Hace dos días ocurrió un hecho histórico que, según la organización responsable, marcará “un antes y un después para la conservación del Macá Tobiano”. El 5 de mayo, en el estuario del río Santa Cruz, en la provincia homónima, se logró por primera vez la liberación de tres pichones juveniles de esta especie, mediante la técnica de cría en cautiverio “ex situ”.
Es la primera vez que el protocolo de cuidado aplicado a estos pichones permite llegar con éxito a una reinserción en su hábitat natural, un logro sin precedentes para la conservación de especies amenazadas en nuestro país.
Este hito para la biodiversidad patagónica es el resultado de más de una década de trabajo, de un equipo liderado por la veterinaria Gabriela Gabarain en la Estación Biológica “Juan Mazar Barnett”, en el marco del Proyecto Macá Tobiano del Programa Patagonia de Aves Argentinas.
Cría ex situ
Resulta que el Macá Tobiano pone dos huevos, pero en el 97% de los casos solo cría uno. Resulta también que estos macáes construyen sus nidos sobre plataformas flotantes en lagunas alejadas e inhóspitas, donde nidifican. Y resulta, además, que este equipo de conservacionistas lleva años instalando sus campamentos en las remotas lagunas de las mesetas para monitorear su reproducción.
Allí, los técnicos colectan cuidadosamente los llamados “huevos de reaseguro” y los trasladan a la Estación Biológica, donde son incubados en condiciones especialmente controladas. Tras la eclosión, los pichones son monitoreados y alimentados de forma continua: cada media hora, las veinticuatro horas del día, durante el primer mes de vida.
Pero no todo es color de rosa. Para llegar a esta instancia, el equipo científico debió desarrollar y perfeccionar, durante años, distintos protocolos para lograr que los pichones sobrevivan. “Al principio sobrevivían horas, después 5 días, hubo algunos que llegaron a los 25 días. Entonces, ver que estos ejemplares pudieron superar ese número y que crecieron hasta alcanzar los 60 días de vida, aptos para ser liberados, fue una gran emoción”, contó Gabriela a Mejor Informado.
Después de dos meses de cuidados intensivos, día y noche, Gabriela está agotada pero igual se presta a conversar: “Fueron 10 años de trabajo, de muchas frustraciones. Pero en la conservación decimos que los fracasos son aprendizaje, porque nos permiten seguir avanzando. Pero no voy a negar que cuando estás ahí, alimentándolos cada media hora, cuidándolos y se te mueren los pichones, es frustrante, es triste y agotador. Pero que estos hayan crecido, que el protocolo funcione y que ahora sepamos cómo criarlos, es excelente. Ayer fue un día de muchísima emoción”, agregó la profesional.
En la conservación decimos que los fracasos son aprendizaje, porque nos permiten seguir avanzando
Esta estrategia innovadora —la cría en cautiverio desde el huevo, a partir de la recolección controlada del “huevo de reaseguro”, que en la naturaleza rara vez sobrevive— no tiene precedentes. Y “tal vez sea la estrategia más potente para salvarlo de la extinción”, informaron desde la organización.
Libre soy
Este lunes 5 de mayo, tras años de ensayos, ajustes de protocolos y frustraciones transformadas en aprendizaje, llegó el momento más esperado: la liberación.
Sobre ese día, Gabriela relata con soltura el procedimiento, los pasos que siguieron y reflexiona sobre la crítica situación que enfrenta esta especie. Fueron en caravana hasta la orilla del río, y desde allí continuaron en embarcación hasta el sitio ideal, en el momento más propicio del día. Y, cuando las aves tocaron el agua, la maravilla natural sucedió. Mientras cuenta cómo fue ese momento, a Gabriela se le llenan los ojos de lágrimas y no pudo evitar la emoción. Porque si algo define el trabajo de los conservacionistas es que no todo es ciencia: hay mucho de pasión, de entrega y de corazón.
