le pasó oficialmente el maletín diciéndole:

-Teniente, hay algo más que tiene que saber antes de que yo muera, aunque tenga usted pruebas suficientes en este maletín para enviar a mi hermano a la cárcel, tiene que saberlo.

Valdez asintió y seguidamente prestó atención y hasta se inclinó levemente hacia donde estaba recostado Carmel, demostrando así su interés en lo que el enfermo iba a decir.

-Esto no lo sabe nadie y menos la ley, la policía o la propia justicia, pero le aseguro que aquí están las evidencias.

Valdez lo miraba en respetuoso silencio esperando una revelación.  

-Paralelamente con el tráfico de niños, mi hermano creó, desarrolló y consolidó una vasta organización criminal secreta, con ribetes de masonería, una suerte de ejército personal, fuerza de choque, verdugos y sicarios de una crueldad extrema. 
-Esa organización, que tiene códigos crípticos como los ancestrales credos de asesinos, tiene su base en una antigua mansión de Staten Island a donde acuden los adeptos que siguen y adoran a mi hermano y a quien llaman “el Amo”. Aquí tiene la dirección de esa mansión, dijo Carmel alcanzándole a Valdez una hoja de papel escrita a mano.
-Mi hermano creó esa logia de desquiciados reclutando a sicarios, violadores, criminales de toda laya, y lo hizo sobre la base de las antiguas hermandades esotéricas de adoradores del demonio, pero con la organización y la disciplina calcada de la Iglesia Católica Apostólica Romana pero con sus propios ritos, liturgia y ceremonial,
explicó y acto seguido les preguntó: 

-¿O acaso nunca le llamó la atención las constantes ausencias del cardenal por sus “viajes pastorales al Tercer Mundo”? ¡Ni viajes pastorales ni Tercer Mundo ni que ocho cuartos! ¡Sus ausencias se debían a sus encuentros de la logia en la mansión de Staten Island. Investigue teniente esta pista porque en el subsuelo de esa propiedad hay un verdadero osario compuesto por el resultado de las innumerables ejecuciones sumarias perpetradas en esa propiedad además de otros crímenes. 

Valdez había empezado nuevamente a atar cabos, por lo que rápidamente preguntó:

-¿Le suena el nombre de José Manzanares?

Carmel respondió al instante:

-¿El cubano que mataron la otra noche frente a su casa, justo antes de que usted nos viniera a visitar? Era un idiota útil dominado por “el Amo”. Creo que su nombre de guerra era “Arcangel Miguel”, una exageración típica de mi hermano quien lo bautizó así por el arcángel que toca la trompeta en el Juicio Final. Y Manzanares tocaba la trompeta.

-Este imbécil se hacia llamar Johnny Ray y mi hermano lo usaba para infiltrarse y obtener información de cualquier fuente. Creo que en Cuba duró solo un par de días en Inteligencia hasta que los soviéticos lo echaron por inútil y boquiflojo.

-¿Tiene alguna idea de quiénes lo mataron?, preguntó Valdez.

-No lo sé, cuando lo asesinaron yo ya estaba aquí. Me enteré de este hecho el día que usted llegó. Pero si usted me permite hacer una llamada le doy los nombres de los ejecutores del cubano.

Valdez no se negó. Se levantó de su silla, tomó el teléfono de la mesa y se lo alcanzó a Carmel quien, tras un par de intentos localizó una de sus fuentes de información.

-¡Hola compadre, soy yo...no, no estoy ahí... ¿Que dónde estoy?... ¡En las Islas Galápagos bebiendo un Daiquiri...! Tengo que liquidar a una tortuga soplona. 
Dime ¿Qué sabes del cubano que mataron el jueves pasado frente a su casa...? ¿Cómo que no puedes decírmelo?...Eres el único que puede ayudarme...hagamos un trato: me dices quiénes lo mataron al idiota y cuando voy a Nueva York te llevo un regalito...no te pongas difícil que no sabes cómo se escurre el tiempo entre mis dedos...anda, sé bueno, te llevo un regalito...o mejor una visita personal...tu eliges...pero creo que te conviene el regalito, dijo Carmel guiñándole un ojo a Valdez.

