Asistimos espantados a hechos brutales, a esas noticias que golpean más fuerte y más profundo que las cosas diarias que nos conmueven. Esas novedades que nos llegan a la sensibilidad más auténtica, la que nos representa el valor de la vida y las condiciones en que vivimos. En estos últimos días hemos conocido en la región al menos dos hechos aberrantes, sin nada de humanidad, que ponen las cosas en la cornisa de la bestialidad y la indignidad.
Hasta en el fin de la vida deseamos que haya dignidad y respeto. Pero no. Cada muerte brutal, cada hecho con una violencia extrema, nos aviva las reflexiones de cómo puede un ser humano provocar semejante daño a otra persona. No sirve de nada pensar en la influencia del alcohol, el consumo de drogas, la criminalidad, la situación crónica de aislamiento social de los agresores. Solo merecen nuestro recuerdo y respeto las víctimas.
Hoy quiero compartir algunas reflexiones sobre Jessica Noemí Scarione, una joven de 35 años. Creo que como sociedad le fallamos a Jessica. Pero tal vez no tanto por no haber sido capaces de protegerla del autor de su muerte brutal, sino por no haber sido capaces de escuchar sus gritos de auxilio en sus últimos casi 20 años de vida.
Jessica fue golpeada y asesinada en una vivienda precaria. Se ha dicho esta semana que Jessica había denunciado a su última pareja, con quien convivía, esta persona que ha sido detenida y será sometida a proceso penal para establecer su posible autoría y demás. Pero no quiero detenerme hoy en el posible autor del crimen, ya tendremos oportunidad futura. Quiero detenerme e invitarlos a reflexionar sobre lo que ocurrió con Jessica.
Dicen que, a fines del mes pasado, en agosto, denunció por violencia a su pareja, dijo que solía ingerir alcohol y drogas, que era violento, que tenía acceso a arma de fuego, que la amenazaba. Fue a una comisaría, se dio intervención a la Oficina de Violencia del Poder Judicial, y un Juez de Guardia ordenó unas medidas para tratar de resguardar en la emergencia a Jessica. Pero, sin demora, a los dos días, Jessica comenzó a intentar dejar sin efecto las medidas que la protegían, para regresar con su pareja, con aquel que apenas dos días antes había denunciado por violento y desbordado cuando bebía o se drogaba.
Eso puso en conocimiento, ella, en la Comisaria 20, el 24 de agosto de este año. El 1 de septiembre Jessica insistió con dejar sin efecto las medidas, porque se había reconciliado con su pareja, y había retomado la convivencia, dijo. Desde algunos lugares del sistema público de protección contra la violencia familiar le sugirieron a Jessica que no dejara sin efecto las medidas, que aceptara el botón antipánico, que tuviera especial prudencia hasta que se cumplieran una seria de entrevistas con psicólogas y trabajadoras sociales.
Pero Jessica, en más de una ocasión, en esos días, se mantuvo firme en señalar que quería poner fin a la denuncia y que todo se archive. Y fue asesinada, en su propia vivienda, en apariencia por la propia persona con la que deseaba continuar su vida en común ¿Estuvo bien? ¿Estuvo mal? Cada uno podrá tener una idea. Ahora se escucha que al parecer esta persona que era su pareja tenía varias causas judiciales previas.
Pero ¿Y Jessica?¿Cuáles fueron los pasos que fue marcando Jessica?¿Qué nos intentó decir Jessica con sus acciones? Según pudimos informarnos, Jessica tuvo a lo largo de unos 20 años, unas 20 denuncias como víctima de violencia de género, violencia familiar. Casi 20 expedientes judiciales de denuncias de haber recibido violencia familiar. Pobre Jessica, como sociedad la expusimos a 20 situaciones extremas en su vida, a esos momentos que nadie desea pasar, en las puertas de la peor de las violencias, la que ocurre en el interior de nuestro lugar seguro, nuestra casa, nuestra pareja, nuestra familia.
Lo que nadie desea en su vida, y lo que nos conmueve, Jessica acumuló decenas. Y las denuncias tuvieron distinta intensidad y reiteración según los años y según las parejas con las que tenía vinculación y convivencia, pero al menos 3 o 4 personas fueron denunciadas ¿Y Jessica? ¿Qué nos decía con cada denuncia que luego reiteraba? Jessica conocía donde acudir a realizar una denuncia, seguramente no disfrutaba para nada conocer los pasillos de comisarias, oficinas de violencia, consultorios de equipos interdisciplinarios, juzgados, etc.
¿Y todos los dispositivos públicos de los Poderes Ejecutivo y Judicial se focalizaron en los denunciados? Destinatarios de las medidas cautelares, de las prohibiciones ¿Y los gritos silenciosos de Jessica en cada denuncia? ¿Nadie leyó en sus gestos y en su historia de vida que era una víctima permanente en riesgo constante?¿Alguien pensó que Jessica estaba cómoda siendo víctima recurrente, reincidiendo en ambientes y personas violentas, sin un mínimo concepto de la dignidad humana?
El femicidio de Jessica pasa a la alarmante estadística, pero Jessica no era ni debe ser un porcentaje o un número, Jessica no quiso ser víctima, no quiso –se los aseguro- que muchos la miraran y repararan en ella ahora que le arrebataron brutalmente la vida. Jessica pidió muchas veces en más de la mitad de su vida, ser ayudada. Jessica fue transparente, no ocultó nada, denunció cada vez que fue violentada, y solo nos detuvimos en el agresor, sin mirar a la víctima que venía a nosotros una y otra vez.
Jessica necesitó en serio a los organismos y a las personas que se llenan la boca falsamente con compromisos huecos de políticas públicas para luchar contra la violencia de género y familiar. Jessica no necesitaba folletos ni videos promocionales. Jessica no necesitaba oficinas que dieran cursos y repartieran mails. Jessica necesitaba que la miráramos, que la escucháramos, que entendiéramos lo que nos decía con sus gritos, en silencio.
Le fallamos a Jessica, y a muchas Jessicas que lamentablemente estarán en silencio “gritando” sus pedidos de ayuda. Que los 20 gritos ignorados de Jessica, aturdan, interpelen, movilicen, saquen de cómodos sillones, cambien las agendas de personas en los organismos que muestran graves problemas de prioridades.
Que Jessica, su pasado y su triste final, nos de mucha vergüenza.