Estábamos en una amplia sala, en el edificio central de la Agencia de Seguridad Nacional, la NSA por sus siglas en inglés.
Nos acompañaba el fiscal general de la ciudad de Nueva York, Clarence Benjamin, un antiguo amigo del teniente Valdez. Mi amigo y colega periodista Joseph “Joe” O’Brian, recientemente importado de Irlanda, el sargento de los US Marshalls Stephen “Steve” Collins y un servidor.
Sobre una amplísima mesa de nogal, cubierta por un grueso cristal, descansaba la maleta de titanio a prueba de todo, que el director de Interpol Dublin, James Neville, otro amigo del teniente Valdez, le había facilitado para el transporte seguro de los cientos de documentos y objetos probatorio cedidos por Carmel Flanagan antes de morir.
Se trataba de cientos de papeles, cartas firmadas por incontables funcionarios, declaraciones testimoniales certificadas por notarios de todos los países y épocas, fotografías que se remontaban a varias décadas atrás, algunas cintas magnetofónicas con el registro de conversaciones telefónicas de toda laya, todo un arsenal probatorio que había sido recolectado a lo largo de su vida por un escurridizo y muy eficiente asesino a sueldo que acababa de morir de cáncer de pulmón junto a su novia en un hospital irlandés.
Y como una paradoja más, un asesino a sueldo buscado por policías de todo el mundo por un único crimen que consistió en eliminar a letales criminales antisociales, asesinos, torturadores y proxenetas de niñas, es decir, por hacer el trabajo que debería hacer la ley.
Todas esas pruebas recolectadas por décadas por el resbaloso Carmel Flanagan estaban dirigidas a demostrar que su hermano gemelo, el hoy cardenal primado de la ciudad de Nueva York, Sean Milligan, en realidad Cian Flanagan, lideraba una organización criminal basada en innumerables crímenes, entre ellos, el tráfico de niños en diversos países del mundo.
Se trataba de cientos de papeles, cartas firmadas por incontables funcionarios, declaraciones testimoniales certificadas por notarios de todos los países y épocas, fotografías que se remontaban a varias décadas atrás, algunas cintas magnetofónicas con el registro de conversaciones telefónicas de toda laya, todo un arsenal probatorio que había sido recolectado a lo largo de su vida por un escurridizo y muy eficiente asesino a sueldo que acababa de morir de cáncer de pulmón junto a su novia en un hospital irlandés.
Las razones por las cuales, Carmel Flanagan buscaba incriminar a su hermano gemelo eran variadas y numerosas y se remontaban a sus respectivas juventudes en la aldea de Greenbrae, en el oeste irlandés.
En un momento, golpearon la puerta de la sala y entró un joven sargento de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, luciendo un camuflado uniforme de combate. Al entrar se detuvo como si se cuadrara ante un superior y preguntó en tono marcial si apetecíamos comer algo dada la hora, correspondiente a la merienda.
Respondí que siempre estábamos apeteciendo algo y el soldado sonrió ante la chispeante respuesta. Dio media vuelta sobre sus botas y volvió al rato con unas bandejas con tazas de café, té, chocolate con leche y una parva de pequeños sándwiches de jamón, queso, tomates y lechugas dentro de unos exquisitos panecillos que, de solo mirarlos nos hacían agua la boca.
Mientras comíamos, el teniente Valdez abrió la maleta y sacó un papel, el primero de un centenar que se apilaban en su interior. Una única hoja de papel algo amarilla que el policía le entregó al fiscal Benjamin quien la aceptó como quien recibe una reliquia histórica en sus manos.
-Esto es solo un ejemplo, dijo el policía.
El fiscal leyó atentamente el documento y su rostro pareció acercarse a la estupefacción. Volvió a leerlo, esta vez recitándolo en voz baja como para sí, como si estuviera en medio de una confesión. Al terminar, miró a Valdez profundamente a los ojos y dijo:
-John, quiero que entiendas algo, algo que excede todas mis expectativas.
Valdez se quedó en silencio viendo a su amigo buscar en su mente las palabras adecuadas para lo que quería decir.
-John, tan solo con esta hoja de papel –dijo Benjamin moviendo al ritmo de sus palabras el documento que sostenía en su mano derecha- este único y solo papel que me acabas de mostrar de entre cientos de documentos que aún no he visto, un papel que probablemente sacaste al azar de esa montaña de escritos, solo con esta aparentemente mísera carilla escrita de un solo lado, solo con esto podríamos enviar a ese bastardo a la cárcel de por vida con sotana y todo, y no descarto una pena capital. No nos haría falta nada más, y lo más irónico de toda esta situación es que la maleta aún sigue llena de más y más pruebas en su contra que nos llevará meses analizar.
Valdez lo miraba sin pronunciar palabra alguna.
-John, amigo, no solo me has traído el más grande plexo probatorio que yo haya visto en toda mi carrera como fiscal. Con solo frotar la lámpara has vuelto realidad el sueño dorado de cualquier fiscal que haya pisado esta bendita Tierra. Y no sé cómo agradecértelo.
Y dicho esto, Benjamin se puso de pie y abrazó a Valdez. Fue un intenso abrazo en el cual el policía no pudo ocultar su emoción y, para ser sincero, nosotros tampoco.
-¿Qué piensas hacer con esta maleta John? No puedes andar caminando por la calle esposado a ella, o tenerla dentro del armario de tu oficina...preguntó el fiscal a lo que Valdez respondió:
-Mira Clarence, el plan es copiar todo el contenido y armar dos juegos facsimilares, uno para tí y otro para mí. Los originales se quedarán en la NSA en una bóveda a prueba de ataque nuclear que está a varios subsuelos de aquí,. Tan secreta es que ni siquiera yo tengo la más pálida idea de su ubicación.
-Yo menos, dijo Benjamin. La idea de los facsímiles me parece sumamente práctica para empezar a trabajar en la investigación sin dañar o deteriorar los originales o poner en riesgo de robos o atentados tan valioso material.
-Creo –opinó Valdez- que la NSA dispone del mejor instrumental para reproducir lo que hay dentro de la maleta sin problemas al mismo tiempo que la seguridad del lugar vuelve todo infranqueable.
-Vamos a ponernos a trabajar cuanto antes, ahora debemos regresar a Nueva York.
-Dame unos minutos para arreglar con esta gente nuestro regreso. Mientras tanto te recomiendo los sándwiches de pavo con lechuga y tomate, están espectaculares.
-Y el café no está tan malo para ser preparado en un cuartel, agregó el fiscal.
Valdez salió unos minutos, el fiscal tomo un sándwich de la bandeja y una taza de café todavía caliente y abrió una charla con nosotros acerca de nuestros orígenes y experiencia profesional.
Primero escuchó el relato del sargento Collins y luego prosiguió con el irlandés O’Brian para terminar conmigo.
Habituado a tratar con US Marshalls y policías todo el tiempo, Benjamin no pareció sorprendido por el currículo de Collins aunque sí abrió los ojos ante la extensa y rica historia de Joe O’Brian como corresponsal de guerra, desde Vietnam hasta la guerra de Yom Kipur pasando por nuestra experiencia juntos en la Guerra del Khmer Rojo en Camboya.
En ese momento, entró en la sala el teniente Valdez trayendo consigo un ejemplar del New York Times de la fecha. Su cara no transmitía mucha alegría que digamos.
Se acercó a la mesa donde departíamos y tiró sobre ella el diario de manera que todos podamos leer un breve artículo plantado como al pasar en la primera plana: EL VATICANO ELIGIÓ CARDENAL ELECTOR AL OBISPO DE NUEVA YORK Y CARDENAL PRIMADO SEAN MULLIGAN
Con esto aumentan las probabilidades de que el prelado irlandés sea electo Papa en un futuro conclave.
Todos quedamos estupefactos. Empezando por Valdez y siguiendo con nosotros. El fiscal intentó poner paños fríos a tremenda noticia:
-Entiendo que no es una buena noticia, pero recuerden que para que eso ocurra primero tiene que morirse el Papa.
Se acercó a la mesa donde departíamos y tiró sobre ella el diario de manera que todos podamos leer un breve artículo plantado como al pasar en la primera plana: EL VATICANO ELIGIÓ CARDENAL ELECTOR AL OBISPO DE NUEVA YORK Y CARDENAL PRIMADO SEAN MULLIGAN
Con esto aumentan las probabilidades de que el prelado irlandés sea electo Papa en un futuro conclave.
La sala quedó sumida en un profundo silencio. Los tres lo miramos en un unánime gesto colectivo que era en sí mismo una cruda respuesta a su observación. Pero el fiscal redobló su argumento:
-¿Ustedes realmente creen que el cardenal sería capaz de asesinar al Sumo Pontífice, al jefe de la Cristiandad, para quedarse con el trono de Pedro?
El silencio prosiguió. Nos miramos entre nosotros reprimiendo algunas risas nerviosas, para luego mirarlo con cara de:
- ¡Ya lo hicieron muchas veces!
Valdez parecía preocupado por otras cosas por lo que rompió el silencio del grupo mientras leía el artículo del Times buscando más información “de background”. De pronto exclamó:
-¡Aquí está! No lo vamos a encontrar en Manhattan. Está en un “viaje pastoral” que incluye el Vaticano. Aunque no todavía.
Valdez siguió leyendo en el interior del rotativo y de repente volvió a exclamar:
-¡Esto es lo que estaba buscando! Y leyó: PREOCUPACION POR LA SALUD DEL PAPA.
El Pontífice, de 89 años, fue ingresado esta madrigada al hospital Agostino Gemelli de Roma, aquejado de dolores en su abdomen y estómago.
Collins, recién llegado de Irlanda como nosotros, no pudo resistir la tentación y dirigiéndose a su jefe le preguntó:
-¿Nos vamos para Italia mañana?
Todos soltamos nuestra risa y Valdez nos aplacó:
-No, vamos a combatirlo atacándolo por su retaguardia y cerrándole el camino de escape. Vamos a empezar mañana mismo, dijo el teniente mirándolo al fiscal Benjamin quien asintió con una sonrisa diciendo:
-Antes tenemos que hacer que esta gente nos prepara los dos facsímiles documentales para mañana mismo.
-Lo harán. Acabo de arreglar con ellos. A propósito ¿Cómo estás para encabezar una redada en Staten Island esta noche?
El fiscal intentó salvar la situación con un chiste y respondió:
-Estoy medio oxidado, muchos años tras el escritorio, y además no tengo ropa de fiesta.
-A donde vamos empieza todo, vamos a jugar mientras el gato no está, parafraseó Valdez y agregó:
-Ben, necesitaríamos una orden de allanamiento. Si la puedes conseguir ahora bien, si no lo intento yo por otro canal
Benjamin miró su reloj y precisó:
-Puedo conseguir una ahora mismo, solo tenemos que pasar por el juzgado de turno. En cuanto a la “fiesta” en Staten Island, cuenten conmigo. Eso sí, pasemos antes por mi casa para buscar indumentaria acorde a la ocasión.
-¿De verdad va a llevar ropa de fiesta?, le preguntó Collins.
Y riendo, los cinco salimos caminando hacia el helipuerto de la NSA.
Mientras tanto, la noche se nos venía encima con su manto sobrepoblado de estrellas.
(Continuará)