-¡Buen chico...te auguro una larga vida! Espera que tomo nota, dijo, y le hizo una seña a Valdez para que le pase el cuaderno y el bolígrafo, que estaban junto al teléfono.

-¿De dónde salieron estos tipos...jamás oí hablar de ellos...? Ah...son nuevos en el negocio... ¡Bien compadre, la próxima vez que nos veamos yo invito, un abrazo amigo! Y cortó.

Mirando a Valdez le entregó el papel con los dos nombres y, con una sonrisa cómplice le dijo:

-Pobre...se va a cansar de esperarme... ¡En una de esas alguien lo manda al otro mundo y nos volvemos a encontrar!...y soltó una sonora carcajada.

-Lo más gracioso es que el primero de esos dos novatos que usted tiene en el papel fue el que puso la bomba a su automóvil. Si usted lo atrapa puede servirle para el juicio sobre el atentado. No hay caso, todos los caminos conducen inexorablemente a mi hermano, dijo y agregó: Mi hermano sospechaba que usted andaba tras sus pasos y quiso hacerle una advertencia, un poco exagerada por cierto, para disuadirlo de continuar investigándolo, pero ahora que lo tengo a usted frente a mí veo que no logró convencerlo.

-¿Cómo supo usted lo de la bomba?, preguntó Valdez.

-Me lo dijo el segundo de los dos hombres de esa lista. Lo mío fue fácil, casi siempre lo es. Primero me enteré de la bomba ese mismo día, entonces averigüé en el bajo fondo quién o quiénes habían hecho el trabajo. Supe entonces que eran dos esbirros de mi hermano. Luego los busqué, intercepté a uno, en este caso fue el segundo de esos dos, y lo invité a “dar un paseo” por el puerto a la luz de la Luna. Después de que, digamos, los dos entramos “en confianza”, cantó “Vesti la giubba” mejor que Mario Lanza en Il Pagliaccio.

-¿Qué pasó después con él?, preguntó Neville ¿No lo habrá asesinado?.

-No, James ¿Y contaminar más el río Hudson? Nunca. Lo dejé ir para que mate al cubano idiota.

Valdez miró su reloj y decidió que ya era hora de irse, para lo cual, tomando en sus manos el maletín de cuero de lagarto, con el respeto con el que el rabino extrae la Torah del Aron Hakodesh, el armario donde el libro sagrado reposa, miró a Neville, este entendió y pronunció la frase que anuncia el fin de la tertulia:

-Bueno Carmel, debemos retirarnos, necesita usted descansar un poco. Mañana vendrá el medico de Interpol que lo vio hoy para administrarle alguna medicación. No se preocupe por su seguridad y duerma usted tranquilo. Mis hombres se quedarán rodeando la casa todo el tiempo que sea necesario.

Carmel asintió dócil y obediente pero sabiendo que era la despedida. Miró a Valdez como quien va a separarse de un viejo amigo y tomándolo firmemente de la mano le dijo:

-Debo confesarle algo teniente: En los veinte años que viví en Nueva York me dediqué a estudiar su carrera desde que usted era un joven policía de calle. Yo siempre supe que usted era distinto al resto y no me equivoqué. Ahora que lo veo convertido en todo un Marshall, más crecido y más maduro, me siento orgulloso de haberlo conocido, aunque sea en estas fatídicas circunstancias. ¡Sepa usted que su carrera aun no termina sino que sigue creciendo tan fuerte como usted!.

Valdez se acercó al sofá y tomó la mano de Carmel con sus dos manos como quien se apresta a rezar. Nunca había vivido semejante experiencia y menos con un criminal a quien, se supone, él debía perseguir y arrestar. Visiblemente emocionado, el perseguidor se despidió de su perseguido:

-Carmel, en un par de horas, usted ha cambiado en mí toda una vida de trabajo al servicio de la ley. Espero sinceramente que encuentre junto a Milly la paz que está buscando. Yo le juro que cumpliré plenamente con mi deber y su hermano acabará en prisión como usted tanto ansía.

