¿Quiere recibir notificaciones de alertas?

Domingo 14 de Diciembre, Neuquén, Argentina
Logo Am2022
PUBLICIDAD

Encuéntrame en tus sueños (50ma parte. Mañana será otro día)

El Mosad irrumpe de lleno en la trama de la historia, cuando los investigadores evalúan como detener a un Cardenal de la Iglesia Católica.

Domingo, 14 de diciembre de 2025 a las 17:49
PUBLICIDAD

Finalmente el silencio se hizo y con él pareció venirse abajo la noche.

Tras la salida del fiscal Clarence Benjamin, quedábamos en esa oficina de la central de operaciones de los US Marshalls siete individuos a saber: de un lado, el teniente John Valdez y su mano derecha, el sargento Stephen Collins, mi amigo el periodista irlandés Joseph “Joe” O’Brian y un servidor. Del otro lado, tres hombres presumiblemente pertenecientes al Mossad, el servicio de inteligencia israelí.

Al mando de este trío se encontraba un veterano de la llamada “Guerra de los Seis Días” de 1967, según confirmó Joe, y probablemente de muchas otras guerras y centenares de operaciones encubiertas, quien se hacía llamar “Gidon”, lo que en hebreo quiere significar “soldado valiente”, según me explicó mi poliglota amigo Joe O’Brien. Ese nombre era su nombre de guerra. El verdadero era uno de esos secretos mejor guardados de cualquier agente del Mossad. Si ese nombre caía en manos del enemigo, la vida del agente no valdría ni un mísero penique.

Las casualidades, que no existen sino el destino, habían establecido que tanto Gidon como el irlandés O’Brian, se conocieran de aquella primera guerra del recién nacido Estado de Israel y hoy se volvían a encontrar. 

Valdez miró a Gidon como si estuviera disecándolo para sacar a la luz sus reales intenciones. Si bien el teniente infirió de inmediato de donde provenían sus visitantes, no parecía confiar en estos caballeros, y su actitud hacia la defensiva era más que evidente.

-Teniente -arrancó Gidon en un tono amable casi confesional- somos ambos profesionales y no necesitamos de largas charlas introductorias para saber lo que ambos buscamos.

Valdez lo miró como se miran los jugadores en una partida de póker en la que se acaban de repartir las cartas, por lo que permaneció en silencio, estudiando el lenguaje corporal del visitante a fin de detectar alguna fisura, alguna inexactitud, un minúsculo traspié que revelara las verdaderas intenciones de los israelíes.

Gidon, quien le llevaba a Valdez años de ventaja, varias guerras cumplidas con creces, y miles de partidas de póker con tahúres de toda laya, había percibido tanto la actitud defensiva como la intención examinadora, que el policía había desarrollado en centenares de interrogatorios a criminales de variada monta en el precinto del Central Park.

Gidon decidió entonces cortar por lo sano y terminar con el juego neuro lingüístico, y encaró al teniente directamente, como si disparara con una ametralladora sobre una posición enemiga que se apresta a atacar.

-Teniente, usted tiene en la mira a la misma persona que yo. Usted busca atraparlo para sentarlo en el banquillo de los acusados en un juicio por jurados y así hacer justicia y nosotros también, aunque con algunos matices de diferencia.

-Sí, lo sé , la única diferencia entre nosotros es que nosotros los juzgamos, los condenamos y a veces los enviamos a la silla eléctrica y ustedes hacen lo mismo solo que lo cuelgan de una soga como hacíamos nosotros en el Far West. Pero usted sabe muy bien Gidon –aclaró Valdez- que no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo, lo que nos convierte en tristes rivales corriendo una inútil maratón y, sinceramente, debo confesarle que no me gusta hacer las cosas apurado o con competencia desleal, solo busco cumplir con mi deber. Por muchas razones,  lamento decirle, Gidon, que esa persona a la que usted se refiere nos pertenece y nada nos hará cambiar de parecer. Vamos a retenerla aquí, donde el personaje vive y delinque desde hace décadas. Y vamos a hacerlo cueste lo que cueste y contra viento y marea.

-Me parece que no fui claro, teniente, y le pido disculpas si me malentendió. Nosotros no estamos corriendo una carrera con ustedes a ver quien caza primero al jabalí. Somos un pueblo milenario que aprendió a esperar. Sobrevivimos cuarenta años en el desierto y, a diferencia de ustedes, seguimos esperando a un mesías que se supone nos salvará a todos. Y en el medio de todo esto nos asesinaron a seis millones de hermanos solo por ser judíos. No queremos correr contra ustedes.