“Fue todo muy intenso porque a estos pichones los cuidamos desde que nacieron. Yo vi cómo rompieron el huevo, estuvimos ahí cuando iban creciendo, vi cómo les iban cambiando las plumas, cuando empezaron a hacer sus despliegues, cuando se cortejaban y se cogoteaban. Bailaban en la pileta y yo me quedaba horas mirándolos embobada”, detalla. “Y cuando los pusimos en el agua, se hizo un silencio enorme. Nos quedamos todos mirándolos, porque enseguida estiraron el cuello y fue como si dijeran: ‘estamos en casa’. Fue una emoción muy grande. Fue impresionante”, agregó.
Mientras los medios lo describen como un día histórico, dentro del equipo de Gabriela aún se repiten, incrédulos, que no terminan de darse cuenta de lo groso que fue lo que lograron. Pero cuando baje el agotamiento que dejó este trabajo tan intensivo, no solo ella, sino el mundo, podrá dimensionar la magnitud de este logro colectivo.
Hay equipo
Gabriela tiene 37 años y hace 11 ingresó a este programa como voluntaria. Desde entonces, ha dedicado la mitad de su vida a la conservación. Es oriunda de la Ciudad de Buenos Aires, donde reside, aunque pasa más de seis meses al año en la Patagonia, abocada a las campañas de campo de este proyecto, que también forma parte de su Doctorado en Biología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
Y, claro, no está sola en esta tarea titánica. Para el cuidado de los pichones se necesitaron más de 60 días de atención intensiva, el trabajo conjunto de más de 30 voluntarios, una decena de técnicos y una gran cantidad de recursos logísticos proporcionados por la Estación Biológica. “Yo, como veterinaria, tengo una base de conocimiento sobre reproducción de aves, pero después fueron años de buscar material, leer papers científicos, estar en contacto con zoológicos de todo el mundo para ver si podían compartir saberes que nos orientaran para que la cría prospere. Trabajamos en base a prueba y error, viendo qué iba funcionando, qué comida iba mejor, porque no hay mucho conocimiento sobre esta especie endémica de esta región del planeta”, explicó.
“Y si bien yo estoy a la cabeza de este proceso en la parte académica, respecto de qué pruebas hacer, somos un equipo interdisciplinario en el que hay biólogos, técnicos, guardaparques, gente del área de comunicación. Todos nos ayudamos. Y todos los años el proyecto trabaja con voluntarios, que son los que vienen a poner el cuerpo también. Sin los voluntarios no podríamos hacer nada”, remarcó.
Los voluntarios lo son todo. De hecho, cuando Gabriela llegó por primera vez a la provincia de Santa Cruz como voluntaria de este programa, nunca más pudo alejarse de estas tierras. “Cuando vine, primero me enamoré de la provincia, porque hay unos paisajes que te vuelan la cabeza, y después del Macá Tobiano. Es algo que nos pasa a todos los que estamos acá. A veces decimos que Dios nos cría y el Tobiano nos amontona”, se sincera.
“Yo llegué acá y no me quise ir más. Me enamoré del lugar y del Tobiano. Tiene un cantito muy particular, lo ves cómo canta, después se cortejan, bailan. Es hermoso”, dice, todavía conmovida.
Macá for ever
El Macá Tobiano es una especie endémica de la provincia de Santa Cruz, descubierta en 1974 y catalogada como “Críticamente Amenazada” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. La pérdida de hábitat, la presencia de especies invasoras y los efectos del cambio climático han reducido drásticamente su población silvestre y su tasa de reproducción.
Por primera vez en mucho tiempo, hoy existe una esperanza concreta de evitar la extinción de este ave, símbolo de la Patagonia, declarada monumento natural, y orgullo de toda la Argentina.
Y si querés sumarte a esta u otras campañas del programa, podés visitar su sitio web o seguir sus redes sociales: ProgramaPatagonia. Porque esta organización no solo trabaja por el Macá Tobiano. También lo hace por otras especies emblemáticas de la región como el Huillín, el chinchillón anaranjado y la Gallineta, en distintos puntos de la Patagonia.