Valdez y Neville caminaron hacia la puerta que los separaba de la calle y ahí se detuvieron para mirar a Carmel, quien, sonriendo con esfuerzo, levantó su mano a modo de saludo para los visitantes, solo que, antes de que ellos atravesaran la puerta de salida de la finca, alcanzó a llamar al teniente con un hilo de voz.

Como si hubiera olvidado algo, el enfermo exclamó:

-¡Teniente Valdez! ¡Teniente...venga por favor!

Valdez fue rápidamente hacia el sofá donde yacía Carmel ya sin fuerzas pero con la suficiente energía como para decirle:

-¡Mi hermano asesinó al pianista y a su hermana! Ahora lo recuerdo. El único testigo de ese hecho es una niña que vivía en el edificio de atrás y a quien el pianista le enseñaba música. No me pregunte cómo lo supe, a veces mi mente recibe mensajes de quién sabe dónde. El asesinato de la hermana fue tapado por la policía local, le será imposible esclarecerlo, pero el del pianista lo tiene resuelto si encuentra a la niña antes la encuentre mi hermano.

Valdez se quedó en silencio como si viniera más información.

-¡La niña vio todo desde su ventana pero mi hermano también alcanzó a verla y, le puedo asegurar que no se olvidó de ella. Milagrosamente, la niña y su madre escaparon de Nueva York al día siguiente y así salvaron sus vidas, pero ahora la pequeña corre peligro!, dijo, y comenzó a toser con mucha fuerza...con mucha más fuerza que la habitual. Una tos seca y profunda que lo hacia doblarse sobre sí como la rama de un árbol azotado por la tempestad. Una tormenta que parecía provenir de sus pulmones ya devastados por el cáncer.

Cuando la tos amainó, el teniente le preguntó al enfermo:

-El día de su asesinato, como si hubiera anticipado lo que le iría a pasar, Blake le confió a la niña un paquete con papeles, suponemos que forman parte de una investigación que el pianista estaba realizando. Suponemos que ella los conserva en algún lugar ¿Sabe usted qué hay en esos papeles?.

-Discúlpeme pero no puedo seguir hablando teniente, siento que mi vida me abandona en cada exhalación...lo único que puedo decirle sobre esos papeles en poder de la niña es que, si quiere saber que contienen, va a tener que hablar con el Mosad...y, resistiendo a más no poder, alcanzó a decirle al teniente: 
Ellos también los están buscando.

Y dicho esto, perdió el conocimiento, como si cayera en lo más profundo de su consciencia, como si ensayara su propia muerte.

Neville sacó rápidamente su “walkie talkie” y pidió prontamente la ambulancia de Interpol. El hospital más cercano y confiable estaba en Shannon y no había tiempo que perder.

Valdez entendió claramente que esa sería la última vez que vería con vida a Carmel Flanagan...le quedaba ahora procesar toda la información que el enfermo le había transmitido en ese último aliento y emprender el regreso a su tierra.

En la casa refugio, lejos del drama.

Estábamos en la casa, Collins, O’Brian, la teniente Stevenson y este periodista, planeando la cena, cuando desde la ventana que da al frente pudimos ver el raudo paso de una ambulancia con sus luces encendidas, en dirección a la casa de Milly MacFanon.

Imaginamos de todo, pero siempre es todo lo peor. 

Collins tomó el “Walkie-Talkie” que le había dejado Neville para usar en caso de emergencias y le solicitó un cuadro de situación a la luz del paso veloz de la ambulancia.

Lo primero que Neville nos informó fue que Carmel “habría sufrido una indisposición” pero que lo trasladarían de inmediato a un hospital en Shannon para revisarlo y compensarlo y agregó inmediatamente que la entrevista con Carmel había sido “satisfactoria”.

Soy periodista –pensé para mí- Y si algo aprendí en este maldito oficio es que cada vez que en un hecho dramático interviene el potencial, en este caso “habría sufrido una indisposición”, nunca es una buena señal, y menos si después le agregamos que “la entrevista con Carmel fue satisfactoria”. ¡¡¡Y después tuvieron que llamar a una ambulancia!!!, gritó mi mente. ¿Qué es lo que le pasó? ¿Decidieron llevar a Carmel a dar un paseo nocturno por la pedregosa turba irlandesa...?