-¿Ah no? ¿Y entonces que quieren? preguntó algo molesto el dominicano.

-¡Queremos ayudarlo a apresarlo, teniente! dijo casi en un grito.

Ofuscado, Valdez no prestó atención o no escuchó aquella frase que el israelí acababa de pronunciar y siguió pedaleando sobre la ira.

-¿Y una vez que lo tengamos ustedes qué harán? ¿Lo secuestrarán una noche y se lo llevarán a Israel para colgarlo como hicieron con Eichmann en Argentina en el 60?

Gidon se dio cuenta de que Valdez no había escuchado, y resolvió poner paños fríos para hacer entrar en razón al levantisco teniente de Marshalls. Para ello hizo una digresión, hablando serenamente y pausando cada palabra para su mejor entendimiento.

-Me complace, teniente, que traiga a la memoria una operación de la cual, los que participamos en ella, estamos profundamente orgullosos. Pero creo que está confundido, le repito, quizás mi inglés no sea tan claro y le pido disculpas.

Joe me codeó otra vez y me dijo al oído:

-Este hombre habla seis idiomas, sin contar el iddish que es su lengua materna y se nota que está tratando de ser sincero. No entiendo por qué Valdez no lo escucha y sigue a la defensiva.

-Estamos todos cansados, Joe, y Valdez teme perder a su presa a manos de esta gente, eso es lo que pasa, apunté.

Gidon hizo una pausa hasta ver que Valdez empezaba a calmarse. Cuando pareció haberlo logrado, lo miró directo a los ojos y, serena pero firmemente, volvió a intentar explicar lo que había dicho:

-John, déjeme honrar la Historia: Ese “secuestro”, como usted lo menciona fue una decisión soberana que tomó el presidente David Ben Gurión, el primer presidente del estado de Israel, y lo hizo junto al Mossad en el más absoluto secreto,  tan secreto fue que ni siquiera los miembros de su propio gabinete lo supieron. No “secuestramos” a un pacífico e inofensivo ancianito alemán que vivía tranquilo en un barrio de Argentina llamado San Fernando en una casita de la calle Garibaldi. No. Nosotros fuimos a buscar al “arquitecto” de la llamada “solución final” que fue el genocidio de más de seis millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial. Un asesino de mente fría, un burócrata del mal, soberbio pero a la vez banal, quien no trepidó en enviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños sin piedad. Y lo hicimos así porque, lisa y llanamente, Argentina se negaba a extraditarlo. Lo fuimos a buscar y nos lo llevamos para juzgarlo en Israel. Y lo hicimos televisar por todo el mundo para que la comunidad internacional entendiera que Israel no toleraría más la impunidad. Y remarcó: Y lo mismo hemos venido haciendo desde el año pasado con los asesinos de los atletas israelíes en Munich, en la llamada “Operación Cólera de Dios”.
 
El visitante se puso de pie, caminó unos pasos por la sala como meditando cada palabra y cada gesto en pos de encontrar empatía en ese veterano policía neoyorquino que lo observaba estudiándolo. Así, por un momento se detuvo y tomándose un respiro, agregó ahora en voz más alta y en un claro tono castrense: 

-¡Métaselo en su cabeza, teniente: Queremos que ustedes lo atrapen, ustedes, no nosotros. Queremos que lo juzguen para que luego mi gobierno solicite a los Estados Unidos la extradición del cardenal por décadas de crímenes de lesa humanidad perpetrados contra cientos de niños judíos! ¿Se entendió o tengo que volver a explicarlo?

Valdez había quedado atónito. Las palabras de Gidon lo habían golpeado de lleno. No esperaba esa respuesta y no encontraba palabras para decir. Valdez empezó a entender que ese hombre que tenia enfrente podía estar diciendo la verdad.

