La batalla de Recoleta

Un barrio de Buenos Aires, el teatro que pretende definir a la Argentina

Disparates con forma de presuntas verdades son disparados desde las consignas, que repiten figuras centrales del escenario político argentino.
martes, 30 de agosto de 2022 · 10:56

En el reino del revés, nada el pájaro y vuela el pez, dijo María Elena Walsh, y retrató con ese simple verso de una presuntamente infantil canción los habituales ciclos disparatados de la sociedad argentina. Los retrató para siempre, y ciertamente ese retrato imperecedero es aplicable en este presente atribulado, en el que los ojos de millones de ciudadanos del país se posan sobre uno de los más exclusivos y tradicionales barrios de Buenos Aires, Recoleta.

Allí se libra una batalla, no física, sino intelectual. Lo que está en juego es, como casi siempre, si triunfa la razón o la fantasía que pretende ser razón sin serlo. Identifíquese a la razón como la letra de los pactos de convivencia -la Constitución y las leyes- y a la fantasía como a las elaboradas consignas que les asignan a esos pactos una relatividad casi absoluta, haciéndolos pasar por el tamiz de la conveniencia inmediata.

En esta realidad relativa, donde el pájaro nada y el pez vuela, Estela de Carlotto, nonagenaria activista de los Derechos Humanos, presidente de Abuelas de Plaza de Mayo, y portadora de una estampita que le garantizaría el estatus moral para decir solamente verdades, acaba de asegurar, tajantemente, que no permitirá que “la condenen a Cristina (Kirchner)”, y de robustecer la teoría según la cual la Corte Suprema, y por ende la Justicia, se ha transformado en un partido (liberal) que pretende destruir al peronismo.

Hebe de Bonafini, otro tótem sagrado de los derechos humanos en Argentina, también nonagenaria y revestida con el manto de la verdad incontrastable, ha dicho en estos agitados días que se necesita una “pueblada”, que hay una “batalla” que ganar, y que ésta recién ha comenzado, para defender a Cristina del anti-pueblo. Dura como siempre en sus conceptos directos, ha tildado de “mina de cuarta” a la vocera del presidente, Gabriela Cerruti, y ha instado al propio presidente Alberto Fernández para que “no hable” pues siempre se equivoca.

Andrés Larroque, otra figura de estos tiempos y lejos de la generación de Carlotto y Bonafini, aunque continuador casi natural de sus postulados, ha justificado la procesión popular hacia la esquina de Uruguay y Juncal en Recoleta porque allí hay un “santuario”: el departamento donde vive Cristina Kirchner. Ese “santuario” acaba de ser liberado de la presencia policial de la ciudad de Buenos Aires por el juez Roberto Gallardo, quien aparentemente no es parte del “partido judicial”, sino del mismo sector que representa la vicepresidente. 

El magistrado le ha ordenado a Horacio Rodríguez Larreta que saque a “sus” policías de allí, pues ha interpretado que estaban equivocadamente haciéndole una guardia a la señora Kirchner, atributo que es propiedad de la Policía Federal, que solo puede ser conducida por el ministro de Seguridad (Aníbal Fernández) y, por supuesto, por el presidente, Alberto Fernández.

El jefe de Gobierno de Buenos Aires, Larreta, no obedecerá esta medida, aunque lo disimulará bastante; mientras quienes revistan en sus mismas filas opositoras apuntando a las próximas elecciones, debaten hasta cuándo y dónde deberá llegar la firmeza y la conveniencia ante la estrategia guerrera y callejera dispuesta por el renovado y reasumido peronismo kirchnerista.

Millones de ojos, mientras tanto, se siguen posando en Recoleta. Recoleta es la Bastilla en la Revolución Francesa, pero en este país del revés, en el que nada el pájaro y vuela el pez.

 

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