Alejandro Gagliardi sabe lo que es vivir con la mochila de un 9 sin goles. Durante dos años, el arco se le cerró de manera inexplicable y cada fin de semana la frustración crecía. Erró goles imposibles, casi debajo del arco, y convivió con el murmullo de las tribunas. “Se hizo duro. En los entrenamientos la metía, pero en los partidos no”, recuerda hoy, con una sonrisa que refleja revancha.
En aquella primera etapa en Agropecuario, entre 2019 y 2021, no pudo gritar ni una sola vez en 27 partidos. Para un delantero, una eternidad. Pero el fútbol, como la vida, siempre ofrece segundas oportunidades. Gagliardi buscó ayuda psicológica, alentado por su familia y el club, y encontró un camino distinto. El trabajo en la terapia le abrió la cabeza, lo sacó del pozo y le devolvió la confianza.
La historia cambió. Tras pasar por Villa Dálmine, Gimnasia de Jujuy, Santamarina y Flandria, el Tano regresó a Carlos Casares. Esta vez, su destino sería otro: 16 goles en 26 fechas lo convirtieron en el máximo artillero de la categoría y en el gran líder futbolístico de un equipo que pelea arriba en la Primera Nacional.
El círculo se cerró donde había quedado abierto. “Volver acá y que los goles lleguen es algo muy especial. Agropecuario se parece mucho a mi pueblo, y eso me hace sentir en casa”, explica el cordobés de Los Surgentes, que fuera de la cancha disfruta de la vida tranquila, de las bochas, la pesca y la caza.
A los 36 años, Gagliardi vive el mejor momento de su carrera. Atrás quedaron las noches de desvelo, las dudas y la angustia de no poder hacer lo que mejor sabe: meterla adentro. Hoy, cada gol es un desahogo, una caricia al alma y una prueba de que nunca es tarde para renacer.