Una mañana cualquiera, alguien tuesta pan, lo gira para untarlo y jura que ve una cara marcada entre las migas doradas y un poco quemadas. En otra parte del mundo, un niño señala al cielo y asegura que ese cúmulo algodonoso se parece a alguien. No es delirio colectivo ni exceso de imaginación infantil: es pareidolia, el arte de ver caras, o formas conocidas, donde no las hay. Y no, no estamos locos, simplemente cargamos con un cerebro que evolucionó para encontrar sentido, incluso en una mancha de humedad.
Un antiguo radar
La Universidad de Berkeley lo explica con elegancia evolucionista: nuestros antepasados necesitaban detectar, en milésimas de segundos, si aquel bulto entre los arbustos era un amigo, un depredador o una piedra sin importancia. Quien confundía un tigre con un tronco duraba poco; quien veía peligro hasta en una sombra, tenía más chances de sobrevivir. Así nació ese “radar facial” que hoy, siglos después, sigue activo.
El estudio, detalla cómo ocurre el fenómeno: las áreas visuales básicas reciben el estímulo. La memoria rellena huecos con recuerdos similares. Y nuestro detector premium de caras dispara la alarma. Todo ocurre en una fracción de segundo, tal como confirmaron los electroencefalogramas empleados en un reciente estudio publicado en PNAS (una de las revistas científicas multidisciplinarias más citadas y completas del mundo). Esa investigación mapeó la red neuronal que convierte manchas abstractas en ojos, nariz y boca. A veces acierta, otras se pasa de creativo y coloca un cara donde no la hay. La buena noticia es que ese error resulta útil, nos mantiene alerta e imaginativos.
Un dato curioso: la neuróloga Susana Martínez‑Conde, neurocientífica española, encontró un sesgo en un test realizado. El 80 % de los voluntarios atribuye género masculino a las caras. No, no infiere machirulismo. Lo explica por la herencia cultural y neuronal que asocia rasgos angulosos o bruscos con lo masculino. Lo cierto es que, cuando vemos una cara en la papa antes de pelarla, la mayoría lanza un “él” antes que un “ella”.
Pareidolia sonora y antepasados
El fenómeno no se queda en la retina. Oídos y neuronas comparten el mismo vicio. Esa vez que escuchaste voces cuando abrís una canilla o un mensaje satánico al reproducir un disco al revés (si tenés más de 40), estabas viviendo pareidolia auditiva. El cerebro, desesperado por descifrar el sinsentido, pesca fragmentos de sonido y arma palabras inexistentes.
Otro dato interesante descubierto es que los humanos no monopolizamos la pareidolia. Los monos también distinguen rostros fantasmas, prueba de que el mecanismo es ancestral. Y el estudio muestra que quienes se dedican al arte o tienen alta creatividad detectan más figuras en imágenes abstractas que el promedio. Su cerebro, afirman los científicos, está afinado para conectar puntos que el resto ni siquiera ve.
Pareidolia, instrucciones de uso
- Relajá la vista: mirar sin foco ayuda a que el cerebro complete la figura.
- Buscá contraste: manchas de humedad, vetas de madera, nubes, comida.
- Dejá que la memoria trabaje: si viste a Marley en una pared descascarada, tu cerebro hizo bien la tarea.
- Disfrutá y compartí con el de al lado: es un truco evolutivo, no un síntoma de locura
Después de todo, ver lo que no existe ha sido siempre el primer paso para imaginar lo imposible.