Pero cuando todos, unánimemente solicitamos más información, el jefe de la Interpol nos recomendó que nos dirigiéramos con nuestro jefe natural: el teniente John Valdez.

La ambulancia había llegado a la casa de Milly rápidamente. A bordo venía el médico de Interpol quien se abocó a revisar a Carmel y constatar sus signos vitales.

Afuera, Neville y Valdez aguardaban en silencio el informe del galeno. Minutos después, éste apareció y dio su primer reporte a su superior:

-Fue una crisis respiratoria. Le administré una medicina para aliviar su estado pero me temo que no podrá seguir mucho más en estas condiciones. Podemos ayudarlo con un asistencia de oxígeno pero hay que internarlo cuanto antes en un hospital de verdad donde lo vean especialistas. Tenemos que partir ya mismo hacia Shannon, coronel, dijo urgiendo una respuesta de Neville, quien asintió.

-Bien doctor, ejecute todo el operativo sanitario. Yo me ocupo de la custodia que le daremos mientras esté internado, dijo Neville con rostro adusto.

-Bueno “Juancito”, se terminaron nuestras correrías juntos, en cualquier momento saldré para Shannon y tú volverás con tu pandilla a la ciudad que amas. Te veo en un rato y nos despedimos, le dijo cariñosamente a su amigo.

Valdez sonrió consciente de que el futuro es siempre una puerta abierta y que el cruel y cínico cardenal Mulligan terminará sus días preso, o electrocutado, en el penal de Sing Sing, sepultado por una avalancha de pruebas en su contra que durante años recolectó, con la perseverancia de preso que cava el túnel, su hermano ejemplar.

El curtido detective no pudo evitar hacerse esta pregunta:

-Si Cian, el mellizo malvado de Carmel, no hubiese intentado violar a la casta Milly MacFanon en aquel sucio callejón del viejo Greenbrae ¿Estaría todo como lo está ahora...todo sería diferente? ¿Tendría Nueva York un prelado impoluto y ejemplar candidato al trono de San Pedro, en lugar del líder de una secta satánica de asesinos fanáticos como más parecidos a los “Thuggee” de Gunga Din?

Eran meras ucronías que sobrevolaban la mente de un veterano y algo cansado sabueso del West Side neoyorquino quien desesperadamente buscaba una respuesta a la pregunta ¿Cuándo terminará todo esto?.

Por las noche, las despedidas cuestan más.

Valdez se despidió de Neville como solo dos grandes amigos lo hacen

El jefe de la Interpol dejaba tras de sí en Greenbrae a un pequeño pero temible contingente de efectivos armados que cuidarían de Milly MacFanon y, a su regreso del hospital, de Carmel Flanagan. Tal como lo había acordado Valdez bajo palabra.

Los dos hombres que alguna vez compartieron en los 60s un aula para entrenamiento de futuros detectives en “la ciudad del tango”, eran ahora dos veteranos y maduros policías que veían las cosas de manera muy diferente bajo el tamiz de la larga experiencia acumulada, tanto en el rastrillar de los suburbios como en la exploración de los intrincados callejones del alma humana.

Bajo el cielo gris de ese rincón de Irlanda los dos se confundieron en un largo abrazo. La amistad, nacida hacia décadas volvía ahora a refundarse. La Historia seguía su curso inexorable ahora en las únicas manos de John Valdez.

Mientras tanto, yo me despedí de Neville con un abrazo, y de la teniente Virginia Stevenson con uno de sus clásicos apretones de manos. Ella volvía a Dublin y lo hacia sola, sin Carmel ni esposado ni detenido, pero con su corazón repleto de trascendentales enseñanzas que sus veteranos colegas, Neville y Valdez le habían sabido transmitir.

Al abrazar a Neville, intenté un último recurso para obtener, aunque más no sea, un tentativo “off the record” sobre lo que pasó en la casa de Milly, pero el experto coronel, ducho en presentir emboscadas, adivinó la movida con la velocidad del relámpago y, sonriéndome y casi paternalmente, me dijo:

-Habla con el teniente Valdez, hijo.

