El helicóptero se posó suavemente en el helipuerto de la central de los US Marshalls en la ciudad de Nueva York donde el teniente Valdez, el sargento Collins y el fiscal de la ciudad, Clarence Benjamin, evaluarían los pasos a seguir para el asalto a la mansión de Staten Island, donde, según los papeles de Carmel, funcionaría una organización criminal de corte pseudomasónico-satánica a las ordenes de nuestro distinguido amigo el cardenal Mulligan-Flanagan.
Bajamos el equipaje, menos la maleta de titanio, que quedó en custodia de la Agencia Nacional de Seguridad, la NSA por sus siglas en inglés.
El helipuerto funciona en la azotea del edificio federal, por lo que tuvimos que descender varios pisos con nuestras maletas hasta la oficina del teniente Valdez. Fue recibido con cálidos abrazos y palmadas en la espalda por sus colegas.
Valdez tenía en su poder el domicilio de la mansión en Staten Island, sede de la secta satánica, una cortesía de Carmel Flanagan, pero no albergaba esperanzas de sorprender “in fraganti” al cardenal ya que, según informaba la prensa local, éste se encontraba en un “viaje pastoral” por varios países europeos concluyendo, obviamente, por el Vaticano.
Lo de “viaje pastoral” era evidentemente un eufemismo, astutamente inventado por el cardenal, para referirse a lo que constituía en realidad un intenso “pase de revista” por las distintas ciudades donde residían sus cómplices europeos, jefes de las más peligrosas organizaciones delictivas del viejo continente.
Pero en el caso especifico del Vaticano, el móvil de este “viaje pastoral” no era otra cosa que averiguar cuánto tiempo de vida le quedaba al Papa, hospitalizado desde hace algunos días por una afección estomacal y, a la vez, tender sus redes entre el cardenalato, de cara al futuro cónclave que tendría lugar en caso de que el sumo pontífice dejara de existir.
Recordemos que Mulligan-Flanagan acababa de ser nombrado por el mismísimo papa “cardenal elector”, cargo por el cual no solo tenia el poder de elegir al próximo jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana, sino que él también podía ser elegido para tomar asiento en el trono de Pedro.
Y yo pensaba: ¿Se imaginan ponerle las esposas y leerle sus derechos...”tiene derecho a permanecer callado, cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra...”...etcétera... al líder de 2.000 millones de católicos de todo el orbe? Sinceramente me cuesta imaginarlo, y pienso que Valdez, un latino católico de pura cepa que seguramente cuando era un niño tomó su comunión con trajecito blanco y todo, estaría atrapado en la misma tribulación que yo.
El teniente abrió la puerta de su oficina, encendió las luces y nos invitó a pasar. El anfitrión se sentó en su escritorio y guardó algunos papeles en sus cajones. Miró a Collins y éste descifró de inmediato el mensaje, por lo que prestamente se dirigió a la cafetera, sacó unas bonitas tazas blancas de porcelana y empezó a preparar café para todos los allí presentes (hace ya mucho rato que no me discriminan con el café...se nota que me aceptaron en la familia).
El fiscal Benjamin abrió la lista de oradores con una pregunta para su amigo Valdez:
-¿Qué es lo que buscas haciéndole una redada a la mansión del cardenal cuando sabes muy bien que no está en el país?
Valdez pensó por un instante la respuesta y respondió:
-Quiero enviarle un mensaje como él me lo envió a mí volando mi auto por los aires con una bomba y casi matándome. Quiero que sepa que estamos tras él y quiero que se ponga nervioso cuando se entere que allanamos la mansión porque, sencillamente sabemos que de él se trata y que no nos detendremos hasta que caiga preso. Que vayamos un paso adelante lo volverá loco y cometerá errores, que es lo que finalmente buscamos.
-Suena muy romántico, John, dijo el fiscal, pero hay un sinnúmero de elementos que complican su detención, empezando por su jerarquía eclesiástica.
-Con todo respeto Clarence, tienes que ver lo que hay dentro de la maleta que me dio Carmel. Yo pensaba lo mismo que vos hasta que el moribundo Carmel empezó a pasarme papel tras papel, fotografía tras fotografía y, lo que es mas impactante, las grabaciones en cinta magnetofónica. Te aseguro que mi cabeza estuvo a punto de explotar ante tanta información.
-Puede ser que tengas razón, no voy a negarlo, me parece que llevo demasiado tiempo trabajando en la Justicia, y eso me debe haber oxidado un poco.
-A mí me pasó lo mismo que a vos, recién cuando empecé a cuestionar las estúpidas reglas policíacas, las falsas creencias que te inoculaban los jefes, los prejuicios, recién entonces pude discernir con claridad el trasfondo de los crímenes y su solución. Es cuestión de tiempo y de abrir tu mente a nuevas e inéditas posibilidades.
Benjamin sonrió como aprobando lo que su amigo le decía y mirando la hora comentó:
-Ya es tarde para mí y estoy literalmente destruido, me imagino cómo estarán ustedes que volaron por medio mundo... Pregunto: ¿No podemos postergar la “pijamada” de la mansión embrujada para más adelante?
-Buena idea, pasado mañana es el límite, tenemos tiempo todavía, el cardenal no regresa hasta el fin de semana. Incluso pienso que mañana ya estarán listos los facsímiles de los documentos que están preparando los de la NSA y te mandaré un paquete entero. Además ese par de días nos dará tiempo para organizar mejor la “fiesta” con los chicos de SWAT, esto por si nos topamos con algún tipo de resistencia en la vieja casona.
Nos saludamos, y el fiscal abandono la oficina del teniente, quien se mostraba optimista aunque consciente de lo complicado y difícil que resultaba la operación para apresar al cardenal y evitar la avalancha de presiones políticas y eclesiásticas que nos caería encima.
