Una vez, en Neuquén, Raúl Barboza habló y tocó como los pájaros de la selva. Fue en el cine teatro Español, y el genial músico que este miércoles 27 murió en Francia, contó cómo toda su vida había intentado, con el acordeón, reproducir esos sonidos que se escuchan en la naturaleza, sonidos que están más allá del hombre y sus intentos de crear elementos, de dar vida a cosas que antes no han existido.
Raúl Barboza ha muerto este miércoles, a los 87 años. Hace unos pocos días, en un reportaje, había asegurado que quería volver a vivir a su país, a la Argentina, el territorio donde empezó a desarrollar un arte inigualable con ese complejo instrumento capaz de producir cualquier sonido, cuando tenía seis años y lo empezaban a conocer como "el mago Raulito".
Lo conocí a Barboza en 1985, en el programa de Blanca Rébori, en la Radio Municipal Buenos Aires, que funcionaba en el Centro Cultural San Martín. Allí habíamos ido con el grupo Ayuntay, invitados a hacer en vivo, en el auditorio de la radio, la cantata Auca Nahuel. "Primero toca Raúl, después van ustedes", nos dijeron. Bromeamos con que un músico consagrado como Barboza fuera nuestro "telonero". Asistimos a una sesión maravillosa de su arte, en aquellos tiempos en que todavía no se usaban selfies y sacar fotos era más complicado.
Barboza fue, como dicen, un embajador del chamamé en el mundo, y también fue más, mucho más que eso. Fue el dueño de los pájaros de la selva, capaz de extraer de su acordeón los más exóticos sonidos y combinarlos naturalmente con la melodía, el ritmo, y todo aquello que hace rigurosamente a la composición humana de la música. Pero había más música que la humana en sus manos, haciendo cantar ese instrumento que se despliega como un águila sobre los escenarios.
Murió, pues, el niño prodigio, el que había nacido en junio de 1938 en Buenos Aires, lleno de genes correntinos. Murió en París, sin aguacero, acompañado por los pájaros, que se lo llevaron volando hacia otras dimensiones.