El vínculo que establecemos con los animales que domesticamos y nos acompañan a diario, es comparable al que tenemos con los humanos.
Nos relacionamos con ellos a través del amor y ponemos en juego los mismos procesos hormonales y cerebrales que cuando amamos, por ejemplo a un familiar.
De esta forma, la unión se hace realmente fuerte. Pero lamentablemente ellos viven menos años que nosotros y nos toca despedirnos mucho más rápido.
Atravesamos un duelo cuando algo que teníamos nos falta, no solamente la muerte conlleva un duelo. A veces debemos despedirnos de una etapa de nuestra vida que se cierra y no vuelve nunca más, o separarnos de nuestra pareja o perder un trabajo.
Cuando se trata de la muerte de nuestro gato, o nuestro perro, no solo despedimos a un ser al que quisimos mucho. Con él se van también los buenos momentos vividos, los juegos, los paseos, las travesuras, los viajes compartidos y esa hermosa sensación de saber que siempre hay alguien esperando que regrese a casa.
Dejar ir es parte del proceso para superar el duelo. Pero es importante vivirlo, no negarlo. No te pongas una fecha límite ni te obligues a salir adelante rápidamente. No postergues el dolor. Aceptalo y vivilo como lo tengas que vivir. No te importe si los demás no comprenden tu pena, tampoco compares tu dolor con quienes sufren una pérdida, cada persona siente de formas diferentes.
Es importante que puedas hablar con alguien del proceso que estás viviendo, un amigo, un familiar. Buscar ayuda es indispensable cuando se está triste para poder salir adelante.
El tiempo del duelo varía de persona a persona. Algunos hablan de seis meses, otros de un año. Lo cierto es que en algún momento nos vamos a relacionar con su recuerdo desde otro lugar.
De forma más segura y serena iremos avanzando en la recuperación sin sentir tanto dolor. Podremos recordarlo con una sonrisa, con alguna anécdota. Y de pronto nos daremos cuenta que solamente queda el cariño que sentimos por ellos y ellos por nosotros.
Hoy en casa despedimos a “Mamu”, una gata que llegó hace 12 años huyendo vaya a saber de qué o de quién. Le dimos asilo, la cuidamos, la mimamos, le enseñamos a confiar una vez más en los humanos y compartió vida no solamente con nosotros, sino también con otros 3 gatos y 3 perros.
Su ausencia se nota. Sobre todo por las mañanas cuando ya no está al pie de la escalera para darnos los buenos días. Y a la hora de la comida, moviendo el recipiente con la patita reclamando su porción. Todavía camino con cuidado para no tropezar con ella, todavía su energía anda por la casa.
Me queda la satisfacción de haber logrado reconciliarla con la raza humana y de haber disfrutado su compañía, recostada en mis piernas, mirando televisión.
Se fue sostenida por mis brazos y rodeada del amor de todos los que fuimos parte de su tiempo en esta casa.
Adiós “Mamu”, gracias por tu inmenso cariño.