Hay historias que trascienden el resultado de un partido. La de Brian Olivera, arquero de Estudiantes de Río Cuarto, es una de esas crónicas que el fútbol suele guardar para recordar que, a veces, el triunfo más grande se logra fuera de la cancha. Su presente como protagonista del ascenso del León llegó después de atravesar un desafío que lo dejó al borde del retiro y, sobre todo, cara a cara con su propia vida.
Todo comenzó hace tres años, cuando un diagnóstico inesperado frenó su carrera. “Tuve cáncer de testículo. Fue un golpe durísimo. A una persona le dicen cáncer y automáticamente piensa en todo lo malo”, recordó Olivera en diálogo con Radio Rivadavia. Lo operaron, le extirparon el tumor y, por indicación médica, debió iniciar un tratamiento de quimioterapia preventiva. El panorama no era alentador: los especialistas le advirtieron que no podría volver a jugar.
Le hablaron de posibles secuelas, de pulmones debilitados, de un cuerpo y un ánimo que no volverían a ser los mismos. Fueron siete meses sin actividad, marcados por la incertidumbre, los estudios y una tomografía clave que finalmente confirmó que el cáncer no se había expandido. La quimioterapia había sido “para quemar todo y quedarnos tranquilos”, explicó el arquero, que hoy continúa con controles cada seis meses. “Gracias a Dios estamos bien, seguimos de pie”, dijo con alivio.
Pero la verdadera batalla de Olivera no estaba en un arco. “Cuando me dieron el alta no pensé en volver a jugar. Yo solo quería estar vivo para disfrutar de mis hijos, verlos crecer. Después, lo demás no me importaba”, confesó. Aquella mirada despojada, nacida del miedo y la fragilidad, lo acompañó también en su regreso progresivo a los entrenamientos, cuando el fútbol dejó de ser una obligación y se transformó en un privilegio.
El destino, sin embargo, tenía preparada una segunda oportunidad. Con Estudiantes volvió al ruedo, se adueñó del arco y terminó siendo parte de una campaña inolvidable que terminó en título y ascenso. “Fue una emoción y un orgullo que no se pueden explicar. Fue hermoso”, aseguró. Incluso habló del rigor del puesto: “Uno puede estudiar mucho los penales, pero también cuenta lo que sentís en el momento. Igual, como arquero, la gente siempre te va a marcar el error”.
La historia de Brian Olivera es una crónica de vida, resiliencia y fútbol. Un arquero que escuchó que no volvería, que atravesó uno de los momentos más duros que puede vivir una persona y que hoy, con el buzo de Estudiantes y una medalla en el pecho, demuestra que las segundas oportunidades existen. Y que, a veces, el mayor triunfo es simplemente seguir atajando.