En Lice, una pequeña ciudad al sureste de Turquía, miles de personas terminaron en el hospital no por consumo recreativo, sino por algo completamente involuntario: la policía quemó más de 20 toneladas de cannabis incautado en pleno campo abierto durante cinco días sin parar y el humo envolvió todo el pueblo.
Todo comenzó el 18 de abril, cuando las autoridades, tras incautar 20.766 kilos de marihuana valuados en más de 200 millones de euros, decidieron destruirla quemándola a cielo abierto.
La particularidad: formaron la palabra “LICE” con los fardos de marihuana y le prendieron fuego. El gesto buscaba ser una señal de triunfo sobre el narcotráfico, pero se convirtió en una pesadilla sanitaria.
“No podemos abrir las ventanas”
Durante cinco días, una densa nube tóxica cubrió la ciudad. La población reportó mareos, náuseas, alucinaciones y síntomas de intoxicación severa, al punto que se les recomendó no salir de sus casas ni abrir las ventanas. Pero la medida no sirvió de mucho.
“El olor a droga envuelve el distrito desde hace días. No podemos abrir las ventanas. Nuestros hijos enfermaron, vamos constantemente al hospital”, denunció un vecino visiblemente afectado.
Desde asociaciones civiles y activistas en contra del consumo de drogas también expresaron su rechazo. Yahya Öğer, uno de los referentes, advirtió que aunque es fundamental combatir el narcotráfico, “esta no es la manera correcta de hacerlo”.
¿Un caso para tomar nota en Argentina?
El episodio no tardó en recorrer el mundo por lo insólito de su desenlace, y no deja de generar paralelismos con otras regiones. En Neuquén, por ejemplo, el municipio acaba de firmar un convenio con la Policía para incinerar droga decomisada en cementerios locales. Aunque el enfoque es diferente, lo sucedido en Turquía podría servir como advertencia: destruir drogas no siempre es tan simple, y mucho menos si no se considera el impacto ambiental y sanitario.
El caso de Lice deja una lección clara: el combate contra el narcotráfico debe ir acompañado de responsabilidad ambiental y sentido común. Quemar marihuana como acto simbólico puede ser llamativo, pero si intoxica a toda una ciudad, probablemente no sea la mejor estrategia.