A nadie sorprende afirmar que la pornografía siempre existió en nuestra sociedad, o al menos es lo que se revela cada tanto con la aparición de imágenes que tienen varios miles de años de historia. Sin embargo, por más que se piense que el consumo de pornografía no sea una cosa de ahora, tampoco quiere decir que sea inocuo, y mayormente si tenemos en cuenta cómo es ese consumo en la actualidad, más compulsivo y excesivo que nunca debido a la accesibilidad y anonimato que aporta Internet.
A partir de esto, surgieron muchas investigaciones que apuntan a que un consumo inadecuado de pornografía podría tener varios efectos negativos a nivel neurológico, efectos que se traducción también en problema psicológicos, sexuales y sociales.
Entre los principales peligros a los que nos exponemos si consumimos pornografía de manera excesiva es a convertirnos en adictos, y ocurre al igual que con la adicción al sexo o al juego, no hace falta exponerse a ninguna sustancia para que se produzca una adicción, ya que los efectos sobre el cerebro son los mismos.
En este marco, un estudio realizado en el Instituto Karolinska de Suecia concluyó que, al consumir porno, se libera un exceso de dopamina, una sustancia clave para el sistema de recompensa del cerebro. Esa dopamina se segrega de una manera antinatural y excesiva provocando una hiperestimulación. Con el paso del tiempo, el cerebro reduce su actividad en los centros de recompensa, lo que provoca que el cerebro necesite más dopamina para sentir el mismo efecto, lo que contribuirá en que el cerebro busque repetir la experiencia una y otra vez, como ocurre con las adicciones.
Así es que, para encontrar satisfacción, el cerebro pedirá repetir esta acción y no otras, es decir, consumir porno en lugar de tener relaciones sexuales con otra persona, que pueden dejar de ser estimulantes y provocar disfunciones sexuales.
Se indica también que, para lograr el mismo efecto, las personas tienden a buscar contenidos cada vez más fuertes y extremos, lo que puede traducirse en la vida real, en más episodios violentos o más tolerancia a estos, pues el cerebro está programado para, de alguna manera imitar lo que ve.
Entonces, resulta que un exceso de dopamina produce otros efectos en el organismo, como desórdenes cardiovasculares, renales, estomacales, endocrinos y, como todas las adicciones, a la larga episodios de depresión y trastornos del estado de ánimo.
Como afecta en la materia gris desde niños
Un estudio realizado en el Centro de Psicología del Ciclo Vital de Berlín concluyó en que el consumo excesivo de pornografía afecta directamente al volumen de materia gris que tenemos en el lóbulo derecho del cerebro. Esta es la materia gris que alberga el tejido neuronal relacionado con la inteligencia y, si esta se reduce, algunas funciones, como el aprendizaje y la memoria, podrían verse afectadas.
Tampoco es la única región del cerebro que se ve reducida en volumen debido al consumo excesivo de pornografía, ya que se demostró que lo hace en la actividad de la corteza prefrontal, una zona del cerebro encargada de la función ejecutiva, que comprende la moralidad, la fuerza de voluntad y el control de los impulsos. Es un área del cerebro poco desarrollada en los niños, por eso les cuesta más controlar emociones e impulsos, algo que volvería a ocurrir por un exceso de consumo de pornografía.
También en adolescentes y mayores
Las consecuencias también se pueden generar a medio y largo plazo, sobre todo si se trata de adolescentes, cuyo cerebro está todavía en desarrollo, ya que las modificaciones morfológicas del cerebro pueden tener importantes repercusiones a nivel psicológico y social.
Además, el consumo excesivo de pornografía puede llevar a distorsionar la realidad de lo que son las relaciones sexuales realmente, y desembocar en problemas de autoestima, pues “lo que ven les genera unas expectativas sobre lo que tienen que hacer o deben conseguir, expectativas que estarán en función de su capacidad para distinguir entre un contenido de ficción y la actividad sexual de la vida real”, según asegura Rafael San Román, psicólogo de ifeel especializado en diversidad sexual y de género.