Joe seguía atentamente el desarrollo de la estrategia de Valdez que parecía consistir en atacar al cardenal por su retaguardia, que no era otra cosa que la logia satánica y criminal donde el cardenal era “el Amo”. No era lo mismo que presentar la denuncia e ir a detenerlo haciendo el consabido “show” de esposas + lectura de derechos.
En su concepción hiper arrogante de la vida, Mulligan-Flanagan esperaba cualquier obvia táctica, predecible y fácilmente anulable de parte del teniente Valdez, pero no sabía los numerosos resortes y trucos que el dominicano guardaba en su valija de mago. Un ataque por la retaguardia lo desestabilizaría y lo obligaría a entrar en combate sin la suerte que otorga la ventaja.
No sé el cardenal, pero seguro que Valdez se devoró “El arte de la Guerra” de Sun Tzu, en especial cuando el sabio chino recomienda "atacar al enemigo donde no esté preparado". Y ese lugar era sin duda su refugio satánico.
Una visita esperada e inesperada.
Estábamos en pleno análisis de la táctica y la estrategia del teniente cuando un alguacil de turno en la central abrió la puerta y asomando solo su cabeza le dijo a Valdez:
-Unos señores lo buscan, teniente y parecen del “club”.
Primero, Valdez no entendió mucho la referencia del marshall, aunque prefirió imaginar que los visitantes podrían ser de alguna de las agencias de seguridad, federales o de inteligencia, así que tranquilo le respondió:
-Hágalos pasar, oficial, y prepare más café por favor.
El alguacil cerró la puerta y de inmediato se escucharon tres golpes provenientes de los visitantes.
A una seña de Valdez, Collins fue a abrir y tres hombres vestidos con formales trajes, camisas blancas y sobrias corbatas ingresaron en la oficina. Uno de los tres, que parecía ser el que estaba al mando de trío, extendió su mano a la del teniente y los dos se dieron un fuerte apretón acompañado del saludo de rigor:
-Mucho gusto teniente, debo decirle que su reputación lo precede.
-Muchas gracias, pero todavía no sé su nombre.
El visitante mostró un gesto de cordialidad y cierta picardía y respondió:
-Mi nombre no es relevante, pero si necesita sentirse más cómodo puede llamarme Gidon.
Valdez se quedó estático por un instante, mirándolo a los ojos al atento huésped como en una crítica mano de Póker. Como si el nombre que el visitante le acababa de dar estuviera repleto de sentido para el policía.
Joe me codeó imperceptiblemente. Cuando me le acerqué casi me susurró:
-El nombre es hebreo y quiere decir “soldado valiente”. Es más, creo conocer al personaje, y, sonriendo como quien encuentra a un viejo conocido en una fiesta, me anunció:
-No hay dudas: debo anunciarte que nos está visitando el Mossad.
Valdez lo sabía, su cultura superaba en extensión a la del promedio de los detectives, alguaciles o meros policías de la ciudad de Nueva York. Como un sultán en su tienda en el desierto invitó cordialmente a su huésped a tomar asiento:
-Me complacería si toma asiento, lo mismo que sus hombres, mientras llega el café y las confituras, dijo el teniente.
Gidon agradeció con una inclinación reverente de su cabeza pero antes le pidió permiso para hablar con mi amigo Joe, en quien había reparado ni bien entró en la oficina.
Valdez respondió con su mano derecha señalando al irlandés.
Gidon se acercó a mi amigo y a medio metro frente a él le comentó:
-Su cara me resulta familiar ¿no nos hemos visto antes? Le aclaro que soy un gran fisonomista.
Joe sintió que acababa de caer en una celada y empezó a transpirar frío: si respondía afirmativamente podían ocurrir dos cosas: o un abrazo cordial o su sentencia de muerte por saber la identidad de un agente especial del mitológico servicio de inteligencia israelí. Si mentía y lo negaba, y el visitante sabia la respuesta correcta, el desenlace sería probablemente peor.
Joe miró a Gidon buscando en su rostro algún gesto, alguna chispa, que denote su autorización a responder. El astuto israelí pareció entonces asentir fugazmente con una sonrisa.
Joe decidió tomar por un camino alternativo ni en uno ni en otro carril. Seguro y sin perder de vista al huésped le dijo en voz baja y tranquila pero en perfecto hebreo, como si fuera su paisano en lugar de un tozudo irlandés:
-“¡Ramat Ha-Golán 1967...!”.
-¡Lo sabía! ¡Los Altos del Golán...la Guerra de los Seis Días! Usted estaba en una tienda junto al Comandante, aunque nunca supe qué tareas desempeñaba ahí.
-Estaba cubriendo la guerra para un diario irlandés. El comandante Moshé Dayán me había distinguido con su amistad y tuve la posibilidad de cubrir esas acciones militares con amplia libertad. Según me enteré después, parecían gustarle mis crónicas de guerra.
-¡Pero, disculpe, usted no parece judío!
-No... soy irlandés, admitió Joe a lo que Gidon concluyó:
-Bueno, no tiene importancia, me complace saber que venera a un judío.
Todos soltamos una carcajada y Joe también. Después de todo, el tozudo irlandés no moriría en la víspera.
La puerta se abrió y Collins entró portando una bandeja con una jarra y tazas de café y varios platos con exquisitas confituras de la pastelería austriaca.
Primero disfrutaríamos del café y las masas y luego nos mostraríamos nuestras cartas. El juego de la vida, pero también el de la muerte, había empezado.
Al terminar la partida quedaría claro si éramos realmente socios en esta historia o solo accidentales jugadores con cartas marcadas.
(Continuará)