Ya en la casa, y mientras mi fiel amigo Joe O’Brian preparaba la cena en la cocina, un mágico guisado con aroma celta y whiskey irlandés, y el siempre cooperativo sargento Stephen Collins terminaba de completar las maletas con las que mañana nos volveríamos a los Estados Unidos, salí de la casa en busca del teniente Valdez, ávido de conocer los detalles de la entrevista con Carmel.

Caminé hasta una esquina pero no lo encontré. Crucé la calle y me dirigí en otra dirección, pero tampoco. Luego de dar algunas vueltas, como el desorientado borracho que no sabe si volver a su casa o a la taberna, al fin pude divisarlo: el hombre se había sentado sobre una gran roca, de cara a las montañas. El veterano sabueso parecía estar observando y reflexionando mientras contemplaba la belleza del gris cielo de Irlanda.

Me acerqué lentamente para no interrumpir su meditación. Confieso que solo quería detalles de la reunión en la casa de Milly...

Me acerqué hacia donde él estaba y, cuando me encontré a tan solo un par de pasos de distancia, el policía, sin darse vuelta y sin dejar de mirar el firmamento, dijo en voz alta:

-Acérquese y contemple la magnificencia del Universo que Dios nos está regalando en este preciso instante. Manhattan no tiene estos paisajes, los edificios nos prohíben verlos.

Me aproximé y encontré una roca donde sentarme sin estar muy lejos del anfitrión. Lo miré detenidamente. Habían pasado casi cuatro horas desde que se marchó a reunirse con Carmel y realmente parecía otro Valdez.

El rostro del ácido y muchas veces sardónico detective se había transmutado en el de un apacible hombre que parecía haber encontrado algún camino perdido en su alma. Su tranquila mirada, otrora eléctrica y punzante, se asemejaba ahora a la de un monje tibetano, un Buda en medio de su Nirvana.

-Creo saber lo que viene a preguntarme, me dijo sereno.

-Quiere saber de qué hablamos con Carmel y qué le ocurrió en virtud de que llegó una ambulancia a la casa, me dijo mirando el cielo.

-Teniente, usted sabe que la curiosidad es la materia prima del reportero, respondí.

-Es cierto, usted se ha convertido en una parte importante de nuestro equipo gracias a esa materia prima, así que no solo tiene derecho a enterarse sino que tiene la obligación de hacerlo, por lo que comenzaré por el principio. Se acomodó sobre la ancestral roca y con voz serena me dijo:

-Carmel no vendrá con nosotros.

Me quedé estupefacto, detenido en el tiempo, sin respuestas, solo atiné a decirle:

-Discúlpeme, no entiendo nada de lo que está pasando. 

-¿Quiere que se lo repita?

-No, no, escuché bien lo que dijo, solo que Virginia desistió de llevárselo y automáticamente dejó de ser un obstáculo. Neville se va a Shannon en una ambulancia con Carmel en la camilla pero antes deja un pequeño grupo para vigilarlo...

- ¡Corrección!: Cuidarlo. Un pequeño ejercito para cuidarlo a él, como a la frágil y dulce Milly...me interrumpió.

- ¿Cuidarlo? ¿De quién o de quiénes?, pregunté.

-De gente con la que Carmel tiene demasiadas facturas impagadas. Neville tomó la correctísima decisión de ponerle una custodia permanente en caso de que a alguien se le ocurra asesinarlo. En nuestra conversación con Carmel él me entregó un cúmulo inmenso de documentos que prueban crímenes que le helarían la sangre a algunos de mis “amigos” de la Cosa Nostra.

-¿Qué fue lo que le dio?, pregunté ya con mi ansiedad de periodista restablecida y en buena forma.

-Centenares de papeles, “dossiers” con cientos de nombres y apellidos de criminales, cintas magnetofónicas grabadas de teléfonos intervenidos, testimonios de testigos brindados y firmados ante notarios públicos. En fin... una montaña de evidencias que demuestran que nuestro amigo, el sabiondo y despreciable cardenal Mulligan, quien en realidad se llama Ceallaigh “Cian” Flanagan, está enterrado hasta el cuello y no solo no será el próximo Papa, sino que irá a parar a una prisión para responder por toda una vida dedicada a crimen.