-Teniente –dijo Gidon- nosotros no podemos afrontar la cacería de una presa tan poderosa y con tantas ramificaciones religiosas, políticas y judiciales como las que opera el cardenal. Estamos hablando de un cardenal, un alto dignatario de la Iglesia Católica Apostólica Romana al que tres judíos intentan detener y encarcelar acusándolo de un crimen inverosímil, y agregó:

-Nosotros somos un equipo de élite pequeño que sabe trabajar inteligentemente pero que necesita el apoyo de agencias de seguridad como las que ustedes tienen en América, apoyo que todavía no hemos solicitado. Pero fundamentalmente necesitamos a un investigador de su talla. Cuando al conocerlo le dije: “su reputación lo precede” no era una mera lisonja. ¡Lo conocen hasta en Jerusalem!

Valdez no sabía qué decir, aunque ensayó una disculpa que fue inmediatamente aceptada por Gidon, quien se le acercó, y mirándolo a los ojos, casi en un susurro, le dijo:

-Quiero que confíe en mí, John, peleamos en el mismo bando, no somos enemigos. 

Valdez buscó la mirada de Joe. El irlandés, que había conocido brevemente al visitante en medio del fuego de la guerra, miró al teniente y entrecerrando los ojos realizó un mínimo balanceo asertivo de cabeza que pareció decir: “Podemos confiar en él”. 

Entonces ocurrió lo que ninguno ni siquiera imaginó. El israelita le tendió su mano derecha al sorprendido alguacil, que retribuyó el gesto con un apretón franco y sincero. 

Fue entonces cuando Gidon, casi en voz baja, le dijo:

-Coronel Shimon Cohen de las Fuerzas de Defensa Israelíes, a sus enteras órdenes teniente.

Valdez lo miró sin entender, pero Joe volvió a codearme diciéndome:

-¡Le ha revelado su verdadero nombre! ¡Y no debe hacerlo! ¿Entiendes? ¡Le acaba de revelar su verdadera identidad como una forma de demostrarle cuánto confía en él, una forma de sellar un pacto de lealtad reciproca!

Joe continuó:

-¡No puedo creer lo que acaba de pasar!. Cohen es una leyenda viviente entre los militares de Medio Oriente ¿entiendes? y no importa de qué país se trate. He escuchado a veteranos generales árabes chiitas, sunnitas, de los cuatro puntos cardenales, hablar de él con reverencia llamándolo: “Azar Shamshir” que en persa significa “Espada de Fuego”. Valdez no sabe con quién está tratando.

El ahora coronel Cohen continuó:

-Este es mi verdadero nombre, teniente. Se supone que no debería habérselo dicho,pero espero que acepte esta confesión como una muestra de la honestidad de mis intenciones. Lo hice porque sé que usted es un hombre decente y quiero que sepa que desde ahora cuenta con un amigo israelí.

Valdez pareció entender lo que había ocurrido y le dijo:

-Y usted cuenta con uno americano, espero que podamos dar con el cardenal y meterlo tras las rejas, dijo a su vez el dominicano.

Los dos hombres se abrazaron. Valdez entendió que no serían enemigos en esta guerra sino aliados. Y Cohen vislumbró que, después de todo, habría un futuro por delante.

Esa noche todos nos fuimos a nuestros hogares a dormir con el compromiso de encontrarnos con el Mossad al día siguiente. Yo me llevé a Joe como huésped a mi casa. Dormiría en un cuarto que nos sobraba a Lucinda y a mí. Valdez iría a buscar asilo con Rosalyn y Collins a su apartamento de chico soltero de Detroit.

Cuando salimos, involuntariamente alcancé a escuchar a Valdez preguntarle algo en voz baja al coronel Cohen. No era cualquier pregunta, era la pregunta de un detective a un espía:

-¿Norman Blake era un agente del Mossad?

Cohen se detuvo en el lugar, así como sus dos compañeros. Sentí cómo el cuerpo de Joe que, al igual que yo, también había escuchado la pregunta, y el mío propio, se tensaban en la noche oscura.

Ahora era Cohen quien miraba fijamente a Valdez y lo hacía como un militar que pasa revista a su tropa. Pero segundos después su mirada cambió. Se suavizó. Esa mirada, lejos de revestir rechazo, indignación o mera crítica, parecía ahora la de un maestro hacia su alumno mas dilecto.

El coronel Cohen, la “espada de fuego” para sus enemigos, el veterano camarada de Moshe Dayan en “los seis días” de la guerra, puso su mano paternal en el hombro del dominicano y le dijo como quien habla con un hijo:

-Vamos a dormir teniente, mañana será otro día.

(Continuará)

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD