El primer contacto de Naldo Labrín con Atahualpa Yupanqui fue, según sus propias palabras, una experiencia reveladora. Ocurrió cuando Labrín tenía apenas 19 años y estudiaba en el Conservatorio Municipal de Bahía Blanca.
“Escuché por la radio que Yupanqui estaría en la ciudad. No lo podía creer, así que corrí hasta el hotel Austral, donde me dijeron que estaba en una mesa”, relató Labrín en diálogo con Mejor Informado. Con la emoción de la juventud, se acercó para conversar y comenzó a recitarle un poema de José Luis Chocano.
La reacción de Yupanqui no fue inmediata. Lo miró fijamente, mientras su acompañante comentaba sobre la imprudencia de la juventud. Labrín recuerda haberse quedado helado, pero el maestro lo invitó a sentarse y esperar. “No, no se vaya. Siéntese en el sillón y espere”, le dijo. Lo que debía ser un saludo rápido se convirtió en una charla de dos horas.
“A los 19 años, Atahualpa me introdujo en la lectura profunda, en el mundo de la poesía y la prosa”, comentó Naldo. “Además, me sacaba de mis apuros estomacales. Yo pateaba la ciudad repartiendo libros de editorial Eudeba y dando clases particulares de música para sobrevivir, pero difícilmente me alcanzaba el dinero. Cada vez que nos encontrábamos tenía un disco para mí, me llevaba a almorzar y teníamos largas charlas”, recordó.
Esa primera conversación abrió la puerta a una relación que se consolidaría con los años. Labrín se trasladó a Buenos Aires al año siguiente y mantuvo frecuentes encuentros con Yupanqui, compartiendo almuerzos, libros y discos. “Ahí conocí a un hombre de una gran cultura, sabiduría y un pensar argentino universal, que me transmitió el sentido de lo que yo haría después con mi música”, rememoró.
Más allá de la técnica o los acordes, lo que marcó al joven músico fue la actitud y el respeto del maestro: nunca interrumpía, escuchaba y permitía que las palabras fluyeran en su tiempo. Esa enseñanza, más allá de la música, se convirtió en un pilar para la carrera de Naldo Labrín y en un recuerdo imborrable de la historia del folclore argentino.
“Convertirse en discípulo de Atahualpa Yupanqui y, más adelante, entablar amistad con Alfredo Zitarrosa, fueron experiencias que me marcaron profundamente. Lo que aprendí de ellos no solo fue música, sino también sensibilidad, respeto y una mirada sobre la vida”, concluyó Labrín.