-¿Usted hizo un acuerdo de protección de testigos con Carmel a cambio de todas estas pruebas? 

-Algo así. A cambio de toda esa prueba le garantizamos con Neville el derecho a vivir el resto de su vida en la casa de Milly, protegido por la Interpol.

-¿Pero... por qué no lo llevamos a los Estados Unidos y allí le hacen un juicio con todas las letras?.

-Porque no se puede. A veces hay que privilegiar otras razones. Poner otras cosas en los desparejos platos de la balanza de la Justicia.

-No entiendo, explíquemelo mejor, por favor, manifesté.

Valdez hizo una pausa mirando el suelo pedregoso y la turba. Sus ojos se tornaron húmedos, como en la antesala de las lágrimas. Luego levantó su rostro hacia la noche y girándolo hacia mí me dijo con la tranquilidad de quien acepta lo inevitable:

-Carmel Flanagan se está muriendo. Un cáncer terminal en sus pulmones lo está matando lentamente y solo le quedan unos pocos días de vida, horas tal vez. A pedido de Carmel y con la corroboración del médico de Interpol, Neville habló por teléfono con el médico oncológico que lo venía tratando en Nueva York, le aclaro que yo lo conozco y es una eminencia a nivel mundial, y el médico le confirmó el diagnóstico y sus expectativas de vida que son prácticamente cero. Entiéndase bien. Si lo llevamos a los Estados Unidos quizás no llegue vivo. Quizás sobreviva al viaje, pero muera antes del juicio o en el mismo proceso. Finalmente, es probable que si lo movemos de Greenbrae y lo llevamos a América, se vuele la tapa de los sesos de un disparo en su apartamento del Bronx porque no pudo cumplir su ultima voluntad, su sueño de regresar a su aldea natal y morir junto a su primer y único amor, tal es el panorama.

-¿Quiere decir que después de una vida de crímenes y de vagabundear por el planeta, Carmel finalmente volvió a la aldea por Milly?

-Exacto, volvió a donde nació para pasar sus últimos días con quien fuera su primera novia, la novia virgen que le negaron cuando aún era un jovencito prometedor, la novia con quien pudo haberse casado y formado una hermosa familia en un pequeño pueblo que lo apreciaba y lo quería de verdad, remarcó Valdez visiblemente conmovido. Luego de una pausa me miró fijamente y espetó como si fuera una advertencia: ¡Y antes de que empiece con sus tontas especulaciones de periodista sabihondo, le advierto que no estoy dispuesto a arruinar el final de esta maravillosa historia de amor. La historia de esa fuerza amorosa que lo impulsó a regresar a su aldea natal y arriesgar lo poco que le queda de vida solo para estar con la única mujer que ha amado de verdad. ¡Y estoy dispuesto a hacer todo lo que esté a mi alcance para garantizar ese deseo final, incluso a punta de pistola y sobre mi placa si es preciso. Y le cuento que Neville, el jefe de Interpol, opina igual que yo y por eso dejará una guardia permanente para proteger a Carmel hasta que su vida termine!.

-¿Y no ha pensado qué hacer si a algún juez o algún tribunal federal americano se le ocurre pedir su extradición? pregunté.

Valdez me miró como si estuviera a punto de largar una de sus apoteóticas carcajadas y solo se limitó a decirme:

-Mire, primero tendrán que encontrar la aldea en el mapa, lo cual es imposible porque la aldea no existe para la geografía y para cuando la encuentren, si es que la encuentran, lo más probable es que Carmel haya decidido irse de este mundo que nunca lo entendió. ¿Alguna duda?

No abrí la boca, Valdez tenía toda la razón y yo estaba totalmente de acuerdo con él, así que no agregué nada más a nuestra charla, y nos fuimos caminando hacia la casa para honrar el épico guisado que mi amigo Joe O’Brian empezaba a servir en la mesa.

Nos esperaba una noche más tranquila que los días que nos habían precedido.

Mañana, con suerte y viento a favor, estaríamos volando rumbo hacia la Gran Manzana.

(Continuará)

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD