COLAS Y BIGOTES

La fidelidad de Marcos

Pasaron dieciséis años desde que llegó corriendo detrás de la ambulancia donde habían subido a su amigo.
jueves, 23 de mayo de 2019 · 23:08

Marcos no se llamaba Marcos cuando llegó al Policlínico de la Avenida Argentina corriendo detrás de la ambulancia donde habían subido a su amo. La duda del primer momento sobre qué hacer, si quedarse en la casa cuidando las pertenencias o acompañar a su dueño quién sabe a dónde, duró muy poco. Cuando la sirena de la ambulancia comenzó a sonar y el vehículo se puso en marcha, Marcos comenzó a correr detrás sin imaginar que ese día su vida iba a cambiar totalmente.

Jadeando y agotado llegó al Policlínico. De lejos alcanzó a ver que la camilla que transportaba a su amigo era empujada por dos hombres que atravesaron una puerta y desaparecieron. Él también quiso entrar para ver qué pasaba, dónde lo llevaban, pero el guardia no se lo permitió. Le cerró la puerta en la nariz, literalmente.

Buscó alguna canilla, algún cacharro para tomar agua pero desconocía el lugar y la gente. Sediento, cansado y asustado decidió echarse al lado de la puerta a esperar que su amo apareciera. Cada persona que salía del edificio le hacía parar las orejas e incorporarse, pero no…no era quien él esperaba. El tiempo se le hizo interminable. Las horas se trasformaron en días, los días en meses y los meses en años, su amigo nunca salió.

Los taxistas de la parada conmovidos por la actitud de este perro mestizo, de mirada tristona y pelaje semilargo y ceniciento, decidieron darle una “pata”. Al principio fue una galletita, después algo más sustancioso o algún huesito, pero lo más importante y lo que más necesitaba también se lo dieron, caricias, cariño y un nuevo nombre…Marcos.

El tiempo pasó y Marcos ya era conocido por todos. Trabajadores del Policlínico, de la farmacia, del kiosco, vecinos del barrio, chicos del colegio San Martín y cada uno de los que alguna vez anduvimos por la zona.

Los taxistas le hicieron una cucha para que se refugiara en las frías noches de invierno, Hugo el dueño del kiosco le regalaba todos los días un alfajor, las chicas de la farmacia lo mimaban con facturas y las enfermeras del Policlínico le alimentaban el alma con juegos y caricias.

Pasaron dieciséis años desde que Marcos llegó corriendo detrás de la ambulancia donde habían subido a su amigo. Dieciséis años de espera, paciente y fiel. Una noche pensó que había esperado demasiado, el cielo estrellado y la temperatura agradable lo invitaron a recostarse en el boulevard de la avenida.

Se echó con cierta dificultad, los años le pesaban en el cuerpo y seguramente recordando y agradeciendo a toda esa gente que se cruzó por su camino y le hizo la vida un poco más digna, suspiró y se durmió para siempre. Esa misma noche las almas de Marcos y de su amo se reencontraron, después de tanta espera en algún lugar del cielo…detrás de las estrellas.

El cuerpo de Marcos fue recogido por sus entrañables amigos de la vida y enterrado en el jardín interno del Policlínico con profunda pena, pero con la certeza de que Marcos desde donde esté, tampoco los olvidará.

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